Escuelas normales: fabricantes de ignorancia y violencia

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Hace poco, un amigo profesor de la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca (UABJO) hizo un ejercicio con sus alumnos sobre el tema Ayotzinapa, donde surgieron unas preguntas muy interesantes; que deberían contestar los defensores de las escuelas normales


“¿Qué ha pasado con todas las generaciones que han salido de esa normal para maestros? ¿Esos maestros habrán sido maestros de esos policías que los asesinaron? ¿Ellos han educado a parte de esa sociedad?”


También habría que cuestionar los métodos de selección que usan algunas de sus escuelas, como ha señalado Guillermo Sheridan en El Universal y ampliado enLetras libres:


“Ayotzinapa no es la excepción. Según esa misma nota, en 2012 los jóvenes de nuevo ingreso a la ‘Isidro Burgos’ se negaron ‘a someterse a la semana de adiestramiento y presentaron una queja ante la comisión estatal’ [de Derechos Humanos]. De acuerdo con diarios locales, ‘en represalia, los alumnos no fueron admitidos’. De acuerdo al reportaje, ‘entre las vejaciones que denuncian” alumnos y padres de familia se encuentran las siguientes:


“Baño con desperdicios de alimentos, tierra, orines o pintura. Rodar sobre papeles con excremento. No dormir ni comer. Correr en cuclillas en la madrugada. Ser levantados a golpes o gritos. Realizar labores ininterrumpidas sin comer ni tomar agua.”


***


Desde siempre la labor del magister fue considerada de las más nobles e importantes en el desarrollo de la humanidad, por ello, en los años 60 del siglo XVIII, en Francia se acuñó el término “Normal” para llamar así a la escuela especializada en formar profesores. En 1825 en México se crea la primera escuela normal lancasteriana. Porfirio Díaz creó solamente dos normales, una para varones en 1887 y otra para mujeres en 1889. Las normales crecieron después de la Revolución y recibieron el respeto al cumplir su cometido, sin embargo, a partir de los sesenta del siglo pasado se fueron pervirtiendo sus principios y ahora no son ni la sombra de lo que fueron.


Eran mejores los profesores que egresaban sin cursar la preparatoria que estos que, desde Miguel de la Madrid, egresan con una “licenciatura”. Por supuesto, no es de estas escuelas toda la culpa, a los gobernantes no les ha importado la educación, sólo hay que ver la lista de encargados de la SEP y suponer por qué han llegado ahí.


Los resultados de esa inconsciencia la podemos constatar. Por ejemplo, en julio de 2010, la SEP declaró que de 93 normales públicas y privadas ni un solo egresado logró aprobar el examen para obtener un puesto de trabajo en las escuelas de preescolar, primaria y secundaria. Esto de un total de 824 instituciones de educación superior.


A esa vergüenza se le sumó que a 19 mil 214 de los 151 mil egresados de esas escuelas se les impartió un curso de seis meses “para que los futuros maestros aprendieran a sumar, restar, multiplicar, dividir, leer y escribir bien, así como también lo que son las normas básicas y reglamentos del sistema educativo” (El Universal. 19/07/2010).


Ante ese panorama la SEP convocó a promover cursos sabatinos de “regularización” entre los aspirantes a maestros en materias como matemáticas, español y normatividad educativa. Como es corriente, la mayoría de normalistas no hizo el menor caso. El lector recordará la “revolución” que provocaron los estudiantes de Michoacán al negarse a recibir clases de inglés y computación: marchas, manifestaciones, bloqueos y quema de autobuses, policías lesionados. O a los estudiantes dela Normalde Ayotzinapa, en Guerrero, que incendiaron una gasolinera, donde, al intentar impedir la propagación del fuego, murió Gonzalo Miguel Rivas Cámara. Otro caso de impunidad, ya que, se detuvo a casi medio centenar, pero salieron con una fianza de siete mil pesos (también fallecieron dos normalistas por balas de la policía) .


Al contrario de otras carreras, la magisterial es preferida por jóvenes sin vocación, cuyo interés es tener un empleo para toda la vida, donde casi se cobra sin trabajar (lo hacen entre 100 y 120 días al año), donde no existen castigos para el mal desempeño y donde solucionan el futuro de su hijo, ya que les podía legar la plaza sin que haya cursado ninguna carrera.


Las escuelas normales son nidos de agitadores, sostienen no pocos analistas; coinciden en que es donde se inculca ideología anquilosada, ya rebasada en el mismo socialismo (y peor comprendida, si no, hay que observar que en los plantones cuelgan imágenes de Stalin), los más aguerridos, son premiados por el corrupto sindicato con plazas en las ciudades o cercanas a ellas o incorporados a la plantilla sindical.


Pablo Latapí Sarre, uno de los más importantes estudiosos del fenómeno educativo, señaló en un artículo que tituló “¿Cómo aprenden los maestros?”:


“Hay insatisfacción también respecto a la formación inicial por varias razones:


“Los sistemas de formación inicial no han atendido, por décadas, a los requisitos de ingreso de los estudiantes, principalmente al elemento relacionado con la ‘vocación’ del candidato. Uso el término en sentido riguroso como el conjunto de cualidades, creencias, valores y disposiciones anímicas que conforman la aptitud para el magisterio. Hay dos profesiones, se dice, que requieren ‘vocación’; sin ella se puede ser contador, matemático o comunicólogo, pero no médico ni maestro”.


Latapí echa mano de un estudio de Beatriz Calvo sobre educación normal y control político que concluyó que, en la Escuela Nacional de Maestros “las dos terceras partes de los estudiantes confesaban haber elegido la carrera por sus ventajas materiales y prácticas (carrera corta que les daba el diploma de bachillerato y el de maestro de primaria, les aseguraba una plaza federal con sueldo y prestaciones de por vida, o por haber sido ésta la decisión de sus padres), y sólo 37.5% estudiaba ‘por vocación al magisterio’”.


Sobre si sería su trabajo permanente: “36.4% opinó que pensaba abandonarlo y 27.3% que planeaba combinarlo con el estudio y ejercicio de otra carrera. Se señala también la incapacidad del currículum para proporcionar una formación humana integral y de verdadera calidad, que desarrolle las destrezas intelectuales básicas –de análisis, síntesis, relación, inferencia, comunicación, etcétera–, los valores, la autoestima, la madurez emocional y las relaciones interpersonales.


“Y finalmente se critica la endogamia de la formación docente, que produce una estrechez mental y cerrazón defensiva a los conocimientos de otros campos disciplinarios; una especie de blindaje a aprender cosas diferentes, y una peculiar forma mental que privilegia el cumplimiento de lo prescrito y busca la seguridad en la ejecución de recetas, sin recurso a la reinterpretación significativa de lo que se ordena”.


SOLO BUSCAN LA PLAZA DE POR VIDA”


Los especialistas en educación, coinciden en que la mayoría de estudiantes ingresa a una normal sólo por conseguir una plaza de maestro, es decir, para tener un empleo de por vida. Por eso los resultados: en septiembre de 2013, la SEP señaló que, según sus estadísticas, sólo 33 por ciento de egresados de las normales públicas es capaz de dar clases, 67 por ciento de nuevos profesores no tiene un nivel aceptable de desempeño frente a un grupo; por eso los capacitan después de egresar.


Eso nos lleva a preguntarnos, ¿no sería más fácil y menos oneroso para el Estado, recibir a jóvenes con preparatoria, capacitarlos seis meses y entregarles su plaza? Así se evitarían esos gastos (no inversión) de las normales, que en su mayor parte, son semilleros de activistas, que, antes de ser sindicalizados, se suman a los profesores de la CNTE. O se podría incorporar las carreras magisteriales a la universidad.


Cuatro meses antes, la SEP informó que en las escuelas normales es donde “está el abandono de la educación”, porque “apenas el uno por ciento de los 445 planteles tiene el ‘perfil’ deseado de calidad establecido por la Secretaría de Educación Pública (SEP)”. (El Universal.15/05/2013).


También se informó que la baja formación de los estudiantes de 93 de las 445 normales públicas y privadas del país “ha provocado que sus egresados no puedan obtener una plaza en el concurso de maestros en los últimos años”.


Por cierto, en México, en todas las carreras existen reprobados, jóvenes que no pueden egresar porque no pudieron con el peso escolar, sin embargo, por lo menos, en la normales de Oaxaca, todos los que ingresan, a menos que mueran o decidan salir por su cuenta, obtienen un título.


Pero por lo que reconocemos a los normalistas es por causar desmanes, robar autobuses (aunque en la prensa se use un eufemismo: “secuestrar”), bloquear carreteras, secuestrar funcionarios, quemar y destrozar propiedad privada y acosar y discriminar a los estudiantes que se niegan a ser cómplices de sus actos criminales, como ocurre en la Normal del Istmo (ENUFI).


No obstante, hay voces que señalan que se deben articular las normales al plan de estudios de preescolar, primaria y secundaria, y regresar su administración a la Subsecretaría de Educación Básica, no cómo ahora que es la subsecretaría de Educación Superior, considera Manuel Gil Antón, investigador del Colegio de México; y atender especialmente a las 19 normales rurales, algunas de las cuales, ubicadas en las zonas más pobres del país, representan focos rojos "pues ahí se ubican los estudiantes que no logran pasar los exámenes como consecuencia de las condiciones sociales y la infraestructura precaria". Señala que se requiere diseñar un plan de "jubilación digno" para los maestros de esas escuelas e impulsar la capacitación de los maestros de docentes.


Gila Antón coincide con un planteamiento de Pablo Latapí Sarre, quien, en el 2003, en el aniversario 35 de la Escuela Normal Superior del Estado de México, señaló:


“Desafortunadamente el Programa para la Transformación y el Fortalecimiento Académicos de las Escuelas Normales vigente no llegó a las raíces de estas deficiencias; ha ampliado los recursos materiales de las instituciones, mejorado notablemente sus bibliotecas y equipamientos electrónicos y propuesto un currículum que, aunque discutible, es al menos más coherente con los planes y programas en vigor; pero no se propuso renovar a fondo (inclusive contemplando la jubilación anticipada en algunos casos) plantas docentes anquilosadas ni introducir mecanismos auténticamente universitarios de evaluación externa de profesores y estudiantes, o de evaluación y acreditación de las instituciones”.


Latapí agregó que los modelos de formación y actualización magisterial muestran “síntomas de agotamiento, dispersión y, en cierto sentido, de derrota” y que la UPN “no acaba de encontrar su lugar y desempeña funciones de docencia e investigación escasamente pertinentes a sus propósitos originales”. Pero, también que, “no hay aún consensos sobre los caminos que debamos emprender en el futuro en esta materia ni un claro liderazgo de parte de las autoridades”.


En la práctica, las normales no sirven, porque producen profesores que no saben enseñar: según los resultados de la prueba PISA que se acaban de publicar, en lectura estamos por los suelos y el 55 por ciento de los alumnos mexicanos no alcanza el nivel de competencias básico en matemáticas, es decir, jóvenes de 15 años no son capaces de realizar los cálculos aritméticos más elementales para la vida diaria.


Gabriela Ramos, directora de Gabinete de la OCDE, declaró: “Si seguimos al mismo ritmo, al país le llevaría más de 25 años alcanzar los niveles promedio actuales de la OCDE en matemáticas, y más de 65 años en lectura".


Cuando publicaba en La Razón, Gil Gamés, fue bastante extremo; a raíz de los disturbios de los normalistas en Oaxaca que exigían plazas, él afirmó:


“Gil cerró los ojos y pidió un deseo. Que desaparezcan las Normales. Todos saldríamos gananciosos. Primero desaparecerían muchos maestros que no saben nada más que robar camiones; en segundo lugar, con la desaparición de esas escuelas que producen maestros infames, los niños se liberarían de un veneno terrible; en tercer lugar, no ocurrirían paros, secuestros, bloqueos, en fon. ¿Para qué sirven las Normales? La verdad, no nos engañemos, hasta ahora, no sirven para nada”.


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En julio del 2012, después del examen para el concurso de plazas magisteriales para el siguiente ciclo, informó la SEP que, de los casi 135 mil profesores (134 mil 704) que lo presentaron, solamente 40 mil 412 profesores lograron una calificación aprobatoria y 94 mil 292 reprobaron; muchos de estos no lograron más de 29 respuestas correctas de un examen de 120 preguntas, de las que, sin embargo, se tomaron en cuenta sólo cien.


No obstante esa desgracia, por disposición de la propia SNTE, un profesor con apenas 30 aciertos fue considerado apto para conseguir una plaza. También se dio a conocer que 75 profesores tuvieron cero, al no haber respondido correctamente ni cinco (5) preguntas. Ni siquiera el uno por ciento tuvo excelente calificación: únicamente 309 acertaron a cien de las 120 preguntas (el 0.2) y el 70 por ciento no obtuvo ni 6 de calificación con menos de 60 aciertos.


A pesar de los miserables resultados de la “Prueba universal”, 129 mil 908 profesores quedaron en la lista de espera para ser contratados, aun la cuando mayoría alcanzó 30 aciertos o más. La SEP también informó que los mejor calificados fueron los maestros que ya daban clases por honorarios o cubrían interinatos, mientras que los recién egresados de las escuelas normales tuvieron menos aciertos.


Por supuesto, acá no entraron los insignes normalistas de Michoacán, Guerrero y Oaxaca; sí, los principales bastiones de la CNTE y, por casualidad, donde están los más violentos y los más atrasados.


Siempre hay excusas para la baja calidad; hay quien afirma que se quiere acabar con “el pensamiento revolucionario” y por eso han querido ahogar a las normales económicamente.


No obstante, como apuntanRoberto Arteaga y Francisco Muciño en su trabajo publicado en la revista Forbes(25/12/2014): “L os recursos para todas las escuelas normales, rurales y urbanas vienen del gobierno federal a través del Fondo de Aportaciones para la Educación Básica y Normal (FAEB) […].


“La FAEB ese año (2008) tuvo un presupuesto de 204,000 mdp, de los cuales 95% se destinaron para cubrir servicios personales. En 2014 el presupuesto de la FAEB fue de 292,600 mdp, 44% más que en 2008.


“En 2008, el Programa de Mejoramiento Institucional de las Escuelas Normales Públicas recibió solamente 114 mdp para 245 institutos. En los años siguientes, los recursos aumentaron hasta 850 mdp en 2012, de los cuales 83% fueron asignados a infraestructura, según el Informe de la Evaluación Específica de Desempeño 2012-2013 del Coneval.


Lo de “desaparecer”, según el lenguaje de los activistas, está comprobado que no es tan difícil, la prueba son las normales del Mexe, en Hidalgo y la de Mactumactzá en Chiapas, que desapareció como internado.


Ahora, si el Estado se hubiera propuesto, desde la década de los setenta, “desaparecer” normales, ya no habría ninguna, lo que, por otro lado, habría mejorado el panorama educativo en el país.


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Uno de los importantes estudiosos de la educación, Gilberto Guevara Niebla escribió hace tiempo: “Pero la crítica más vigorosa que se ha hecho a la escuela mexicana, sobre todo en los últimos años, es la baja calidad del servicio que presta. La sociedad se ha conmovido ante numerosas evidencias que confirman que los niños no aprenden en su escuela primaria, como se espera, los elementos básicos de la lengua, las matemáticas, la ciencia y el civismo. No obstante eso, la escuela los aprueba y les otorga certificados.


“El no aprendizaje afecta a todos los estratos de la pirámide escolar a tal punto que se ha llegado a hablar de que las universidades son, en muchos casos, auténticas escuelas preparatorias. En 1986 la sociedad mexicana se escandalizó cuando el rector de la UNAM, doctor Carpizo, hizo públicos los promedios alcanzados en los exámenes de admisión por los aspirantes a la preparatoria (promedio 3.5) y a la licenciatura (4.8).


“Poco más tarde, un investigador de la misma institución comprobó a través de encuestas que los egresados universitarios eran, en algunos aspectos, analfabetas. Un examen aplicado por Nexos a alumnos de sexto de primaria y tercero de secundaria en 1990 vino a constar que existía una diferencia notable entre lo que certificaba la escuela y lo que realmente sabían los niños. En una escala de 10, los alumnos examinados de sexto obtuvieron promedio de 4.8 y los de tercero de secundaria de 3.9 (Nexos 162, junio de 1991)”.


Quien empujó al sistema educativo al abismo en que se encuentra fue Carlos Jonguitud Barrios quien siempre sostuvo que “La educación es responsabilidad de los maestros”. Así que nadie fuera de ellos debería intervenir en los asuntos educativos. Esa ideología estrecha de visiones corporativistas y gremialistas los encerró, y no cambió con Elba Esther ni con la CNTE.


Sobre el tema se han hecho varios intentos: en 1996 se planteó el Programa para la Transformación y el Fortalecimiento Académicos de las Escuelas Normales (PTFAEN) tenía cuatro objetivos: (1) la transformación curricular; (2) la actualización del personal docente de las normales; (3) la elaboración de normas de gestión institucional y la regulación del trabajo académico; y (4) el mejoramiento de la planta física y equipamiento de escuelas normales.


Con Vicente Fox (2002) se inventó el Programa de Mejoramiento Institucional de las Escuelas Normales Públicas (PROMIN). En 2005 se crea la Dirección General de Educación Superior para Profesionales de la Educación (DGESPE), dizque para hacer avanzar el proceso de reforma de las normales; también se cambió la coordinación de educación Normal a la Subsecretaría de Educación Superior.


También se creó el Programa de Fortalecimiento de la Gestión Estatal (PROGEN) que busca la mejora de la gestión de las escuelas, y el Programa de Fortalecimiento de la Enseñanza Normal (PROFEN) que quiere el mejoramiento del trabajo académico y aportan recursos.


Hace seis años el sistema de normales se incorporó al Programa de Mejoramiento del Profesorado de Educación Superior (PROMEP), por ese tiempo también se inició el Programa para Mejorar el Desempeño de los Estudiantes…


Y así hay otros programas, pero ninguno sirve para mejorar las normales; sus alumnos cada vez están peor: más ignorantes y más violentos. Ahora, después de un año sin clases, egresarán profesores de la normal de Ayotzinapa… y con buenas calificaciones.


***


Según un reporte de la SEP con vistas a una reforma de las escuelas normales, publicado en mayo del 2013, se encontró que solamente un uno por ciento (1 %) de las normales, tanto públicas como privadas, cumple con un perfil de calidad deseable. Es decir, son 445 escuelas para maestros, por lo tanto, sólo cuatro fueron “palomeadas” como deseables.


También señala el informe que de las restantes, en 93 de ellas, la formación que se imparte es muy baja, por eso, sus egresados no puedan obtener una plaza en el concurso de maestros.


Lo que en otra parte del mundo serviría para clausurar las normales e incorporar esas profesiones a las universidades, acá es tema para “replanteamientos” y alarmas y hablar de “urgencias” para revisar y “modificar” el modelo de escuelas normales.


Tiempo perdido. Mientras el sindicato magisterial siga controlando esos planteles, donde es quien decide qué profesor impartirá clases, qué director, inspector, delegado y autoridad esté al frente, nada pasará. La educación normalista seguirá su viaje al abismo.


Si se revisan los modelos de países avanzados, se encontrará que la formación de profesores de educación básica se vincula con las ventajas que ofrecen los centros de educación superior. Es decir, si los profesores recibieran la educación en universidades serían mejores profesionales, al acercar su mente a los conocimientos universales, asumirían el respeto por el saber que existe en esas instituciones y lo más importante, al tener contacto con diversas ideologías se eliminaría el peligro de alienación al que se expone a los jóvenes: la ideologización anquilosada que se propaga en las normales. El resultado lo podemos observar con el vandalismo que cada cierto tiempo asestan a la sociedad.


Sus discursos tienen una pseudoideología nacionalista: nada debe entrar por nuestras fronteras; debemos luchar contra el “imperialismo”; cualquier cambio es privatización (si se decidieran cerrar las normales, sería porque se quieren privatizar todo lo que haga el gobierno es malo.


Es en las normales rurales (en una de ellas cobra más de cien pesos al mes, sin trabajar, el líder Rubén Núñez Ginés) donde hay una mayor ideologización y politización con la intención de las corrientes sindicales de obtener canteras de activistas que conformarán en el futuro la dirigencia magisterial que perpetuará el modelo destructivo de la educación. Los normalistas son capaces de hacer cualquier cosa, ya que les han imbuido que es “su lucha”; son utilizados por el sindicato y utilizan esa labor para ser posteriormente reconocidos y así obtener prebendas: cargos sindicales, no ser enviados a lugares lejanos, mejores salarios, etcétera.


Y quien no participe en esos actos censurables, como en la Escuela Normal del Istmo, se le discrimina o violenta. Así, también por esa aportación “revolucionaria” se obtiene becas y se aprueban materias. Por eso, son los líderes estudiantiles quienes controlan las becas de la federación. Asimismo se privilegia al hijo del profesor aunque repruebe el examen de admisión.


Los estudiosos de la educación, como Guevara Niebla, señalan que el sistema normalista mexicano nació con una debilidad congénita: no tiene vinculación funcional con los centros de investigación científica; por eso, la trasmisión del conocimiento está separada de la producción del mismo, lo cual tiene múltiples implicaciones.


También se debería “redignificar” la profesión, ya que los jóvenes con ciertos niveles, no aspiran a ser profesores, como indica una encuesta que se aplicó a maestros, alumnos y directores de 184 normales para primaria. El 52 por ciento de la población estudiantil la constituyen mujeres y el 48 por ciento hombres. “Son muchachos que provienen de familias modestas con padres de baja escolaridad: el 61% de sus progenitores tuvo como escolaridad máxima la primaria”. Eso indica cierto nivel de competencia.


Está comprobado que ninguna otra profesión en México está tan asociada a lazos de sangre como la de maestro. Por eso, una tercera parte (69 por ciento) declaró que tiene familiares cercanos que son profesores. Y no se cree que la vocación magisterial se trasmita de padres a hijos.


La falta de vocación se observa en las respuestas de los estudiantes. Según lo que informa Guevara Niebla, en la encuesta se pregunta a los jóvenes por qué estudian para profesores: el 45 por ciento de ellos indica que no era esta carrera la que deseaban pero que, por diversas circunstancias “cayeron” en la normal. Esas circunstancias, en muchos casos, son de que no pudieron aprobar en otras instituciones y que, al contar con “la conquista sindical” de herencia de plazas, se les hizo fácil “estudiar” para maestro. Esta situación conlleva a otra: el 80 por ciento está de acuerdo en que el ejercicio del magisterio está “devaluado” o “desvalorado”.


Sin embargo, a pesar de que se tiene la certeza de que las normales no funcionan, que no cumplen con el propósito al que fueron destinadas, el Estado no hará nada. Es de temer la reacción de los miles de alienados que no permitirán que sus privilegios sean tocados. Pero la sociedad debe exigir el cambio.

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