El Departamento de Estado de la Unión Americana es la dependencia responsable de conducir las relaciones exteriores de Estados Unidos. Grandes figuras han encabezado este ministerio, por ejemplo, Thomas Jefferson, James Madison, James Monroe, John Quincy Adams, James Buchanan, William Seward, John Hay, Elihu Root, Robert Lansing, Frank Kellogg, Cordel Hull, George C. Marshall, John Foster Dulles, Henry Kissinger, Cyrus Vance, Warren Christopher, Alexander Haig, George Shultz, Madeleine Albright, Collin Powell, Condoleezza Rice y Hillary Clinton.
El Departamento de Estado es un ministerio de singular importancia, no sólo por ser la imagen del país de las barras y las estrellas en el mundo, sino también porque es una fuente de información invaluable que, a través de embajadores y cónsules provee in situ y de primera mano, datos y valoraciones para saber qué ocurre en otras latitudes, apoyando así la configuración de la política exterior estadounidense. Es también una dependencia en la que su titular goza de enorme visibilidad y autonomía respecto a otras carteras.
A su arribo a la presidencia, Donald Trump designó al millonario Rex Tillerson para el cargo, mismo que asumió el 1 de febrero de 2017, siendo despedido en un tuit del mandatario, el pasado 13 de marzo -si bien su dimisión se hará efectiva hasta el último día del mes. Tillerson fue director ejecutivo de la corporación ExxonMobil de 2006 a 2016. Siempre contribuyó financieramente a las campañas de los candidatos del Partido Republicano, con la excepción de la de Trump. Cuando estaba a punto de jubilarse en la corporación referida, fue invitado para fungir como Secretario de Estado. Ello desencadenó controversias por el posible conflicto de interés que generaría el que el titular de una empresa que hace negocios en el ramo de los hidrocarburos en todo el mundo pasara a ser el jefe de la diplomacia estadounidense. Así, para finiquitar el asunto, ExxonMobil accedió a pagar de un solo golpe la jubilación de Tillerson de la empresa, misma que ascendió a un monto de 180 mil dólares que le serían entregados a lo largo de los siguientes tres años. Tillerson también hubo de vender todas las acciones que poseía de la empresa -las cuales ascendían a unos 50 millones de dólares- para poder convertirse en canciller.
El factor Rusia
Las relaciones entre Estados Unidos y Rusia han experimentado fuertes tensiones en los últimos años. Durante la administración de Barack Obama, tras la crisis generada con motivo de la anexión de Crimea por parte de Rusia, Washington decidió aplicar sanciones contra el régimen de Vladimir Putin. En ese marco, Tillerson, quien mantenía vínculos importantes con el mandatario ruso, en razón de la presencia de ExxonMobil en el país eslavo, se opuso a las sanciones. Y es que la competencia por el control del mercado energético en Europa, donde Rusia tiene una influencia decisiva, hace necesario que Washington y Moscú dialoguen.
Durante su campaña por la presidencia, Trump planteó la importancia de mejorar las relaciones con Rusia, argumentando que ello podría ayudar a combatir a Daesh. De ahí que la designación de Tillerson al frente de la diplomacia estadounidense enviara el mensaje de que Trump buscaba mejorar los lazos con Putin, máxime considerando el nivel de entendimiento existente entre éste y el exmagnate de la ExxonMobil. Se cuenta que fue la excanciller Condoleezza Rice quien sugirió a Trump considerar a Tillerson para el cargo, cuya nominación fue aprobada por el Senado estadounidense por una votación de 56 a 43.
Con todo, como es sabido, el Presidente Donald Trump enfrenta las acusaciones de haber tenido conocimiento de la posible intervención de Rusia en el proceso electoral de 2016. Estando ya en la Casa Blanca, Trump empezó a pagar la factura de este escándalo. El 28 de julio de 2017, el Congreso estadounidense decidió aplicar nuevas sanciones a Rusia limitando también la capacidad del titular del ejecutivo para impedirlas. Este es un hecho de la mayor importancia: aunque el Partido Republicano domina en ambas cámaras, la desconfianza en torno a las relaciones de Trump con Rusia distanciaba al Presidente de su partido. El mandatario también hubo de entender que no todo es como él quiere y por ello, el 3 de agosto, muy a su pesar, firmó las sanciones decretadas por el legislativo, no sin antes, en su ya acostumbrado estilo, criticarlas.
Con este escenario de fondo, muchos se preguntaban qué tanto podría maniobrar Tillerson desde el Departamento de Estado, para conducir relaciones más constructivas con Rusia en aguas tan turbulentas. A favor de Tillerson por supuesto, destacaba su postura moderada, en contraste con la de los “duros” que rodean a Trump. Ello era un arma de doble filo: podría aislar al Secretario de Estado, o bien, sería una herramienta valiosa para contrapesar las sanciones del poder legislativo y permitir que la diplomacia se abriera un espacio cosa que, presumiblemente, Rusia tendría que apreciar.
Pero, ¿qué fue lo que ocurrió? Los desencuentros entre Trump y Tillerson se fueron acentuando al paso de los meses. Si bien en noviembre de 2017 los mandatarios de EU y Rusia sostuvieron un breve encuentro en el marco de la Cumbre de Líderes del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC) celebrada en Vietnam, lo cierto es que poco se pudo avanzar en la reconstrucción de las relaciones bilaterales. Trump es un empresario y tiene encima la presión del poderoso lobby petrolero estadounidense para arreglarse con Rusia. En este sentido, es genuino su interés por desarrollar relaciones constructivas con Moscú. Pero, por otro lado, sobre el Presidente estadounidense pesan acusaciones muy graves documentadas por la Oficina Federal de Investigación (FBI) que lo colocan en una situación imposible. Cualquier entendimiento que pudiera concertar con Putin, incrementaría la percepción de complicidad entre ambos, corroborando, a los ojos de muchos, que el segundo ayudó al primero a llegar a la presidencia.
Otro aspecto a considerar es el advenimiento de las elecciones de medio término del próximo mes de noviembre, donde Trump necesita afianzar su base de apoyo, entre quienes “los duros” resultan imprescindibles y, por lo mismo, los “moderados” como Tillerson, parecerían no tener cabida. Mejorar las relaciones con Rusia, tendría, para Trump, un costo político inaceptable de cara a noviembre próximo, porque no puede darse el lujo de confrontarse con su base de apoyo.
Tillerson y la diplomacia de Twitter
¿Dónde queda Tillerson? Dejando de lado la telenovela rusa, es claro que los exabruptos de Trump y su diplomacia de Twitter, chocaron con el estilo de Tillerson, personaje prudente, acostumbrado a cerrar tratos de largo plazo a través de la negociación. Trump suele vomitar tuits intempestivamente, haciendo que el trabajo del Departamento de Estado sea muy complicado. Si insultaba a algún líder, país o región, ¿cómo podía Tillerson ofrecer disculpas? Si Washington suspendía el estatus de protección temporal (TPS) -que permitía a miles de inmigrantes de Nicaragua, Honduras, El Salvador y Haití trabajar en EU y enviar millones de dólares en remesas a sus atribulados países- ¿cómo revertir la baja popularidad de Trump es esas naciones? En su desesperación se cuenta que, en julio del año pasado, el Secretario de Estado afirmó a sus allegados que Trump era “un estúpido”, algo que nunca desmintió del todo y que tensó aun más sus vínculos con el Presidente, quien, sin pelos en la lengua, lo retó a continuación a medir quién de los dos tenía el mayor coeficiente intelectual (sic). A toda acción corresponde una reacción. Por supuesto que Tillerson tiene todo el derecho a considerar al Presidente “un estúpido”, pero dicho por el jefe de la diplomacia estadounidense no es comentario prudente.
Los encontronazos continuaron: Tillerson apostó por el diálogo con Corea del Norte, por mantener la cooperación nuclear con Irán y por evitar el proteccionismo -opinando favorablemente en torno al Tratado de Libre Comercio de América del Norte y destacando los millones de trabajadores estadounidenses que se han beneficiado gracias a él, en contraste con lo que afirma Trump. Pareciera que cada cosa que gestionaba Tillerson, iba un paso atrás del Presidente. No importaba cuántas cosas propusiera o se comprometiera a hacer: Trump le aguaba la fiesta de inmediato. Su gira por Medio Oriente el mes pasado, enfrentó los reclamos de varios países de la región, por la decisión de Trump de reconocer a Jerusalén como capital del Estado de Israel, si bien, interrogado sobre el particular, el canciller estadounidense manifestó que esto no se haría de la noche a la mañana, dado que habría que buscar el lugar para ubicar la legación diplomática, obtener los permisos necesarios, etcétera. Cabe destacar que en Israel, cuando se conoció la noticia del despido de Tillerson, la reacción fue de júbilo, dado que los israelíes estaban muy molestos con las gestiones del Secretario de Estado con naciones europeas para acercar posturas y mantener el acuerdo nuclear con Irán, ampliamente repudiado por Tel Aviv. Su gira por América Latina -también en febrero pasado- no logró revertir la mala imagen de Trump en la región, donde sus índices de aprobación son, apenas, del 16 por ciento.
De Tillerson a Pompeo
En Washington, en radio pasillos, se decía que los días de Rex Tillerson o Rexit -parafraseando el BREXIT- estaban contados. Era como un dinosaurio en vías de extinción. Que Trump ni siquiera lo llamara para notificarle su despido fue a todas luces humillante. Tillerson se enteró de la decisión del Presidente justamente a través del impersonal y frío twitter.
Su sucesor -quien deberá ser ratificado por el Senado- será el hasta ahora titular de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), Mike Pompeo, uno de los “duros” que goza de las simpatías de Trump. Estas son malas noticias para el mundo. Pompeo es un empresario vinculado al sector aeroespacial en Thayer Industries. Arribó a la titularidad de la CIA el 23 de enero de 2017 y a lo largo de su gestión priorizó la cooperación con países de Medio Oriente en torno a la crisis de Siria. Son conocidas sus posturas en torno a diversos temas internacionales, destacando la necesidad de que haya un cambio de gobierno en Corea del Norte; que se aplique la pena de muerte a Edward Snowden, el ex contratista de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) que entregó información sensible de EU a diversos medios de comunicación; que se elimine el acuerdo de cooperación con Irán; que no sea cerrado el campo de detenciones de Guantánamo; etcétera. Como titular de la CIA buscó que la agencia tuviera la autorización de usar drones en operaciones encubiertas para atacar objetivos en Afganistán sin la participación del Departamento de Defensa. Considera a Rusia un país hostil por haber ocupado Ucrania y no hacer nada para destruir a Daesh. Con semejante currículum, tal parece que Estados Unidos se aleja de las zanahorias y decanta a favor de los garrotes.
Como nota al margen, está pendiente la designación del sucesor o sucesora de Roberta Jacobson, Embajadora de EU en México, quien renunció al cargo. Su dimisión se hará efectiva en mayo. Su salida se produce en medio de fuertes desacuerdos con la manera en que Trump conduce sus relaciones con México. Los zapatos que dejará Jacobson serán difíciles de llenar, dado que tiene un historial como una de las mejores especialistas y conocedoras de América Latina y el Caribe en el Departamento de Estado. Ed Whitacre, ex directivo de la empresa AT&T y de General Motors y ex socio de Carlos Slim es a quien Trump nominará para suceder a la experimentada Jacobson. Ya se verá qué tanto embonan las piezas de este ajedrez para México: con un nuevo jefe de la diplomacia estadunidense y con un nuevo embajador en el país.