Diego Enrique Osorno es un gran contador de historias. Por igual, cuando escribe la biografía del empresario Carlos Slim, al interrogarse sobre La muñeca tetona (2017), cuando redacta un artículo o al decidir perfilar y buscar a Samuel Noyola —un poeta desaparecido y legendario—, en el documental Vaquero del mediodía (2019). Noyola es tan mítico que en México cualquiera que se considere a sí mismo alguien en el medio literario dice haberse encontrado a Samuel: “Ya hace tiempo”. Invariablemente la anécdota incluye comida, monedas y alcohol. “Ni sabía que estaba perdido”, agregan al narrar la historia. Pero, los más cercanos a Noyola no tienen noticia de él desde hace casi diez años.

La búsqueda de Noyola emprendida por Osorno probablemente fue seria, pues pasó por levantar una denuncia, conseguir pruebas de ADN para identificación de restos en fosas comunes y la visita cuando menos a un manicomio. Pero la forma en que Osorno la presenta es lúdica: quizá estaba destinada al fracaso e incluye la contratación de una detective con oficina estrambótica y la consulta a una adivina con uñas de abundantes centímetros de largo. Asimismo, el uso de imágenes de archivo es crucial para el documental. En lo visual, hay un despliegue de recursos como los versos de Noyola en pantalla. Se recurre incluso a imágenes efectistas como una en que se ve fuego en un lago. Pero la pirotecnia audiovisual no da carácter cinematográfico a un documental. Vaquero de mediodía está a caballo entre lo cinematográfico y, a falta aún de mejor palabra, lo televisivo.
La versión que Osorno ofrece sobre Noyola implica la oposición entre una carrera potencial que no se logró por completo y la realidad a la que derivó el poeta. En voz del novelista Juan Villoro se nos descubre cómo Noyola fue apodado Vaquero del Mediodía en los años noventa. Villoro debía encontrarse en el Café La Habana, en el centro de la Ciudad de México, con Mario Santiago Papasquiaro al mediodía. Noyola, que estaba con Villoro en ese momento, lo acompañó y los tres tomaron cerveza pues, al ser las 12:00, quedaba superada la superstición de Papasquiaro sobre no beber antes del mediodía. Fascinado ante la hebilla y las botas de Noyola, Papasquiaro —en alusión a la película de Schelsinger, Vaquero de medianoche (1969)—, le dedico su libro Beso eterno (1995) al “Vaquero del Mediodía”.

Ya esto sería suficiente para indicar la integración de Noyola al círculo de las letras. Papasquiaro, otra figura mítica, moriría en 1998 y fue convertido en personaje de Los detectives salvajes (1998) por su amigo Roberto Bolaño. A su vez, Villoro es hoy miembro de El Colegio Nacional, la institución que reúne a distinguidos mexicanos de diversos campos del conocimiento. No obstante, otro entrevistado nos permite asomarnos a cómo Noyola terminó acercándose directa e informalmente a Octavio Paz, en cuya revista, Vuelta, llegó a trabajar. La relación entre Paz y Noyola se volvió tan cercana que Vaquero de mediodía refiere dos versiones sobre ella: la de Noyola calificándola como un vínculo paterno filial y la de los rumores sobre tríos sexuales entre los Paz y Noyola. Fuera de eso, la personalidad de Noyola es capturada por el escritor Fernando García Ramírez, otro miembro de Vuelta, al referirse a él como un “huracán” y un “latoso profesional”. Noyola era, pues, el apadrinado de Paz —la figura central de la cultura y del mundo intelectual mexicano de la segunda mitad del siglo XX. En otro plano, que también revela lo convencional que podría haber sido la vida de Noyola, hay diálogos con sus parejas. Una de ellas, al momento de la filmación, era senadora por el PRI y antes había estudiado administración de empresas en el ITESM. Samuel Noyola parecía encaminado a esa gloria circunscrita y llena de deferencia impostada que es el reconocimiento literario en México.
La realidad de Noyola, no obstante, se desarrolló, de manera distinta. Consumía alcohol constantemente, dejó de tener casa, vivió con amigos, pasó tiempo en un reclusorio, por años habitó en vehículos abandonados en la calle, se dedicó a cuidar coches en la vía pública, desapareció. Los entrevistados buscan explicarse la conducta de Noyola. Creo que no se pronuncia la palabra alcoholismo. Oímos que el poeta se habría deprimido por la muerte de Paz, que Paz tendría la culpa, que la agresividad de Noyola en borracheras podría haber llevado a que lo mataran, que haber luchado con los sandinistas contra la guerrilla opositora quizá lo habría llevado a matar, que caer en la cárcel lo deshizo; incluso su hermano parece sentirse responsable… Osorno no presenta ningún testimonio que asuma que Noyola decidió vivir así por elección propia, marcar distancia respecto al éxito en la normalidad.

Vaquero del mediodía me hace pensar en las opciones creativas de Osorno. La asociación con personas como la cinefotógrafa María Secco y el editor Pedro G. García, puede ser una ruta al reconocimiento: el Ariel —principal galardón cinematográfico de México— no se le escapará en el futuro. Este sería el camino convencional. Una alternativa es explotar más la investigación, con profundización y definición sobre los temas, cultivando la tradición de documentales que contribuyen a informar y son parte de debates públicos. Sin embargo, la curiosidad, capacidad para indagar y el humor contenido de Osorno podrían apuntar también en una dirección más difícil. En ésta, los premios podrían no llegar, no obstante, el alcance de las obras podría trascender la comunidad local y, acaso, llegarían a ser perdurables. La posibilidad existe: si rompe con las pirotecnias audiovisuales festejadas, Diego Enrique Osorno podría abrazar su identidad como “investigador radical de la realidad”.
Vaquero del mediodía está disponible en Netflix. La siguiente entrega de esta columna de crítica cultural semanal será: “La poesía de Samuel Noyola”.
Autor
Escritor. Fue director artístico del DLA Film Festival de Londres y editor de Foreign Policy Edición Mexicana. Doctor en teoría política.
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