Acapulco es la representación más acabada de todas las virtudes y defectos del turismo mexicano.
Es un referente para el país y es lugar donde para muchos fue y es la primera vez, en más de un sentido.
Es un lugar querido, entrañable y contradictorio. Como la gran mayoría de los centros turísticos del país tiene infinidad de caras, por más que muchas se escondan o no estén a la vista de los paseantes.
Es un espacio que vive fundamentalmente de la visita de los capitalinos. Tiene sus muy buenas temporadas, Semana Santa, el verano y el fin de año, pero los acapulqueños saben bien que cada fin de semana les puede llegar la odiosa y bienvenida marabunta.
El coronavirus ha colocado a Acapulco en medio de todas sus contradicciones. El puerto que ven los turistas está muy lejos del corazón de la ciudad. Una cosa son sus playas, sus grandes y pequeños hoteles y condominios, y otra muy distinta el Acapulco profundo, el de la violencia, de condiciones económicas brutalmente adversas, de desigualdad social y de la falta de servicios de toda índole, empezando por los de salud.
El puerto está pagando con el coronavirus todas sus limitaciones y problemas. Los afectados son sus habitantes, sus comercios y su vida cotidiana. Acapulco no está teniendo manera de responder a la pandemia, todo está siendo adversidad por la falta de servicios y atención en materia de salud.
Lo que está viviendo Acapulco no es muy distinto de lo que muchos centros turísticos del país viven y padecen. Los turistas tendemos a ver una sola cara, pero sabemos que detrás de la gran atención, de las buenas formas, del descanso, la fiesta y las maravillosas vistas está, en la gran mayoría de los casos, la pobreza, el hacinamiento y las condiciones desfavorables de vida.
Hemos sido incapaces de crear modelos con equilibrios en donde aquellos que atienden y dan su mejor cara y esfuerzo vivan con dignidad.
La crisis que se le viene a los acapulqueños es brutal. No hay a dónde ir en caso de contagio y el número de camas no alcanza a tal nivel que mucha gente ha optado por dejar el puerto, incluso aquellos que lo tomaron como un refugio por la pandemia.
Acapulco está contra las cuerdas y no tiene elementos para enfrentar lo que ya llegó y lo que se les va a dejar venir. El problema para Guerrero no va a ser sólo el puerto, el cual es su bastión económico, la cuestión está en todo el estado, está en medio de una crisis de la cual no se va a poder salir si no es a través de un gran apoyo de la Federación, que no vaya a ser condicionado, y lamentablemente en el camino con una gran cantidad de bajas.
Estos días hemos conversado con restauranteros y hoteleros que nos han planteado los dramáticos y pesados escenarios por los que están pasando. No solamente se trata de lo que viven miles de familias, también se va tratar de las enormes dificultades que se van a presentar para poder regresar, porque para entrar de lleno en ello van a tener que hacer grandes inversiones, a la vez que desarrollar campañas para generar lo que hoy a todos nos anda faltando, confianza y seguridad.
Presumimos que el Gobierno federal se da cuenta de ello. La ocurrencia de terminar con los “puentes”, todo indica, pasará a mejor vida ya que se ha tomado la decisión de dejarlos como están, no tenían de otra. Estaban ahogando a todos los centros turísticos.
El puerto va a revivir sin la menor duda. La clave está en que requiere del concurso de todos, pero, sobre todo, atender con urgencia la vida de cientos de miles de acapulqueños atrapados por el coronavirus.
RESQUICIOS.
Que conste: la aplicación de pruebas Covid-19 a toda la población sería “un desperdicio de tiempo, de esfuerzos y recursos… no nos interesa porque es inútil, costoso e inviable…”: voz del cada vez más afamado y desatado vocero, que ya anda con cubrebocas.
Este artículo fue publicado en La Razón el 28 de mayo de 2020, agradecemos a Javier Solórzano su autorización para publicarlo en nuestra página.