Muchos mexicanos, si no es que todos, estamos enojados. Unos por una cosa y otros por otras, pero en general un ambiente de encono recorre nuestro país. De unos meses para acá, podríamos decir que ha aumentado el deseo de la población de hacerse justicia por propia mano. No se necesita ser una gran analista política o psicóloga social para darse cuenta de esta realidad, basta leer los diarios o escuchar los noticiarios. En una comunidad, en un pueblito o en un pesero, se puede dar un episodio en donde la mayoría se hace cargo mediante la violencia de que se castigue al presunto ratero o delincuente. Hace un par de días en Pantitlán, por ejemplo. En algunos de estos episodios se sabe que los culpables no lo eran (recordemos el episodio más o menos reciente que le costó la vida a dos encuestadores que no violadores) y, en otros, era evidente que los linchados estaban cometiendo el delito en flagrancia. Esto que acabo de decir (a pesar de lo atroz) finalmente y para el propósito de esta reflexión es lo de menos. El hecho es que un colectivo propina un castigo físico y público a un presunto infractor para, supuestamente, hacer cumplir la ley, ya que el Gobierno ni de lejos tiene el monopolio de la violencia. Estos hechos sin duda son más que reprobables, ahora si que “haiga sido como haiga sido”. Pero ahí no para la cosa.
Hay muchos otros ciudadanos que muestran su enojo a través de la palabra, expresión menos terrible pero igualmente sintomática. Cada vez más, leo, escucho y veo expresiones muy violentas en contra de la actual administración entre ciertos segmentos de la población. Lo mismo entre amigos, en la familia, al revisar mis redes sociales o recibir un meme, al leer un artículo o en un programa de radio o televisión. El círculo rojo, con muy pocas excepciones está más rojo que nunca por tanto coraje. Eso sí, en general me uno a ellos.
Otros, un grupo especialmente interesante, están enojados con los que estamos enojados. ¿Cómo se puede poner en duda o criticar por mala gestión al gobierno de López Obrador? ¿Cómo no darse cuenta de que lo de menos es que se hayan perdido casi un millón de empleos en lo que va del año, cuando en agosto se han creado 52 mil? ¿Cómo no entender que el problema del Covid está resuelto? ¿No se dan cuenta, (¡estos conservadores!) que no significa nada que haya casi 60 mil muertes en nuestro país por esta pandemia? La curva, entiendan, ya se aplanó, dicen muy irritados mientras salen a disfrutar de la ciudad con la cara al aire y sin necesidad del cubrebocas. ¿No se dan cuenta, fifís, que no hay medicamentos, ni respiradores, ni equipamiento hospitalario porque se acabó con la corrupción? No sean impertinentes neoliberales, el presidente dijo que se iban a generar en este durísimo año, dos millones de empleos, desde luego eso no va a suceder… pero no sean fijados, vamos requetebien y ya se ve la luz de la esperanza (más bien creo que es la del más allá) al final del túnel.
Llego a la conclusión, según mi modesto análisis, que todos estamos agraviados, molestos, irritables y preocupados. Eso sí, atención, el resultado de esta indignación generalizada es punto menos que asombroso. Cuando se hacen encuestas (y he revisado varias) y se les pregunta a muestras supuestamente representativas de los mexicanos ¿como ven su situación económica en lo que resta del año? dicen que muy mal; que ¿como ven su situación económica para el año entrante?: nuevamente dicen que mal; que ¿sienten que ha mejorado su seguridad? contestan que no, que ha empeorado, ah…pero cuando se les pregunta ¿cómo califican la actuación del presidente en estos dos años? dicen que ¡muy buena! Y yo al ver tanta negación, tanta autodestructividad, tanta pasividad e incongruencia pienso que efectivamente estamos llegando a un punto límite; que debemos aferrarnos como nunca a la ley; que antes que hacerse justicia por propia mano, está la defensa de la democracia y las instituciones; que, por otra parte, como México no hay dos y que cada día yo me encuentro más y más enojada. A ver hasta donde aguantamos.