Si bien no hay que dejar de pensar en el día después, es definitivo que en la forma en que arreglemos y sigamos enfrentando el presente empezaremos a construir el futuro.
Estamos entrando en la etapa más difícil de la crisis del Covid-19. En la medida de las limitaciones se van teniendo respuestas y soluciones; sin embargo, también pareciera que estamos bajo procesos que materialmente se le escapan de las manos a las autoridades de salud.
Seguimos sin tener un inventario preciso del número de personas que pudieran estar contagiadas, si no hay pruebas, no lo vamos a poder saber. Bajo esta perspectiva el escenario es difícil de pronosticar, porque pudiera darse el caso de que casi de un momento a otro tengamos a un gran número de personas contagiadas en los hospitales y eventualmente nos convirtamos en el nuevo epicentro del Covid- 19.
No hay manera de saberlo hasta que no estemos en la etapa más severa de la crisis. Se ha anunciado que en cuestión de días algunas entidades pasarán a la temida e inevitable fase 3 en donde sabremos cuál es nuestra capacidad real de respuesta. Vamos a entrar en los terrenos de medidas drásticas que van a poner en riesgo la vida de mucha gente.
No hay manera de ver el futuro si no vamos resolviendo el brutal presente. Lo que es un hecho es que todos los pronósticos apuntan a que la economía sufrirá una sacudida de consecuencias incalculables.
Lo que inquieta profundamente es que seguimos sin tener una coordinación nacional que coloque en la misma sintonía a los estados y al Gobierno federal. Empiezan a aparecer signos de rompimiento entre algunos estados y el Gobierno central por razones atendibles que quizás en otro tiempo fueron soslayadas, pero que en medio de esta crisis las exigencias de los estados se han ido convirtiendo en gritos de ayuda; se ha repetido una y otra vez que todo se lo lleva la Federación.
De manera paralela algunos gobiernos tienen un manejo desigual sobre la crisis. No solamente han atacado con lentitud el problema sino que los procesos informativos están lejos de estar actualizados y ser transparentes.
Lo más importante, por ahora, es concentrarnos en la crisis. No ayuda ni tiene sentido buscar distractores del objetivo central. A las mañaneras les vendría muy bien atemperarse, no tanto para inhibir la presencia de discurso del Presidente sino más bien para enfocarnos. Se va generando un ruido que, a la postre, acaba por meternos en discusiones que por ahora no tienen sentido.
En medio de la crisis se están presentando escenarios de confusión y confrontación. La decisión de diversas universidades de retirar sus pasantes de los hospitales abrió un hueco, es evidente que los puntos que les ofrecieron para sus exámenes por hacerlo no valen el riesgo.
Otro tema es el deslinde de la UNAM sobre el documento sobre Bioética. Sumemos la confusión que hay sobre el número de personas contagiadas, sospechosas y fallecidas.
La prisa explicable, pero injustificable, del Presidente por apurar la cuarentena puede llevar a una falsa salida. Por lo que se ve, en otros países es claro que no se puede luchar contra el tiempo, hay que asumir que estamos en medio de una crisis de largo plazo que además requiere de paciencia.
La controversia sobre qué privilegiar si la vida o la economía es interminable, no tiene salidas sencillas y lo que se haga va a terminar por ser cuestionable.
Hay una nueva controversia que hay que resolver con inteligencia y sensibilidad, qué hacer con las personas de la tercera edad que están ocupando atención y camas, no es tan sencillo los jóvenes por viejos. Una más, la falta de instrumentos técnicos para el personal de salud y las agresiones que han sufrido.
Esto es lo que hay que discutir y resolver, lo otro, por ahora, son marañas.
RESQUICIOS.
Era insostenible e imprudente que el Presidente siguiera haciendo giras. Estos días se tomó la sensata decisión de suspenderlas, qué bueno que lo hicieron, pero en verdad se tardaron.
Este artículo fue publicado en La Razón el 16 de abril de 2020, agradecemos a Javier Solórzano su autorización para publicarlo en nuestra página.
Autor
Javier Solórzano es uno de los periodistas mexicanos más reconocidos del país, desde hace más de 25 años. Licenciado por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales por la Universidad Nacional Autónoma de México, cursó estudios en la Universidad Iberoamericana y, hasta la década de los años 80, fue profesor de Comunicación de la Universidad Autónoma Metropolitana.
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