En el priato no había división de poderes

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Se ha vuelto a escuchar/decir con frecuencia que “lo del presidente AMLO no es priista”, que “los priistas cuidaban las formas” e incluso que “el PRI tenía división de poderes”. Son afirmaciones huecas o grillas de estrategia casi irracional. AMLO era y es priista; como presidente desplegó un tipo de priismo “actualizado” (mezclado con otras prácticas actuales, contemporáneas, que no por eso buenas, incluyendo más de una práctica neoliberal). Los priistas no cuidaban las formas sino que violaban muchas formas legales y morales y practicaban otras malas, muy malas formas. Y una de las características del sistema priista era la subordinación de los poderes legislativo y judicial, es decir, la indivisión de poderes –indivisión a favor del poder Ejecutivo y contra la Constitución.

Eso se puede demostrar por muchas vías, y lo hemos demostrado. Lo haremos otra vez, aquí, con evidencia del lenguaje de políticos y medios por la realidad de esos años posrevolucionarios, inmediatamente antes y después de que naciera el PRI. Lo que obliga a aclarar una confusión: el PRI nació en enero de 1946 –pocos días después de la reforma electoral que pondría en manos de la secretaría de Gobernación federal la organización de las elecciones, centralizando el control electoral que ya tenía el partido oficial-, por lo que no nació con el presidente Alemán sino con el presidente Ávila Camacho (1940-1946), preparándose la transformación partidaria desde 1945 y con base en el PNR y el PRM; Alemán sería el primer candidato presidencial del PRI y el primer presidente de México con todo un sexenio (1946-1952) bajo tales siglas. La indivisión de poderes, a su vez, no nació en el año 46. Existía desde mucho antes: por ejemplo, en los años 30 existía y empezó a crecer más, presidencializándose, conforme se hacía más poderoso el presidente o el poder Ejecutivo federal.

Reiteremos: quien cree que la indivisión de poderes que está institucionalizando el obradorismo es algo inédito, algo nunca antes visto en la historia mexicana, está muy equivocado: la división de poderes no existió durante la mayor parte del siglo XX y durante el porfiriato tampoco. Esto es, no existió desde el último tramo del siglo XIX hasta el inicio de la Revolución, resurgió con el presidente Madero, murió con el brote dictatorial de Victoriano Huerta, quedó escrita en la Constitución de 1917 y volvió a sucumbir junto con esa Constitución en la década de los 20.

Vayamos a la evidencia prometida. Evidencia histórica político-lingüística. Ejemplos de lo que era normal en lo que decían políticos y gobernantes y en lo que reportaban y cómo lo reportaban la mayoría de los medios. Como el diario “La Opinión” de Puebla a lo largo del segundo semestre de 1945:

El gobernador Betancourt no mintió: “mis principales colaboradores como son los diputados”. Esto no tiene nada que ver con el parlamentarismo ni la cooperación democrática en la pluralidad, tiene todo que ver con el autoritarismo ejecutivista y la indivisión de poderes. Eso eran los diputados del congreso poblano, subordinados del poder Ejecutivo local, el gobernador, jefe local del partido (al que pertenecían todos o casi todos los diputados en esas décadas a lo largo del país). Que no se escape un dato más en la noticia: Betancourt, tras los excesos del ex gobernador y cacique Maximino Ávila Camacho, intentaba que su gobierno, incluido el congreso, diera una mejor imagen, cuidando las apariencias; la simulación de austeridad personal –esconder la riqueza lograda al amparo de la política- no es nueva. Así como hay quienes se esfuerzan por no parecer descarados, hay otros que empiezan así pero terminan en el descaro. Betancourt, que había sido parte del muy corrupto grupo de Maximino (posiblemente asesinado ese año de 45), no obligó a que sus colaboradores fueran realmente austeros y honrados como individuos y políticos, les pidió que como políticos no ostentaran su riqueza para no desprestigiar más al gobierno.

Otro caso:

Lo que vemos es una parte de lo que hacían los diputados en sus sesiones formales y oficiales: actuar de la forma más partidista y cortesana posible. Y cínica. Esos diputados poblanos usaron la tribuna para felicitar al nuevo presidente de su partido (se repite que no era un congreso plural), otro agente del Ejecutivo, y decidieron por unanimidad volver a felicitarlo por comunicación del congreso como tal. Ahí está la fusión del partido y el gobierno y la fusión del Ejecutivo y el legislativo, a favor del primero.

Si las cosas eran como hemos visto en 1945, ¿cómo fueron después? Iguales en lo fundamental. Con o sin las siglas PRI, había un partido oficial, un régimen político autoritario, simulación democrática, e indivisión de poderes. Podía haber empeoramientos dentro de lo mismo, ramas peores que otras, actos específicos peores que otros, unidos a la consolidación de la hegemonía del PRI, pero lo fundamental y constante era la no división de poderes antidemocrática, el tronco del partido posrevolucionario. Veamos la indivisión por el lado judicial, con una noticia de noviembre de 1949:

Es muy claro, el congreso, como poder legislativo formal, sólo tramita y formaliza los nombramientos de magistrados, los integrantes del poder judicial formal; sobre ese hecho más protocolario que otra cosa, los diputados dicen la verdad, no por amor de realismo científico a la verdad fáctica sino por un automatismo impune dada la normalidad política autoritaria. Lo dicen campantemente: los magistrados del tribunal superior local son los escogidos por el gobernador, felicitan al gobernador por escoger tan bien y hablan de los magistrados –y de sí mismos, los diputados y el congreso- como colaboradores del gobernador y departamentos del gobierno, del poder Ejecutivo.

¿Cómo creen que era la situación en el escalón federal o nacional? ¿Era diferente tratándose del presidente, el congreso de la Unión y la suprema corte? No.

Aquellos ejemplos poblanos no eran excepciones dentro de Puebla ni Puebla era una excepción dentro de México. Ésa era la normalidad política en Puebla y lo que era normal en Puebla era normal en México. De hecho, el problema bajaba: la causa se movía de arriba hacia abajo: el sistema hiperpresidencialista se reproducía en los estados como hipergobernadorismo. La indivisión de poderes, a favor de los poderes ejecutivos, estaba por todo el país, en los peldaños superiores e inferiores del Estado.

Pero si quedaran dudas vamos a la década de los setenta, antes del inicio de la transición democrática. Observemos al entonces presidente del PRI –el por lo demás respetable Jesús Reyes Heroles- hablando con trabajadores del poder judicial del Distrito Federal:

“Este es su Partido; contamos con ustedes, con su saber y con su actuar. Ustedes pueden y deben desempeñar un papel decisivo en las tareas futuras que este Partido va a emprender”. “De manera tal que cuando llegue el acto electoral [elecciones ejecutivas y legislativas, federales y locales] hayamos estado actuando todos los días y no sintamos que nos enfrentamos a una prueba. Veamos eso como un evento de todos los días. Por la preparación cotidiana, por la actividad ideológica permanente que nos mantenga entrenados como si fuera la gimnasia de todos los días. De aquí que como antes decía, la cooperación de ustedes sea decisiva”.

Son palabras de su “Entrevista con los integrantes del Comité Ejecutivo del Sindicato de Trabajadores del Poder Judicial del Distrito y Territorios Federales”, del 8 de marzo de 1972, que pueden ser consultadas en la edición priista de los “Discursos Políticos” de Reyes Heroles (Imprenta Madero, 1975; lo que cité se encuentra en la página 25). Y Reyes Heroles era un priista raro, mejor que el promedio… El gran hecho es que los poderes judiciales de todo el país estaban partidizados del copete a los zapatos. Generalmente, los trabajadores de arriba y de abajo eran algún tipo de priistas, los “de base” y los “de confianza”, y los más altos jueces, magistrados y ministros. No se podía llegar a las alturas siendo antiPRI o total y verdaderamente independiente del partido. Así, los funcionarios del poder judicial, sea de la federación o de las entidades federativas, eran funcionarios del partido, con o sin gafete. Sólo podía haber excepciones. Y en tanto el poder judicial federal era un órgano del poder Ejecutivo, la suprema corte era un brazo del presidente, el jefe del PRI.

Si en los años cuarenta, cincuenta, sesenta, setenta, hubieran hecho elecciones judiciales, ¿cuál habría sido el resultado? El que quisiera y conviniera al PRI, porque era el partido hegemónico y podía controlar el proceso. El partido oficial no hizo elecciones judiciales antes de 1946 porque pudo transformarse en hegemónico sin ellas y no las hizo después del 46 porque ya era hegemónico y no las necesitaba.

Es necesario y apremiante conocer el pasado para conocer el presente, entender uno para entender el otro, y en “nuestro” caso para ver y comprender las diferencias y las muchas similitudes entre una parte del siglo XX y lo que se aceleró a partir de 2021. La única diferencia considerable entre la subordinación judicial en el priismo y la subordinación judicial en el obradorismo es que por AMLO aparecieron las elecciones judiciales. No se las copiaron a Bolivia, AMLO quiso “repetir” con manipulación un experimento de los liberales mexicanos del siglo XIX, para que él pudiera parecer o sentirse Benito Juárez. Fue otra decisión del teatro “histórico” de López Obrador que se convirtió en otra reforma institucional autoritaria y firme. Pero el fondo es el mismo que el del PNR-PRM-PRI hegemónico, que para serlo también hizo una reforma (anti)judicial en 1935: controlar al poder judicial, partidizarlo, subordinarlo a otro poder formal, y por momentos a otros poderes informales… El fondo priista será resultado obradorista. Resultado que, estoy casi seguro, Morena podría conseguir con el tiempo sin elecciones judiciales, pues la mayoría de la clase política está o estará convencida de que lo mejor para la ambición es obradorizarse o callarse mucho. Así que otros debemos criticar tanto al obradorismo como al priismo. Ningún PRI merece lavado de cara ni reivindicación histórica, jamás.

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