El 28 de diciembre de 1922 fue fundada la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). En el presente año, la URSS estaría cumpliendo 100 años, si bien su disolución, concretada el 8 de diciembre de 1991 mediante los acuerdos de Belavezha, impidió arribar al centenario. No está de más recordar que el presidente de Rusia, Vladímir Putin, califica a la desaparición de la URSS como la catástrofe más grande del siglo XX y tal pareciera que su operación militar especial en Ucrania, iniciada el 24 de febrero del presente año, apunta a revertir esa “catástrofe.”
Con este telón de fondo, el 30 de agosto se produjo el deceso de Mijaíl Sergeyevich Gorbachov (1931-2022) a la edad de 91 años. La ironía no podría ser más grande. El 2 marzo de 1931, Gorbachov nació en Privolnoye, en la República Socialista Soviética de Rusia, cuando la URSS apenas contaba con nueve años de existencia. Privolnoye era una localidad habitada casi en partes iguales por ucranianos y rusos, lo que potenciaba diversos conflictos. Hoy, en pleno siglo XXI ambas naciones se enfrentan en una guerra en la que parece difícil que alguna de las partes se alce con la victoria absoluta. Así, en 91 años, Gorbachov no pudo atestiguar la paz y la convivencia armónica entre rusos y ucranianos.
Pero regresando a la infancia de Gorbachov, Privolnoye fue una de las numerosas regiones afectadas por la gran hambruna de 1932-1933, resultado de la política de colectivización de las tierras de Stalin, en la que fueron atacados tanto grandes terratenientes como pequeños propietarios en el contexto de la industrialización a marchas forzadas. Aunque las cifras difieren, los historiadores documentan entre 5. 7 y 8. 7 millones de muertos al norte del Cáucaso, Ucrania, Georgia, Kazajstán, la región del Volga, Siberia occidental y al sur de los Urales tanto por las hambrunas inducidas como por la represión política.
El joven Gorbachov, pese a la precariedad de su familia y comunidad propiciada por los excesos de Stalin y más tarde, por los estragos de la segunda guerra mundial -denominada en la URSS “gran guerra patria” debido al costo material y sobre todo humano que impuso al pueblo soviético-, estudió y se graduó en la Universidad Estatal de Moscú en la carrera de derecho. Se incorporó a las filas del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), lo que le permitiría el ascenso en la escena política primero en su natal Privolnoye y, con el tiempo, a nivel nacional.
La URSS tuvo, a lo largo de su historia a ocho líderes entre 1922 y hasta el momento de su desaparición, en 1991. La permanencia en el poder era vitalicia salvo un caso. Lenin, el primero de estos líderes, tuvo una estancia muy corta debido a las diversas enfermedades que lo aquejaban. Falleció en 1924. Le sucedió José Stalin, quien estuvo al frente del gobierno de 1924 hasta su muerte en 1953. Georgy Malenkov tuvo un interludio breve entre marzo y septiembre de ese año hasta la llegada de Nikita Kruschov, quien permanecería 11 años en el cargo siendo el único de los líderes soviéticos que fue depuesto y murió sin recibir un funeral de Estado. Su sucesor, Leonid Brezhnev se mantuvo en el cargo hasta su muerte en 1982. A continuación, en un período de escasos dos años y medio, tres personajes ocuparon la jefatura del poder soviético: un ya muy enfermo aunque reformista Yuri Andropov, quien arribó en noviembre de 1982 y falleció en febrero de 1984; un todavía más enfermo Konstantín Chernenko, personaje de línea dura, que ni siquiera se podía mantener de pie por sus propios medios y apenas pudo estar por espacio de un año con vida, entre febrero de 1984 y marzo de 1985. Fue entonces que Mijaíl Gorbachov fue electo tras reconocerse la importancia de un liderazgo más fresco y joven que pudiera dar nuevos bríos a un país que enfrentaba múltiples dificultades y requería cambios.
Eran los tiempos de la segunda guerra fría, cuando Ronald Reagan gobernaba a Estados Unidos. Al llegar al poder en 1985, Gorbachov introdujo diversas reformas, siendo las más conocidas la reforma económica o pierestroika y la reforma política o glasnost. Al llevar a cabo simultáneamente ambas, perdió el control de los cambios, lo que al final terminaría colapsando al país. A Gorbachov también le preocupaba el bienestar del pueblo ruso, sometido a diversas carencias y donde el consumo de alcohol hacía estragos en la población, sobre todo en los varones, reduciendo su esperanza de vida. De ahí que introdujera férreos controles para limitar el consumo de bebidas alcohólicas.
En materia de política exterior, flexibilizó las relaciones con la Europa Oriental del Pacto de Varsovia, facilitando la unificación alemana en la que la ex República Democrática se uniría a la República Federal para integrar a la actual Alemania bajo la tutela de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Este hecho privó al Pacto de Varsovia de uno de sus miembros más importantes, lo que aceleró su colapso.
En materia de limitación de armamento, suscribió con Estados Unidos la eliminación de los misiles de corto y mediano alcance emplazados en Europa en 1987. Asimismo, negoció el Tratado para la Reducción de las Fuerzas Convencionales en Europa, mediante el que la URSS retiraría su presencia militar en Europa Oriental.
Una de las decisiones más importantes de Gorbachov fue retirar las tropas soviéticas de Afganistán, cuya invasión tuvo un enorme costo político para la URSS -se recuerda que ese fue el argumento de las naciones occidentales para boicotear la celebración de los Juegos Olímpicos de Moscú en 1980, además de que EEUU realizó un embargo de granos contra los soviéticos.
La amenaza nuclear se redujo sustancialmente bajo la gestión de Gorbachov, dado que con la suscripción del Tratado para Reducción de Armas Estratégicas (START) pactado con Estados Unidos, se redujo el stock de armas nucleares en manos de ambas naciones.
Cuando un antiguo aliado y amigo de la URSS, Irak, decidió anexarse Kuwait el 2 de agosto de 1990, Gorbachov cerró filas con Estados Unidos y Occidente para condenar el hecho y aprobar resoluciones en el seno del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas que permitirían, primero, sancionar al gobierno de Saddam Hussein y, a continuación, avalar el uso de la fuerza en su contra en la conocida operación tormenta del desierto de enero de 1991. Este entendimiento de Gorbachov con Occidente fue lo que llevó en noviembre de 1990 al entonces Presidente de Estados Unidos George Bush padre a proclamar un nuevo orden mundial donde Washington devenía en el único líder del mundo.
Es entendible, entonces, la popularidad que ganó Gorbachov en Occidente. En ese mismo 1990 recibió el Premio Nobel de la Paz por su contribución a mejorar las relaciones Este-Oeste. La gorbymanía materializada en recepciones multitudinarias y hasta la venta de peluches con la efigie del líder soviético a los lugares que visitaba el líder soviético, denotaban la satisfacción que las naciones del mundo tenían hacia un personaje con quien podían negociar, dada la apertura que mostraba. Incluso tras el colapso de la URSS, Gorbachov viajó mucho -mientras su salud se lo permitió- y su popularidad visiblemente era enorme en cada lugar donde se presentaba. Cuando vino a México, la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) lo invitó a impartir una conferencia para que compartiera con la comunidad universitaria sus vivencias. Sin embargo, dado que sus honorarios eran de un millón de dólares -que en sus propias palabras se usarían para financiar a la fundación que presidía- y la UNAM no podía hacer semejante erogación, fue la Universidad Anáhuac la que pudo desembolsar ese monto y tener a Gorbachov como visitante distinguido. La recepción que tuvo en aquel recinto universitario, fue apoteósica, aunque lo habría sido más si se hubiese presentado en la UNAM -aunque el hubiera no existe.
Con todo, Gorbachov era candil de la calle. En los últimos años de su gestión, en el interior de la URSS crecía el descontento y la glasnost fue una suerte de caja de pandora: los soviéticos tenían sí, acceso a la democracia, pero sus carencias materiales y nivel de vida no mejoraban.
En agosto de 1991 se produjo un golpe de Estado contra Gorbachov por parte de sectores conservadores soviéticos que, sin embargo, fracasó. No tuvo éxito no porque el pueblo apoyara a Gorbachov, sino porque Boris Yeltsin se había apertrechado en Moscú para resistir a los golpistas. Era cuestión de tiempo para que el primer y único presidente que tuvo la URSS, cayera en desgracia.
Claro que la disolución de la Unión Soviética generó una situación desastrosa dentro y fuera de la Federación Rusa, heredera de los privilegios y responsabilidades internacionales de la URSS, entre ellos, el asiento como miembro no permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y el control del botón nuclear, aunque también una enorme deuda externa. La crisis social no se hizo esperar y el nivel de vida de la población se desplomó, mientras que en la escena internacional el país era humillado por los occidentales, quienes le prodigaban un tratamiento muy secundario respecto al de los tiempos de la guerra fría. La debacle rusa llevaría al ascenso, en 2000, de Vladímir Putin, personaje surgido de los servicios de inteligencia soviéticos, apoyado por sectores de la clase política y económica que buscaba frenar el declive de Rusia.
Mientras tanto Gorbachov se convirtió en una figura muy cuestionada en la Rusia de la posguerra fría. Mientras que algunos señalaban que la URSS no habría podido continuar con el modelo que sustentaba, otros acusaban que Gorbachov había tomado malas decisiones llevando a la ruina al país que además entregó a los occidentales.
Tras su salida del poder, Gorbachov creó la fundación que lleva su nombre, además de que promovió la socialdemocracia como una vía deseable en la Rusia postsoviética. Su apuesta no fue exitosa. En la guerra fría, la socialdemocracia efectivamente pudo prosperar con una narrativa estructurada en torno a una “tercera vía” frente al capitalismo de Estados Unidos y el comunismo soviético. Sin embargo, con la disolución de la URSS, la socialdemocracia y todo lo que sonara a “izquierda” entró en crisis y prueba de ello son los vaivenes que ha sufrido esa “tercera vía” en países donde tuvo un sólido desempeño en la guerra fría como, por ejemplo, los escandinavos, Austria, Alemania, etcétera. Asimismo, una vez instalado Putin en el Kremlin, el trato de Occidente hacia Rusia cambió, lo que fortaleció al presidente ruso cuya orientación política es conservadora y con el apoyo de las élites económicas y de la iglesia ortodoxa. ¿Fin de las ideologías?
Así que Gorbachov no le quedó más que criticar la gestión de Yeltsin y de hecho se presentó a los comicios presidenciales de 1996, obteniendo apenas el 0. 5 por ciento de los votos. Cuando Yeltsin hubo de dimitir dando paso a Vladímir Putin, inicialmente Gorbachov lo miró con buenos ojos. Sin embargo, al paso del tiempo, comenzó a tener desencuentros con él. Hubo un interludio, durante la presidencia de Medvedev, pero una vez que Putin volvió a la presidencia, las críticas de Gorbachov se reanudaron. Aun así, el último Presidente de la Unión Soviética apoyó la anexión de Crimea a Rusia tras el cuestionado referéndum de 2014 y en varias ocasiones denunció la ampliación de la OTAN como una provocación contra Moscú. También criticó lo que en sus palabras han sido acciones occidentales encaminadas a evitar que la Federación Rusa sea una gran potencia.
Tras la muerte de Gorbachov vale la pena reflexionar en torno a su legado. Sin duda Rusia cambió. Aunque sigue siendo el país más grande del mundo, perdió unos 5 y medio millones de kilómetros cuadrados tras la disolución de la URSS. La economía reposa su desarrollo en los combustibles fósiles, los que le han permitido un empoderamiento en el mundo y sobre todo en Europa. Rusia no ha podido impedir que a la OTAN se incorporaran buena parte de quienes engrosaron las filas del Pacto de Varsovia, como tampoco la occidentalización de algunas de las ex repúblicas soviéticas como Letonia, Lituania, Estonia, Georgia, Moldova y al menos una parte de Ucrania.
Con todo, la desintegración de la URSS ha sido analizada a detalle en la República Popular China (RP China), debido a la configuración multinacional de ese enorme país, buscando entender lo que sucedió en la era Gorbachov para no cometer los mismos errores. En este sentido, Beijing decidió optar por la pierestroika dejando de lado la glasnost. Otro reducto del colapso soviético es que la debilitada Rusia se convertiría en un aliado estratégico de la RP China, animado este hermanamiento por la pretensión de EEUU de regir de manera unilateral los destinos del mundo. Mientras que en los tiempos soviéticos las relaciones con la RP China llegaron a su punto más bajo, hoy se encuentran en su mejor momento.
Otra consecuencia del desmoronamiento soviético son los numerosos conflictos sin finiquitar en Rusia y en sus vecinos, lo que ha abierto la puerta a diversas intervenciones del país eslavo en el espacio postsoviético para poner orden. La operación militar especial en Ucrania se inscribe en esta lógica de reposicionamiento de Moscú en las relaciones internacionales del siglo XXI.
El peligro de las armas nucleares, ciertamente, se redujo durante la gestión de Gorbachov y las negociaciones entabladas con EEUU. Sin embargo, hoy es un peligro renovado. El nuevo tratado START que finalizará en 2026, no parece que vaya a tener avances significativos en momentos de tantas tensiones entre Moscú y Washington. Tampoco se pierda de vista que George W. Bush en 2001, anunció el retiro de EEUU del Tratado sobre Misiles Antibalísticos (ABM), ello de cara a la renovación del proyecto del escudo antimisiles. Por si fuera poco, en 2019 la administración de Donald Trump decidió retirarse del tratado sobre misiles de corte y mediano alcance en Europa. Y, por supuesto, no se puede dejar de lado que en la más reciente Cumbre de la OTAN celebrada en Madrid se dio a conocer un concepto estratégico en el que se identifica a Rusia como amenaza perpetua contra la seguridad noratlántica y de paso también a la RP China. No está de más señalar la ampliación de la alianza noratlántica a Escandinavia con la membresía de Suecia y Finlandia, dos países neutrales que constituían un punto geopolítico de equilibrio en la zona entre Rusia y Occidente.
A manera de epígrafe se puede concluir que Gorbachov llegó al mundo en tiempos convulsos y que se fue de él en tiempos convulsos. El año pasado, Estados Unidos hubo de retirarse de Afganistán tras una fallida intervención de 20 años, a la usanza del retiro soviético aprobado por Gorbachov. El retiro soviético de Afganistán ha sido considerado como la pala que cavó la tumba de la propia URSS. Hoy se dice lo mismo de Estados Unidos, país que muestra un agotamiento en sus capacidades de gestión de los asuntos globales y nacionales.
En los tiempos en que Gorbachov nació, Ucrania estaba en apuros. Hoy, tras la partida de Gorbachov, Ucrania sigue estando en apuros. El ex líder soviético contribuyó decisivamente al fin de la guerra fría, pero ello no eliminó los desafíos que encara el mundo. Una consecuencia fue que tras el fin del conflicto Este-Oeste el Norte volvió los ojos al Sur para culparlo de todos los males que aquejan al mundo. Se criminalizó a la pobreza y se endilgó el narcotráfico, la falta de democracia, las violaciones de los derechos humanos, la violencia y otros males a los países en desarrollo, negando la corresponsabilidad que el Norte tiene en todos y cada uno de ellos.
Se podrá estar o no de acuerdo con la aseveración de Vladímir Putin de que la desaparición de la Unión Soviética ha sido la mayor catástrofe del siglo XX, si bien el propio mandatario ruso ha empleado esa narrativa a su favor a lo largo del presente siglo. Adicionalmente, es evidente que la amistad entre Rusia y la RP China no habría podido producirse si la URSS existiera. Ese vacío de poder que dejó su desaparición fue la pauta para el acercamiento entre Moscú y Beijing. Por todo ello, la figura de Gorbachov ocupa un lugar muy importante en la historia, si bien, la historia continúa…