domingo 07 julio 2024

Finalmente, ¿qué es la 4T?

El marco de creencias solapando las mentiras

por Walter Beller Taboada

El gobierno de la 4T ha resultado completamente adverso a la legalidad, es ineficiente y costoso, y está a la vista que ha fomentado la corrupción, incrementado el número de pobres y degradado las instituciones, pues se ha roto el pacto social al centralizar día con día los polos de la conflictiva nacional, lo que ha traído consigo la generación de enconos entre la población, pues hoy somos un país dividido entre quienes defienden a como dé lugar al gobierno y los que criticamos su vocación engañadora, autoritaria y antidemocrática. Sin embargo, no se debe obviar que existe un porcentaje poblacional de alrededor de 14 o 15 millones de adherentes al régimen. Quizá muchos sean meros oportunistas que a la menor señal podrían cambiar de signo político. Pero hay muchas personas que le creen a pie juntillas lo que el presidente dice en las mañaneras y difunde a través de la propaganda gubernamental. La 4T no solo son íconos históricos sino un repertorio de creencias que mantienen a flote al gobierno, pese a sus reiterados desatinos.

Las creencias son una parte fundamental de la identidad de las personas, puesto que influyen en nuestro comportamiento y toma de decisiones. Sin embargo, para que estas creencias tengan arraigo y funcionalidad, es necesario que estén fundamentadas en un marco de referencia histórico. No son creencias surgidas de la nada.

En México, durante muchos años, la posición paternalista del PRI fue el marco de referencia para la población, creando así las condiciones para un mar de creencias, pero no para actuar como ciudadanos sino como súbditos. (Algo antagónico con la democracia.) Una gran masa de la población aprendió que había que tener esperanza en que el gobierno –en turno– lo resuelve todo. Entendió que habría una oferta de quid pro quo: la promesa de que el apoyo de los grupos al gobierno traería beneficios a la economía familiar, garantizaría la continuidad de la educación pública y gratuita, así como la asistencia médica y la salud. Estas creencias pueden ser comprensibles en un contexto histórico, pero también han limitado la capacidad de la población para tomar acciones por sí misma y depender demasiado del gobierno para solucionar sus problemas.

Quizá haya ingenuos que piensen que Morena no es el PRI. Pero si algo nos ha quedado claro en estos últimos días es que cierta base ideológica de López Obrador es el PRM –antecesor del PRI– de Lázaro Cárdenas (creado por Cárdenas del Río el 30 de marzo de 1938), pero en la versión del trotskista Adolfo Gilly y sus ideas acerca de la “revolución interrumpida”. Bajo la inspiración del nacionalismo fascista, Cárdenas promovió la tesis del “Papá Gobierno”, y en esa misma línea de acción política se siguieron los siguientes regímenes, bajo las siglas del PRI, operando el control político de prácticamente toda la vida nacional. El partido lo era todo, literalmente. Al punto que para ser bolero o taxistas había que tener credencial del partido oficial. Esa política tuvo sus alzas y sus bajas en cuanto apoyos a la población, pero fomentó una cultura política que enmarca aún ahora las creencias más difundidas en la población en general.

El populismo a escena

Tales creencias pueden ser atractivas para muchas personas que sienten que han sido ignoradas o marginadas por el sistema político tradicional, y que buscan una forma de canalizar su descontento. En términos generales, el populismo suele apelar a las emociones y sentimientos de la población, ofreciendo soluciones simples a problemas complejos y promoviendo la idea de que el pueblo está oprimido por una élite corrupta que solo busca su propio beneficio. O sea, hay que presentar dos bandos: los míos y los otros, pero los otros son malos y los míos son buenos (quizá porque son míos).

La 4T potenció esa historia del conflicto social y reforzó el populismo, pero centrado en un solo hombre. La visión mesiánica del populismo es un tipo de discurso político que se caracteriza por la exaltación de un líder político que se presenta como un salvador o mesías, capaz de remediar los problemas de la población. Visión que implica una relación jerárquica y paternalista entre el líder y la población, en la que se espera que el líder tome decisiones en nombre de la población y que esta última lo siga sin cuestionar sus acciones.

Esta dinámica de sometimiento se produce porque, en la visión mesiánica del populismo, el líder es visto como el único capaz de entender las necesidades y problemas de la población, y es ese ser notable que ha de tomar las decisiones adecuadas para desenredar cualquier entuerto. Por lo tanto, mediante la acción política de Morena se espera que la población se someta a su liderazgo y le confíe la solución de sus problemas. Ciertamente, las dádivas mediante los “programas sociales” se usan en esa dirección.

Sin embargo, algunos consideramos que dicha relación jerárquica y paternalista resulta ser peligrosa, ya que limita la capacidad de la población para tomar decisiones y actuar por sí misma. Además, lleva a la concentración de poder en manos del líder y a la creación de un culto a su personalidad –lo vemos cotidianamente en aquellos que repiten como matra “Es un honor…”–, lo que sin duda ha erosionado las instituciones democráticas y debilitado la capacidad de la sociedad para controlar a sus líderes, vía las instituciones del Estado.

En definitiva, la visión mesiánica del populismo implica el sometimiento de la población al líder político, lo que puede tener mayores y más graves consecuencias –de las que vemos hasta ahora– para la democracia en el país y respecto de la libertad individual. Por lo tanto, sería importante estar alerta ante los efectos de este tipo de discursos y tratar de incrementar una cultura política en la que se valoren la participación ciudadana y el diálogo constructivo como formas de resolver los problemas comunes.

Dialogar, imposible

Ni el Presidente ni Morena se prestan al diálogo. ¿Por qué? Porque quizás piensen que toda negociación supone debilidad. Si estuvieran tan seguros de sus planteamientos, no deberían temer el diálogo racional y la negociación.

López Obrador no puede dejar su discurso polarizante, porque para garantizar la sumisión de sus adherentes tiene que presentar la imagen de “sus adversarios” como una amenaza para los anhelos de las masas. “O la transformación o la oligarquía”, ha repetido de mil maneras. Debe suponerse que los oligarcas solo piensan en sí mismos, son egoístas por naturaleza y perversos porque han convencido a las clases medias y a los “aspiracionistas” de que pueden cambiar sus condiciones de vida y acceder a bienes de consumo (superfluo, se entiende). Ellos, según el discurso polarizante, tienen todo el dinero, el poder y los medios de comunicación para “engañar” y así oprimir aún más a los “condenados” del país. (Algo así como los murales de Diego Rivera confrontando la opulencia y vida festiva de los burgueses frente a la pobreza e indigencia de los “desheredados de la tierra”.)

El discurso mesiánico tiene que prometer algo. ¿Qué ofrece López Obrador? Limpiar la corrupción del país. Atender “las raíces” de la violencia y la delincuencia (que tienen que ver con modelos de vida “importados del extranjero”). Ser felices con lo poco que se tenga, porque la felicidad no se compra en Liverpool.

Retórica y manipulación

Las conferencias mañaneras no se interesan por lo que la gente piensa, sino que son un esfuerzo sistemático para hacerles pensar lo que el gobierno piensa. La clave es la repetición de frases sencillas y presentarlas con humildad y al mismo tiempo atacar con dedo flamígero a los adversarios, los que no se someten al líder. La propaganda diaria no es para informar (¿quién se creyó tal cosa?), sino para tratar de impedir que desvíe la atención y contener que se pongan oídos a la voces disidentes y críticas.

¿Qué pasa cuando el discurso tiene fallas y rupturas? Por ejemplo, López Obrador y seguidores siempre defendieron que los militares se irían a los cuarteles. Está a la vista la contradicción. La masa de adherentes tiene que preservar a toda costa su fe en el líder, porque la decepción se traduce en pérdida de votos. Entonces es cuando se utiliza el procedimiento retórico de la retorsión.

La retorsión es un mecanismo retórico utilizado para desviar la atención del tema principal de discusión y llevarla hacia otro asunto relacionado, pero menos relevante o simplemente distinto. En lugar de responder directamente a un argumento o pregunta planteada, se utiliza la retorsión para cambiar el enfoque y llevar la conversación hacia un tema que el interlocutor considera más favorable o en el que se siente más cómodo.

Dicho mecanismo retórico se basa en la habilidad de la persona para desviar la atención del interlocutor y confundirlo mediante argumentos que parecen relevantes, pero que en realidad no tienen relación directa con el tema central (como lo vimos respecto al espionaje gubernamental a particulares). La retorsión puede incluir técnicas como el cambio de tema, la introducción de una anécdota irrelevante, la utilización de preguntas retóricas, acusar a una persona de cosas infames o infamantes, entre otros recursos. Cualquiera puede verlo en las mañaneras.

La retorsión puede ser efectiva para evitar una discusión incómoda o para distraer la atención de un tema sensible, pero también puede ser percibida como una táctica poco honesta y manipuladora. Ya es cansado verlo cada mañana en Palacio Nacional.

En conclusión, las creencias de la población en el populismo son un fenómeno complejo y multifacético que requiere de un análisis detallado del contexto en el que se desarrollan. Asumimos que sus raíces están puestas en el cardenismo y sus secuelas. Si bien pueden ser atractivas para algunos (es un fenómeno de varios países), es importante ser críticos y mantener un diálogo constructivo para evitar la erosión de las instituciones democráticas y la concentración de poder en manos de unos pocos. Uno de los retos que plantea el mundo de creencias de la 4T.

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