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martes 03 diciembre 2024

“Eugenia León, la voz de la tragedia”

por Marco Levario Turcott

Desde temprano, Eugenia León construyó la barca para navegar entre sueños y, contagiada por el ardor de la liberación latinoamericana, eligió el canto para expresarlos. Por eso, a los 18 años, integró el grupo folclórico “Sanampay” que, según ella y su inseparable cursilería, resonaba con la esencia de la tierra y el alma de su pueblo.

Egresada de la Escuela Nacional de Música de la UNAM, lo que siguió para Eugenia fue cantar en plazas, universidades y foros regulares hasta que una tragedia en el país le significó su gran oportunidad. En septiembre de 1985, se presentó en el Festival OTI donde interpretó “Fandango”, un antiguo y festivo baile español animado con voces, guitarras y castañuelas. La ocasión para que México honrara sus raíces era inmejorable. El certamen se llevó a cabo en Madrid. Horas antes, en el centro del país. Había ocurrido el sismo más devastador de su historia, por lo que la conmoción y la solidaridad se situaron a flor de piel. Desde luego, ganó México y su representante, Eugenia León. Aunque insulsa, la canción sonaba trágica y conmovedora. Nadie sabía que más tarde, también un 19 de septiembre, sobrevendría otro terremoto y acaso ante todo: era imprevisible el escenario de una tragedia mayor, iniciada en 2018, a la que Eugenia León también uniría su canto.

La presencia internacional y, sin duda, su voz extraordinaria, trasladaron a la artista a grandes foros en el mundo y en las mejores salas de México. Eugenia enriqueció su repertorio, pero mantuvo viva la flama revolucionaria que prendió desde sus primeros pasos en el CCH Naucalpan.

En 2017 el ánimo de Eugenia se volvió fuego incandescente. Al fin se había montado la tarima que anhelaba. La izquierda, o lo que cree que es la izquierda, arribaría al poder meses después y ella sería su juglar. Había que enterrar al “Fandango” y su origen español para acompañar el discurso del indígena incomprendido que al fin había roto las cadenas para lanzarse a altamar, esta vez, en el barco de “La Cuarta Transformación”.

Como una estudiante traviesa, a los 64 años de edad, Eugenia modificó la letra de “La Paloma”, incluyó loas al gobierno, recordó a los jóvenes de Ayotzinapa y rindió homenaje a Francisco Toledo. Se otorgó esa licencia para agradar al presidente Andrés Manuel López Obrador y a su público, del mismo modo en que durante el imperio de Maximiliano de Habsburgo, Concha Méndez le cantaba “La Paloma”, de profundas ibéricas, a la emperatriz Carlota con el objeto de agradarla (quienes disentían de esa actitud de sometimiento de la artista, cantaban “Mamá Carlota”, de Vicente Riva Palacio). Por ello, “La Paloma” fue una de las canciones más interpretadas en los teatros a mediados de los sesenta del siglo antepasado.

Eugenia León continuó con la misma ruta de adulación al poder. Ha interpretado al Himno Nacional como si fuera su representación carnal y, desde luego, le cantó al presidente y a su sucesora. Optó por el culto a la personalidad propia de los Estados totalitarios y se sumó a la lista de artistas que abandonan la creatividad para complacer al régimen. Ha sido la Concha Méndez de Maximiliano. No le cantó a las madres buscadoras de sus hijos, ni a los niños con cáncer sin medicamentos, ni a las mujeres agredidas. Enfrentó esa realidad exactamente igual a cómo lo hicieron intelectuales y artistas frente al desastre de lo que, en los años 60, se conoció como “Socialismo real”: calló y, más aún, fustigó a la oposición al gobierno tan preñado de aquellas soflamas revolucionarias.

A pesar de la madurez a la que debería remitir su edad, Eugenia León no distinguió entre las fantasías de un juglar y la realidad. Por ello se ha contado la historia de que está encaramada en su barca, protagonizando una hazaña. Quiere creer que le canta a la justicia cuando, en realidad, le ha dado aliento a la tiranía. De esta forma, Eugenia León enterró los sueños que tuvo cuando fue joven.

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