No hay que equivocarse, a la masa que votó por López le tienen sin cuidado los datos personales, el Inai, el secreto fiscal, el abuso de poder y esas cosas que escandalizan a las clases medias. Para el proletariado, Loret es un riquillo enemigo del pueblo.
Starbucks de The Landmark, sábado 12 de febrero, 13:00 horas. Llega una familia y se instala en una sala con mesa y sillones circulares. El patriarca saca su teléfono y pone en máximo volumen el video de Andrés Manuel López Obrador, exhibiendo los supuestos ingresos de Carlos Loret de Mola, lo que propicia el siguiente diálogo:
Esposa: ¿qué es eso?
Patriarca: es que López Obrador sacó lo que gana el pinche Loret, ¡gana 15 veces lo que el señor presidente!
Hijo 1: Pinche rata, ojalá lo metan al bote.
Esposa: sin malas palabras, Kevin.
Hijo 2: Pero es una rata, má. Le dan ese dinero por golpear al pueblo.
El diálogo no está editado. The Landmark es una plaza Premium de Guadalajara, los Bentleys, Maseratis, Lamborghinis y Porsches son parte del entorno. Recuerdo haber visto algún Rolls y varios Jaguars. La familia del relato iba vestida en fachas, pero el patriarca, un cincuentón, usaba un Santos de Cartier en oro cobrizo y extensible de cuero marrón. La esposa llevaba una bolsa Coach y los hijos jugaban con sus iPhones 13.
Si una familia de clase media alta, consumidora en un espacio bastante alejado de lo popular, interpretaba los dichos y hechos obradoristas como cualquiera de los prosélitos del Fisgón, queda claro que no todos somos Loret. Peor aún, ni siquiera el público objetivo del periodismo crítico comprende que el viernes Andrés Manuel cruzó la delgada línea roja que diferencia parecer un tirano y serlo. Los Simpsons pequebús del relato son ejemplo de ello.
En su socarronería, López Obrador tiene razón en algo. Mientras las buenas conciencias nos indignamos, ingresamos a un Spaces en donde hasta Alfredo Lecona exige picotas para los enemigos del Estado de Derecho y la democracia, usamos un hashtag solidario y bonito, hay decenas de millones de mexicanos que no entienden y hasta les vale el tema. Reducirlos a una bola de sujetos felices porque reciben prestaciones electoreras significa que aún no se entiende cómo llegó López al poder y el porqué de su desgaste ínfimo, en comparación con el tamaño sus trastadas.
Hay un sector de los analistas que consideran que la ira presidencial tiene su causa en que el affaire de la Casa Gris tocó un área sensible que los escándalos de Felipa, Pío o Martinazo ni siquiera arañaron. Un presidente que se vendió como uno más del pueblo, por su forma de hablar, su vestimenta, transporte y gustos modestos, se gana el favor de un electorado resentido y envidioso (se dice y no pasa nada). Si, después resulta que el Ferrusquilla tabasqueño tiene unos hijos cuyo estilo de vida no se diferencia de cualquier mirrey o aspiracionista con suerte, esa masa electoral se enoja o, peor aún, pierde la fe en su mesías. Esta hipótesis es bastante buena y explicaría la insistencia de López en un tema que, conforme a sus prácticas usuales, debió tratarlo dos días y no tres semanas. Sin embargo, 1.94 millones de tuiteros en el Spaces de Sociedad Civil México son apenas la décimoquinta parte de la gente que votó por Andrés en 2018… o la décima parte de lo que obtuvieron Morena y sus aliados en las elecciones de 2021. Somos muchos, pero seguimos siendo pocos en comparación con los que siguen creyendo en el macuspano.
Hay una segunda hipótesis, es la que respaldo y me preocupa bastante. Creo que el enojo de López tiene más que ver con la veta que encontró Loret, que con lo hasta ahora expuesto por él. Me queda claro que Carlos no “guardó para el final” a los escándalos de la familia real, sino que hasta ahora se acomodaron todas las informaciones que permitieron que Mexicanos contra la corrupción y la impunidad (MCCI) pudiera presentar una investigación de tal relevancia. No, la furia del mandatario parece parte de una acción preventiva contra sus enemigos, porque están por descubrir (o exhibir) algo más infame que el peor de los escándalos presentes. Los “periodistas” que en la mañanera “espontáneamente” le preguntan al presidente qué opina de unos supuestos contratos de la esposa de Loret mandan un mensaje típico de la Cosa Nostra: te metes con mi familia, yo me meto con la tuya. El objetivo es amedrentar a Loret o a las cabezas de MCCI, creo que López no lo va a lograr, incluso si pudiera sacar algunos murciélagos de algún clóset opositor.
El punto es que faltan dos largos años y los ahora 20 millones de obradoristas (que pueden volver a ser 30 en una elección presidencial) están conformes con el desempeño de su presidente. No importa la inflación de 7 por ciento, los 600 mil muertos por la COVID-19; la recesión técnica, los 4 millones de nuevos pobres, la escasez, los miles de desaparecidos o los 53 periodistas asesinados. Este señor es humilde y honesto, interesado en el bienestar del México profundo, a partir de esa premisa fluyen las excusas, justificaciones y falacias para no reconocer lo evidente: en realidad no vive lujosamente, es que si la esposa tiene dinero no es su culpa, esas son exageraciones para lastimar al presidente, Loret es un mentiroso, porque trabajaba para Televisa y un largo etcétera.
Al igual que con Dunquerque durante la Segunda Guerra Mundial, en este momento resulta claro que el conflicto real apenas empieza y que la violencia obradorista de los primeros tres años apenas fue un ejercicio de calentamiento. No bastan los buenos modos y los argumentos racionales, si los críticos de la 4T no logran tocar la fibra emocional de las masas, un nuevo Maximato se cernirá sobre el país… uno que puede durar hasta veinte años más.