La literatura es la aventura intelectual que nos hace más humanos: delimita nuestra capacidad para crear o recrear tantos mundos como nuestra imaginación sea capaz. Por eso la literatura es como aquellas nubes que nos acompañaron en la infancia en todas partes, nos sigue porque es nuestra inventiva, una atmósfera que el escritor creó, necesariamente, como un mundo cerrado en donde siempre sucederán las mismas cosas y los personajes siempre tendrán el mismo carácter.
Y así trascienden, por cierto, como lo ha hecho El Quijote o La piel de zapa que es ahora como el espacio donde escribo: mientras más lo hago más se encoge.
En la literatura el lector expresa sus propios anhelos y fantasea con otras vidas, por eso también es un acto creador y placentero. Sí, leer es un placer y leer sólo por placer, un acto de libertad.
No existen mundos donde no hay literatura (en todo caso, sólo podemos inventar uno donde no la hay mediante la construcción literaria). Por ello, cada región o país tiene sus propias formas de expresión que, por cierto, reflejan su historia.
Desdeñar la literatura es despreciar nuestras raíces e ignorar las otras que nos conforman en la Tierra. Leer literatura universal nos acerca con los otros, nos permite reconocerlos, delimitar diferencias y semejanzas y, en una paradoja formidable, crecer en nuestra capacidad imaginativa.
Cuando nuestros libros de texto de primaria y secundaria cercenan la literatura están cortando algunas de las principales raíces con las que hemos cultivado nuestro jardín como personas porque, como he dicho, la literatura nos ha hecho más humanos. Quizá sobre todo al incentivar la mirada sobre el otro, lo que nos permite comprender, más que juzgar. Y vivir otros mundos en vez de condenarlos.
Al ser un acto creador, la literatura también es un acto transgresor de ahí que, en los espacios y en los momentos históricos donde ha pretendido ser delimitada, ha imperado la promoción del pensamiento único y, a veces, el culto a la personalidad.
En Cuba han sido perseguidos los escritores, en particular desde 1965 hasta la fecha. Lo mismo sucedió en la Unión Soviética o en Checoslovaquia, también en los 60, donde fueron perseguidos los artistas y, entre ellos, los escritores.
Un niño leyendo a Julio Verne siempre será más alentandor que un niño sin lectura y no sólo porque esa es una elocuente estampa de aislamiento y soledad, sino porque se le están cortando las alas para volar junto a las nubes que, pese a todo en estos momentos, lo están persiguiendo.