No todos aceptamos que se nos trate como tontos. A muchos nos indigna la mentira, la tergiversación de los hechos, la creación discursiva de una realidad alterna muy distante de la que verdaderamente existe y la cual es fácilmente verificable… salvo para aquellos que han renunciado a la razón objetiva.
Estamos en presencia de un fenómeno del mayor interés sicológico y siniestramente escalofriante: no son escasos los que reprobaban numerosas acciones de los gobiernos anteriores, calificándolas con los epítetos más duros y derogatorios, pero ahora aplauden o guardan silencio ante actos u omisiones aún más perniciosos del gobierno actual que los hubiesen enfurecido si no provinieran de éste.
Hay una veneración al líder que prescinde de todo razonamiento crítico, de todo análisis desprejuiciado. Si el líder toma una decisión, por desafortunada y nociva que sea, hay que respaldarla por el único motivo de que es la decisión del líder. Todo aquel que la cuestione merecerá que los incondicionales del gran timonel lo tilden de corrupto, conservador o añorante de privilegios no precisados.
No, el aeropuerto de Santa Lucía no es la mejor terminal aérea en construcción del mundo. Es un parche con el que se sustituyó —caprichosamente o por intereses que ignoramos— al que iba a ser, ése sí, uno de los mejores aeropuertos a nivel internacional, además de que la obra resultaba autofinanciable, aumentaría sustancialmente la conectividad de nuestro país y generaría cientos de miles de empleos.
No, no es éticamente admisible que se tiren millones y millones de pesos al barril sin fondo que es Pemex o a la refinería de Dos Bocas, dinero con el que podrían atenderse deficiencias e insuficiencias en materia de salud, educación, seguridad ciudadana y otras.
No, no vamos requetebién. No se ha reducido la incidencia criminal. El desempleo ha aumentado. Hoy hay más mexicanos pobres y más en condición de pobreza extrema que al iniciarse la gestión del actual gobierno. Se declaró la guerra a las energías limpias. Se echaron abajo muy importantes (aunque, sin duda, insuficientes) avances en nuestro sistema de salud. El manejo de la pandemia ha sido un monumento de ineptitud y negligencia que ha tenido un costo de unas 400,000 vidas. Se pretende forzar a estudiar en Cuba a decenas de médicos mexicanos que conquistaron el derecho a cursar una especialidad.
No, no vamos requetebién. La Comisión Nacional de los Derechos Humanos, que tan relevantes batallas dio contra el abuso de poder, fue desnaturalizada al imponerse fraudulentamente a una presidenta incondicional del gobierno. Los demás organismos constitucionales autónomos y los organismos reguladores han sufrido un embate sin precedentes, y se tiene previsto desaparecer a los primeros y seguir capturando a los segundos. Se ha logrado intimidar a ministros de la Suprema Corte, magistrados y jueces.
No, no vamos requetebién. En materia penal, las reformas autoritarias quebrantan principios del derecho penal ilustrado que tutelan la libertad y los bienes de los gobernados. Numerosas áreas de la administración pública se han entregado sin justificación alguna a las Fuerzas Armadas.
No, no vamos requetebién. Se eliminaron los fideicomisos con los que se apoyaba a la ciencia, la tecnología, el cine, la protección de periodistas y defensores de derechos humanos, la protección del medio ambiente y otras tareas del mayor interés para el país.
Inauditamente, el Presidente está apoyando la candidatura a gobernador de un hombre al que varias mujeres acusan de haberlas violado: un agravio a las denunciantes y a todas las mujeres.
La lista podría seguir, pero se me acaba el espacio y los ejemplos anotados bastan para mostrar los resultados indefendibles del actual gobierno. Pero sus adeptos continúan repitiendo que este gobierno está transformando al país y que a los opositores los mueven intereses oscuros. No esgrimen argumentos contra las críticas. No los tienen: sólo descalifican a los críticos.
La transformación que estamos presenciando ha sido, en realidad, un conjunto de retrocesos. Lo que resulta enigmático e inquietante es que los feligreses hayan renunciado, sin que nadie los haya hecho objeto de coacción alguna, a mirar y reconocer lo que está a la vista de quien quiera ver. Eso se llama fanatismo.
Este artículo fue publicado en Excélsior el 18 de febrero de 2021. Agradecemos a Luis de la Barreda Solórzano su autorización para publicarlo en nuestra página.