Así, “En las profundidades del pensamiento de López”, se titula un emblemático libro de 2006 editado por Editorial Rayito y firmado por Bernardo Graue Toussaint. A 12 años de que viera la luz y a un par de meses de que Andrés Manuel López Obrador rinda protesta como presidente de la republica, tal texto recobra vigencia.
Al observar el índice, el lector bien podría sentirse aliviado al ver que por fin se adentrará en una especie de confesión real sobre las posturas de López Obrador frente a diversos temas de alta relevancia para el interés público nacional: “su perfil ético”, “su vocación democrática”, “su honestidad”, “su capacidad intelectual”, “su apego a la legalidad”, “su entendimiento de la diversidad”, “su respeto por las instituciones”, “su salud emocional”, “su compromiso con la verdad” y “su pacifismo”. Por instantes -como ocurrió con quien escribe estas líneas- usted podría experimentar que las certezas llegarán, que despejará sus múltiples dudas sobre asuntos en los que AMLO ha sido esquivo o ambiguo -profuso, difuso y confuso, diría el dicharacho de antaño-, y que por fin volverá a dormir tranquilo con la ayuda de un libro que apaciguará la incertidumbre.
Al avanzar en la lectura, luego de que seguramente usted ya se puso cómodo en su sofá predilecto y quizás hasta se sirvió una taza de café, té o su “gerolán” favorito, experimentará un sobresalto. En una de esas creerá que la librería o la editorial le ha visto la cara, que le robaron y/o le fallaron en la promesa de brindarle un producto donde “encontrará las respuestas”, un ensayo que presumía de ser al menos un reconfortante placebo… eso sí, al cabo de unos segundos, y solo si usted goza de un pleno sentido del humor (la feligresía pejista, como buena legión fanatizada, carece de tal cualidad) soltará una sonora carcajada o cuando menos sonreirá sardónicamente.
Me dejo de farragosidades y le revelo el hecho: se topará con un empastado de unas 72 hojas totalmente en blanco. Una genialidad de la literatura política contemporánea, sarcasmo ácido e ironía pura… y que a la vez evidencia una penosa realidad: el cantinfleo como elemento central en el discurso de López y su séquito. Tal pieza de colección es pues una crítica implacable al arquitecto de la autodenominada “cuarta transformación” (“4T”), exhibe al político pragmático, al “mesías tropical” que muchas veces elude las definiciones “comprometedoras”.
López Obrador es, ni duda cabe de ello, el líder de un partido en el que también confluyen personas y actores políticos probos, de pensamiento liberal (aludo a aquella basta definición de liberalismo político, el cual va mucho más allá del liberalismo puramente acotado al ámbito económico). Empero, en el seno de su organización hegemoniza una facción cuya orientación filosófica-pragmática -para nadie es un secreto- se formó en el rancio priismo setentero liderado por los expresidentes Echeverría y López Portillo; sí, ese priismo que algunos de la autodenominada izquierda morenista busca resucitar, el de la narrativa del nacionalismo revolucionario. Un modelo político-económico -lo vimos y padecimos ya- de sepa autoritaria, demagógica y populista. Eso fue la “docena trágica” (los sexenios de LEA y “JOLOPO”) y eso promete ser el lopezobradorismo de 2018, la “4T”.
Ojalá que no (diría el optimismo al que uno se aferra cual instinto de supervivencia) pero qué podemos esperar cuando las incongruencias, dislates y ocurrencias del “amado líder” y su cohorte nos gritan lo contrario. Día a día “dan la nota”, se contradicen y reavivan las dudas. Verbigracia: una supuesta “austeridad franciscana” con poca planeación (y con alto potencial lesivo para el capital humano de instituciones fundamentales), la “consulta” para definir en dónde se edificará el nuevo aeropuerto, el “tren maya” sin consulta, el caso de las refinerías, la “amnistía” que no acaban de explicar, el posible cambio al marco jurídico del Banxico, las descalificaciones a la prensa que cuestiona, la incongruente “fificación” del círculo cercano a AMLO, el escándalo propiciado por la -anticlimática y antiespacial- futura directora del Conacyt, las alianzas de AMLO con impresentables actores políticos, el ya anunciado pacto de “borrón y cuenta nueva” entre administraciones entrante y saliente, el desdén por la agenda progresista (PES-comisiones de Cultura y Salud, caso combatido exitosamente por diversos sectores de la sociedad), la preservación de la reforma energética cuando habían prometido echarla para atrás, la negativa a bajar el precio de la gasolina (cuando también lo prometieron), los pactos con la CNTE, las ambivalentes declaraciones sobre Javier Duarte, Elba Esther Gordillo o Rosario Robles, o la confesión de que no será posible cumplir con todas las promesas de campaña. Suficiente para documentar nuestro necio pesimismo.
Las señales que manda el presidente electo y sus voceros siguen siendo preocupantemente ambiguas en varios rubros. Persiste la incertidumbre. Sin contrapesos en el Poder Legislativo, con un Poder Judicial y órganos autónomos a los que algunos querrán someter (así lo han sugerido), las más retardatarias promesas del lopezobradorismo podrían avanzar sin diques (¡vaya reto para las oposiciones partidistas y sociales!).
Morena y Andrés Manuel tienen el beneficio de la duda más no un cheque en blanco. Finalmente aun no asumen formalmente el poder. Desafortunadamente, López Obrador –aquí sí ha sido claro- no busca la transformación del régimen y sistema políticos para así incentivar un mejor porvenir. Él dice que su ejemplo basta –y sus mayorías en las Cámaras- para propiciar que las cosas cambien (suena al fracasado voluntarismo de Vicente Fox) o, en línea con su discurso, para que México regrese al anhelado “edén subvertido” (Roger Bartra dixit), a la restauración de un presidencialismo omnipotente. Esa idea guía el pensamiento de López. La preocupación tiene fundamento.