Hubiera no es un buen verbo, pero en ocasiones dan ganas de conjugarlo. Uno de esos momentos tiene que ver con Luis Donaldo Colosio. ¿Qué hubiera sido del país y de nosotros si no lo hubieran asesinado?
Hay otros casos en que optamos por mejor ni preguntarlo. ¿Qué sería, por ejemplo, de Pedro Infante si no hubiera muerto en un accidente de aviación?
Puede ser que el gran mito se hubiera transformado. De seguro las televisoras se lo hubieran devorado para llevarlo a La Academia o a La Voz, a los que llegaría con bastón o en silla de ruedas.
Mucho de lo que fue Pedro Infante lo alcanzamos a ver y vivir. El mito se construyó en vida y acabó por crecer y fortalecerse por la edad en que murió y por la forma en que perdió la vida. Pedro Infante era un mito y un ídolo; su lamentable muerte se encargó del resto.
Con Luis Donaldo Colosio nunca supimos bien a bien quién era. Se fue convirtiendo en una promesa por innumerables motivos. Uno de ellos fue su discurso del 6 de marzo de 1994; estaba tomando una seria y clara distancia del entonces todopoderoso Carlos Salinas.
Fue un momento complejo porque a la par de este discurso, junto con las declaraciones y los desplantes que empezó a tener el candidato, Manuel Camacho se hacía presente, en lo que se interpretaba como uno de sus últimos intentos por ser el candidato a la Presidencia por el PRI.
Por esos días, Carlos Salinas tuvo un encuentro “casual” con los medios para lanzar su famosa frase de “no se hagan bolas”, aderezada con un “qué buena mañana”.
Se interpretó como un “no especulen, el candidato era Colosio”. Lo paradójico es que fue el propio Salinas quien dejó correr todo tipo de versiones ante la molestia discreta de Luis Donaldo.
Colosio parecía ser algo diferente dentro de un sistema cada vez más inoperante. Nunca se sabrá qué hubiera pasado. Todo quedó en una idea en el imaginario colectivo, en medio de la ganas sociales de que las cosas fueran diferentes.
Nunca sabremos, por ejemplo, qué hubiera hecho Colosio ante la crisis del 94. Estábamos bajo la leyenda urbana de que el equipo de Zedillo se quejaba porque “nos dejaron la economía puesta con alfileres”; mientras que los de Salinas respondían con “sí, pero ustedes se los quitaron”.
La tarde del 23 de marzo debe verse, y entenderse, con ojos del momento. No sólo en los que compete a la política, sino también en lo que concierne a la comunicación y la difusión de la información.
La tardanza y la confusión tenían que ver con que los mecanismos técnicos de los medios eran otros. También era el hecho de que se había atentado contra el candidato a la Presidencia del partido en el poder, casi seguro ganador de las elecciones.
Al autor del “Quebradero” le llegaba todo tipo de información estando al aire en Stereo Rey. Que si habían sido varias personas las que atacaron al candidato; que alguien se le acercó y le metió un batazo en la cabeza; que lo habían lastimado debido a que mucha gente se quería acercar a él y en las bolas, lo tiraron.
Cerca de las ocho de la noche, hora del centro, recibimos una llamada que nos permitió saber con exactitud lo que había pasado: “Le dispararon a Colosio, iba inconsciente, lo vi pasar a mi lado, lo llevaban cargando, su cabeza sangraba… está horrible la cosa”. La llamada se hizo desde un teléfono público, lo cual se agradece profundamente a quien nos la hizo en medio de la crisis y la confusión.
Hay más preguntas que respuestas. Nunca sabremos qué sería del país si Colosio hubiera sido Presidente.
Lo que sabemos es que se truncó la vida de un hombre que quería y tenía el derecho de gobernar el país.
Seguimos sin saber si alguien estaba detrás de los devaneos de Mario Aburto.
RESQUICIOS.
No todos los que le chiflaron a López Obrador son fifís, ni todo el público en el estadio le chifló. Efectivamente, es parte de la libertad de expresión; pero si saben leerlo es una manifestación de inconformidad que no había visto ni sentido en carne propia el Presidente.
Este artículo fue publicado en La Razón el 25 de marzo de 2019, agradecemos a Javier Solórzano su autorización para publicarlo en nuestra página.