Corresponsal en Estados Unidos
Puede ser que ya veamos la expresión como un cliché, pero eso no la hace menos certera: Estados Unidos se juega no solo su futuro inmediato en esta venidera elección de noviembre, sino también su alma o tal vez, mejor dicho, la definición de su carácter. El “experimento americano” continuara, dañado y todo, o sencillamente se terminará de extinguir dependiendo no solo del resultado de la elección, sino del tratamiento que las instituciones nacionales, y la sociedad estadounidense den al conflicto que pudiera seguir a esta. Que nadie dude de ello, y el que lo haga, o no está poniendo atención, o de plano no entiende gran cosa.
A pesar de que absolutamente nada de que lo hecho por Trump y su pandilla de forajidos debió ser sorpresa para nadie, pues el talante francamente criminal de la entonces nueva administración Trump estaba claro desde su inicio en enero de 2017, el que esas expectativas hayan sido superadas en forma tan amplia y clara en los últimos tres y medio años, es otra cosa. Mas aun, la horrorosa complicidad, alcahuetería dicen muchos, del partido Republicano, era algo que no estaba muy bien calibrado al inicio del mandato de Trump, no había forma de estimar hasta donde llegarían sus liderazgos formales e informales con tal de servir de tapadera al presidente. Hoy lo sabemos.
Pero ni siquiera eso es lo más grave y triste de todo esto. En realidad, lo que nubla el horizonte de Estados Unidos y pone, así como se oye, su democracia -en peligro, es el hecho de que de un treinta a un cuarenta o cuarenta y cinco por ciento de sus ciudadanos aun piensen votar por la reelección de Trump en el otoño. Peor aún, el que tanto se preste esa buena parte de la sociedad americana a las triquiñuelas MAGA, antes, durante, y después de la elección, así como la facilidad con que afloren sus peores instintos frente a lo que se ve hoy como la derrota en las urnas de Trump, es lo más importante, preocupante, y trágico de todo esto.
Joe Biden, la mejor carta que tenía el Partido Demócrata, por su centrismo político, su vasto conocimiento del gobierno en lo domestico y su sobrada experiencia en política exterior, aventaja en la carrera por unos siete puntos en promedio de encuestas al iniciar septiembre. Mejor aún, le va bastante bien en lo que cuenta: el colegio electoral. Parece aventajar en el Midwest (el cual hundió a Hillary Clinton en 2016), adelanta hasta ahora en Arizona (que ya es mucho decir), muestra buenas posibilidades en Florida, la veleta del colegio electoral, y da la batalla en Texas. Bastantes pronósticos le dan desde los necesarios 270 hasta 320 o 330 votos electorales.
Todo lo anterior sucede al tiempo que el saldo en muertes por el monumental fracaso en la lucha contra el coronavirus crece cada minuto, que el franco desdén del gobierno por los enormes problemas raciales en el país es palpable, y que literalmente cada día se acumulan más y más evidencias de que este es el gobierno más corrupto de Estados Unidos en su Historia.
Si pretendemos analizar la evolución del proceso electoral 2020 en Estados Unidos, es imposible, y no tendría mucho sentido hacerlo, sin que se plantee de entrada y con puntualidad, lo que está en juego. Estados Unidos no aguanta otros cuatro años de Trump como nación líder de Occidente, mostrando los niveles de desarrollo en todos los órdenes que alcanzo durante el siglo XX y hasta inicios del siglo XXI, por desbalanceado que tal desarrollo se haya tornado demográficamente. No se trata solo de la cuantificación de los daños sostenidos y los reveses pronosticados, se trata de que culturalmente, el Trumpismo, sus fines y sus métodos, se normalizarían de una forma irreversible para 2024. Occidente lo sabe y lo teme también.
Entonces, no es drama, no es slogan político, no es proclama: llego la hora de la verdad. Habrá que ver si el orgullo por la ignorancia se impone, o si Estados Unidos se da y le da al mundo otra oportunidad.