Hace un par de años, como reacción a los tempranos signos de debilitamiento de la popularidad presidencial, la escuálida intelectualidad orgánica de la 4T importó la chapucera idea del “golpe blando”. Ahora, el bodrio del golpismo se relanzó como base del discurso oficialista, en los momentos en que se adentra al terreno de la incertidumbre lo que los publicistas del gobierno veían como un seguro triunfo de Morena en las elecciones de junio de 2021.
Veamos de dónde viene la teoría del “golpe blando”. En 2007, Hugo Chávez adjudicó al politólogo estadounidense Gene Sharp (1928-2018) la formulación de una estrategia de “golpe blando” contra su gobierno, sin más prueba que la deficiente lectura de un libro escrito por ese politólogo norteamericano. Atentos a las enseñanzas del comandante venezolano fallecido en 2013, el doctor de la 4T John Ackerman y Carlos Mendoza (quien en sus buenos años dirigió el Canal 6 de julio, de grata memoria) se piratearon la idea y pretendieron descubrir que en México estaba en marcha un golpe como el que Chávez denunció 12 años atrás. Recientemente y con nuevos bríos, tal teoría fue retomada por El Fisgón Rafael Barajas y por el inefable productor de narcoseries Epigmenio Ibarra. El propio presidente Andrés Manuel López Obrador ajusta sus reiteradas denuncias del “complot de los conservadores” a esa desencaminada idea.
Sería excesivo pedir originalidad a la anemia intelectual del cuatroteísmo, pero se debe decir que erró el marco teórico. La obra de Sharp y la de su Fundación Albert Einstein estudió los movimientos de resistencia civil pacífica contra gobiernos dictatoriales de diversos países y, en algunos casos, sirvió de inspiración a rebeliones populares contra regímenes encabezados por criminales como Slobodan Milosevic, de Serbia, y Viktor Yanukovych, de Ucrania. Su libro De la dictadura a la democracia, de 1973, es un tratado de desobediencia civil pacífica contra las dictaduras.
Es altamente probable que los publicistas de la 4T no hayan leído siquiera alguno de los tres volúmenes del libro mencionado, pues las cinco fases del “golpe blando” que presentan como clímax de su análisis las sacaron de una conferencia que dictó el propio Hugo Chávez el 6 de junio de 2007: 1) fase de ablandamiento: algunos medios intentan crear malestar y desesperanza social; 2) deslegitimación: difusión de comentarios contra el gobierno, mofas y noticias falsas; 3) calentamiento en calles: se promocionan las manifestaciones de protesta; 4) combinación de todas las formas de lucha: se crean rumores, una falsa carestía, se acusa al gobierno de incompetente y se inician causas judiciales contra gobernantes, y 5) fractura institucional: las causas judiciales prosperan, los medios apoyan y los gobiernos caen.
A despecho de la importada elucubración, no son golpistas ni los comentarios críticos o irónicos ni las manifestaciones de protesta, como tampoco lo son acusar a los gobernantes por su incompetencia y corrupción o interponer demandas judiciales contra su actuación. Las “fases” referidas se corresponden con las libertades civiles y políticas que en México están garantizadas por la Constitución y, en todo caso, se refieren a una resistencia civil pacífica como la postulada por Henry David Thoreau y puesta en práctica por Gandhi y Martin Luther King.
Aunque los intelectuales orgánicos del gobierno federal quisieran revestir con arrestos teóricos su argucia, la misma es solo una más de las herramientas de la polarización a la que López Obrador recurre para fortalecer su hegemonía.
Pero, cuidado, el cuento de un golpe de Estado sirvió en México y en otros países para justificar la represión. Es por ello que preocupa la deriva y consecuencia de la poco original teoría del “golpe blando” porque, ¿qué se hace con los golpistas? Hasta el momento, se trata de una vil estratagema publicitaria mediante la que el gobierno busca intimidar a la oposición y unificar a sus seguidores, pero es imprescindible denunciar la amenaza autoritaria que esconde.
Cincelada: es la ciudadanía mexicana la que tiene el arma más potente para poner contrapesos al presidencialismo arbitrario. Tal arma es el voto libre y secreto.