Uno necesita de los otros para constatar y constatarse, para pensar a partir del lenguaje en esa interacción que hemos dado en llamar diálogo. La etimología del término nos conduce a la razón, pero la verdad sea dicha, nuestros intercambios dialógicos son una fluir de gestos que arropan ideas y emociones, sabemos hace tiempo que viajan de la mano y que hacemos un esfuerzo por entender al otro con todas sus pasiones. Buscamos esa bendita e inexistente “objetividad” pero en todos nuestros esfuerzos por ir más allá de nuestra condición, logramos proezas imperfectas, al fin proezas que nos sacaron de cuevas, que nos alejan de la violencia y que se suceden en la concordia: se juntan los corazones, espacio mítico donde viven los afectos y se logra un acuerdo, un acorde, una sintonía casi musical.
Pero lo contrario es el desencuentro, la negación. La terrible condición de ser manipulado. Me gustó el término en inglés gaslighting por su importancia en el reconocimiento de una actitud psicológica dañina que han sufrido las minorías, las alteridades excéntricas del poder. Me gusta también porque alude a nuestra crisis energética y a la obstinación presidencial por no escuchar las razones y los datos que acreditan y desacreditan sus relatos que protegen energías inviables y personajes detestables. Me gusta porque es muestra de la actitud patriarcal que ejerce el mandatario al ignorar niños, mujeres, enfermos en pro de un proyecto de poder que lo eleva sobre el mástil totémico y patriarcal, despojándose del antifaz “humanista” que utilizó para llegar al poder. Ese mismo utilitarismo “machista” que le lleva a intercambiar salud por votos; a ponderar estrategias políticas contra víctimas de abuso; imponer su voz porque puede, como ese padre de familia que nos hacía temblar a tantos porque su voluntad era incuestionable, porque su bienestar iba primero y porque todos, absolutamente todos los miembros de casa estábamos para complacerlo.
La historia espectacular de una palabra
Cuenta la historia que el término era el título de una obra teatral “Gaslighting”¹ (Luz que agoniza o Gas de luz, 1938) de Patrick Hamilton; luego George Cukor dirigió la película interpretada por Charles Boyer, Ingrid Bergman y Joseph Cotten. La obra escenifica la historia de Paula Alquist a quien le acaban de asesinar a su tía, una famosa e idolatrada cantante de ópera con quien vivía. Ella se muda a Italia para estudiar canto; la primera media hora nos enfrentamos a una historia romántica, la chica se enamora de Gregory y se van a vivir a Inglaterra a una casa que heredó de su tía. Gregory deja de ser un seductor amable y se convierte en un tiránico manipulador que convence, paulatinamente a Paula de que está loca. Para lograrlo, le desaparecía objetos en la penumbra, jugaba con las luces de gas, haciéndole creer que brillaban con la misma intensidad de antes. Dado que ella está completamente esclavizada y aislada, nunca siente que él representa una amenaza. Las calles oscuras de Londres están cubiertas de niebla, y la casa grande y solitaria donde transcurre la mayor parte de la acción está llena de sombras. El mundo paranoico y claustrofóbico del confinamiento de Paula se transmite efectivamente, mientras el espectador sabe que su locura es falsa, una manipulación, y la situación se vuelve cada vez más desesperada.
La alegoría es transparente, sólo se trata de cambiar al personaje de Paula por el de los niños con cáncer, las mujeres, los enfermos, los ciudadanos; al de Gregory por ya saben quién y tenemos episodios para serial en un sexenio de amargas temporadas. “Aeropuerto”, “Auditoría”, “Vacuna”, “Tren Maya”, “Gasolina”, “Candidato violador”, los títulos se suceden a diario y claro, lejos de ser la típica sala de una Sit Com, tenemos el foro mañanero para que este “embaucador” baje las luces y juegue con el gas, todo para esgrimir los datos de su historia patriarcal.
Cómo curar a un fanático
Lo primero que tenemos que pensar es por qué la crítica feminista es tan pertinente y tan ignorada por este gobierno. Lo primero es que el marco de la narrativa de la 4T es profundamente religioso, concretamente cristiano. Si existe un origen histórico del patriarcado es la linealidad de un dios masculino que subordina a la mujer a su imagen; así, el problema de la mujer o de todo aquello que escape al deseo del heredero divino de lo “incorruptible” se vuelve invisible.
En su novela El problema de Spinoza, Irving Yalom nos cuenta la vida del filósofo y el modo en que interiorizaba el problema religioso. Sabemos que su noción de dios lo condujo a ser perseguido por judíos y por cristianos. En uno de los diálogos ficticios, Yalom pone en boca de Spinoza los siguientes argumentos:
Los profesionales religiosos a lo largo de los siglos siempre han buscado ser los únicos intérpretes de los misterios. Les sirve bien… promueven su propio interés mediante lecturas sesgadas, lecturas que afirman que sólo ellos tienen la clave de la verdad… hombres dotados de una imaginación inusualmente vívida, pero no necesariamente un poder de razonamiento muy desarrollado.
En otro texto “Cómo curar a un fanático”, Amos Oz nos dice que la crisis actual en el mundo, se trata de la antigua lucha entre fanatismo y pragmatismo. Entre fanatismo y pluralismo. Entre fanatismo y tolerancia. Yo agregaría, entre un patriarcado violento e inoperante y el sueño de procuración por una sociedad más incluyente, plural donde se escuchen y se atiendan a los vulnerables, se cure a los enfermos y se use un lenguaje de paz.
El fanatismo es más antiguo que el Islam, más antiguo que el cristianismo, más antiguo que el judaísmo, más antiguo que cualquier estado o gobierno o sistema político, más antiguo que cualquier ideología o fe en el mundo. El fanatismo es, lamentablemente, un componente siempre presente de la naturaleza humana; un gen maligno… Ningún hombre ni ninguna mujer es una isla, pero todos somos una península, mitad pegada al continente, mitad frente al océano; medio conectado con la familia y los amigos y la cultura y la tradición y el país y la nación y el sexo y el idioma y muchos otros lazos. Todo sistema social y político que convierte a cada uno de nosotros en una isla darwiniana y al resto de la humanidad en un enemigo o un rival es un monstruo.
Por ello no puedo sentir respeto por quien ignora a los vulnerables, por quien es sordo ante los otros y construye su gestión sin importar gastos desmedidos, daños a instituciones cegado ante una delirante y “autosupuesta” grandeza; menos aún por las mujeres que traicionan a las demás por su propio beneficio; o por mexicanos que voltean para otro lado ante el olor a muerte y el dolor de los ancianos. Tampoco siento respeto por el odio que se expresa en violencia hacia el que piensa distinto o ante el que cambia de parecer, porque tal como dice el Spinoza de Yalom: El gozo de nuestra superioridad sobre los demás no es una bendición, es un sentimiento infantil o malicioso.
1 Tipo de abuso psicológico en el cual se manipula y modifica la percepción de la realidad que posee otra persona. Quien lleva a cabo el gaslighting le hace creer al otro individuo que lo que recuerda y sus percepciones son producto de su imaginación y no lo que realmente a sucedido.
Referencias:
Amos Oz. Cómo curar a un fanático. Libros de Apple.
Yalom, Irvin D . El problema de Spinoza: una novela. Libros básicos. Edición de Kindle.