Por Bonifacio Zamacona
@B_Zamacona
Aunque en ámbitos académicos se han propuesto nuevos modelos de evaluación para conocer a la opinión pública, parece que la industria de las mediciones en nuestro país se ha quedado en su zona de confort; de entrada, las casas encuestadoras preguntan lo mismo de siempre, como si las condiciones del país fueran igual que hace veinticinco años, como han preguntado toda la vida, y esto puede estar dando pie a que tales estudios no estén reflejando correctamente la realidad.
Bajo las evaluaciones realizadas de manera tradicional, hasta el pasado mes de enero, al presidente Andrés Manuel López Obrador no le va mal: según la mayoría de las encuestas, mantiene un nivel de aprobación que literalmente vuelve locos a los académicos, a los opositores y a los periodistas críticos, que no se explican cómo es que los mexicanos somos capaces de vivir dos realidades, la de las encuestas, donde parece que el mexicano mide con distinto rasero lo mismo que condenaba el sexenio pasado, y la realidad que vemos todos los días en redes sociales, en medios de comunicación, en los indicadores económicos o en las cifras de la violencia.
¿Reflejan o no las encuestas lo que ocurre en el país? ¿cuándo empezará a reflejarse el divorcio inminente entre el gobierno y la terca realidad que insiste en exhibirlo como inepto en muchos temas, e insensible frente a asuntos como la violencia y los feminicidios? Las mejores respuestas a estas interrogantes parece que están por develarse pronto, sobre todo si las encuestadoras asumen su papel como instituciones de la sociedad y no ceden a las presiones de quienes desde el poder o desde la conveniencia, están interesados en no presentar la realidad tal cual es.
Un buen principio sería que quienes están a cargo de esos estudios, dejen de querer medir con la misma vara que han medido a otros presidentes, a un personaje como Andrés Manuel López Obrador, un rupturista del estilo que exhibieron todos sus antecesores, un político que ha hecho de la presidencia un ring de lucha libre y no una plataforma para gobernar; que ha convertido el poder en un púlpito para dar sermones, en una herramienta para el show mediático.
La pregunta de siempre “¿Qué opinión tiene del presidente?” es totalmente anacrónica hoy día para querer evaluar a alguien que cuida al máximo las formas para distinguirse de otros, que viaja en vuelos comerciales en un país donde nadie había visto hacer eso ni siquiera a un alcalde o a un gobernador; que aparece todos los días imponiendo a la agenda pública y al país los temas más absurdos, pero efectista a su propósito de diferenciarse, como la rifa del avión presidencial. Un guerrero que se la pasa 24/7 encabezando su guerra personal contra los neoliberales; que apela permanentemente a la emoción contra enemigos reales o imaginarios.
La mejor manera de evaluar al gobierno de López Obrador es desvinculando al personaje de la institución. En primer lugar, porque el gobierno es el abstracto que puede medirse con herramientas cuantitativas respecto de su acción o inacción en temas en los que la gente espera respuestas y soluciones, como la seguridad, la economía, el empleo o la salud pública, mientras que este presidente, más que ningún otro, es una creación política que usa instrumentos de manipulación para mantener la esperanza de la gente y minar la moral de los adversarios.
Para entenderlo más claro: la mejor evaluación de López Obrador es la opinión que se tiene de él por asuntos que preocupan a los mexicanos, como la inseguridad, el desempleo y los feminicidios. Estos datos los conoceremos muy pronto, porque es de esperarse que medios como El Economista (Consulta Mitofsky), El Financiero, Reforma y Grupo Imagen (Gabinete de Comunicación Estratégica) están ahora mismo aplicando cuestionarios para darle seguimiento a estudios previos.
El escenario que se anticipa a las encuestas puede ser el del fin de una tendencia. Culpar a los neoliberales de los feminicidios y no mostrar ninguna empatía con las víctimas, ha desdibujado la figura de López Obrador en la opinión pública. El presidente debe estar consciente que éste ha sido su peor mes, que ha quedado por primera vez en desventaja, y que si bien ya sabe que le va a tocar descalificarlos, los sondeos van a arrojar opiniones muy severas contra su gobierno y contra él.
Hasta el mes pasado no le iba mal. Pero Mitofsky –que lo evaluaba con 57 de aprobación en enero– lo dio con 51 por ciento en su reporte del 21 de febrero. Entre tanto, GCE ya registraba en su medición de enero, una pérdida sustancial de confianza del presidente (48% de aprobación). Así que todo indica que febrero está llamado a ser el antes y el después de este sexenio.