“La guerra es el asunto más importante para el Estado. Es el terreno de la vida y de la muerte, la vía que conduce a la supervivencia o a la aniquilación. No puede ser ignorada”, dijo el general chino Sun Tzu, en su célebre libro «El arte de la guerra».
Por su parte, en su discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres (1755), el Filósofo suizo Jean-Jacques Rousseau señala que el hombre salvaje fue empujado al “estado de guerra más horrible” por la “sociedad naciente”; es decir, la violencia no está en la naturaleza del hombre.
Hoy día, hablamos de guerras civiles, electrónicas, de precios, sucias, psicológicas…Todas ellas entrañan una lucha de contrarios. Se suscitan entre naciones o bandos de una misma nación. La Independencia de México es, tal vez, una de las conflagraciones de mayor arraigo en la memoria de nuestra sociedad. La historia nacional también ha registrado guerras como la de los Pasteles, la Cristera y la Guerra Sucia, por mencionar sólo algunas.
Las guerras buscan la dominación del contrario, del oponente. La expresión “estamos en guerra” debería remitirnos a un estado de ánimo preventivo, de alerta y agitación, que nos obligue a estar atentos ante cualquier ofensiva de nuestro hipotético opositor.
En un contexto global, cada nación sobrevive sus guerras con estrategias específicas. La sociedad civil en México ha tenido que enfrentar el recrudecimiento de la violencia y su escalada; en algunos casos, haciendo equipo con sus gobernantes, en otros, a pesar de ellos. El ciudadano sortea el juego macabro de vivir o morir, ya sea en el transporte, en un fuego cruzado, extorsionado por el crimen organizado, por la propia policía… Las propias organizaciones civiles, organismos internacionales y periodistas son voces que claman en medio del desierto, a menudo son acalladas o menospreciadas por las propias autoridades que no encuentran en ellas un aliado insustituible para enfrentar, en los hechos, la enorme e inocultable violencia que sufre el país.
De acuerdo con datos del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP), se iniciaron 72 mil 892 expedientes por homicidio doloso en lo que va del sexenio del presidente Andrés Manuel López Obrador; contra 30 mil 572 registrados durante los tres primeros años del presidente Felipe Calderón; y 41 mil 979 del presidente Enrique Peña Nieto. De las 95 mil personas desaparecidas, contabilizadas desde 1964, durante la administración del presidente López Obrador se contabilizan más de 21 mil 500 casos. En México, según información del Registro Nacional de Datos de Personas Extraviadas o Desaparecidas (RNPED), durante el sexenio del presidente Calderón se registraron, en total, 102 mil 859 homicidios y 22 mil 112 desaparecidos. La actual administración recién cruzó el umbral de los tres primeros años.
El Comité de las Naciones Unidas contra la Desaparición Forzada (CED) manifestó su preocupación por el tema de las desapariciones forzadas en México. En el último día de la visita del CED a nuestro país (26 de noviembre de 2021), se contabilizaron noventa y cinco mil personas registradas oficialmente como desaparecidas en territorio nacional. En un comunicado fechado el 29 de noviembre de 2021, el CED destacó que “México también vive una grave crisis con más de 52,000 cuerpos no identificados de personas fallecidas”.
Los números son alarmantes. Pese a ello, el narcotráfico no es el principal de los motores de violencia que tiñen de rojo a México. En nuestro país, la violencia tiene su propia evolución histórica y su propio expediente de impunidad. En 2021 se contabilizaron 62 masacres en el país. Los números que se desprenden en relación con los diversos tipos de violencia merecen un capítulo aparte.
Por otra parte, la presencia del Ejército en apoyo a tareas de seguridad pública pasó de 50,000 efectivos desplegados, durante el sexenio del presidente Calderón, a más de 150,000 en lo que va del sexenio del presidente López Obrador. La Guardia Nacional se transforma en un cuerpo de mando militar; los militares no han abandonado las calles.
Ante este panorama, cabría preguntarse si el gobierno federal ha decidido clarificar su estrategia de combate a la violencia, enfrentando sus causas con acciones específicas para cada una de sus múltiples vertientes. Huérfanos, viudos, personas con nombre y apellido no pueden ni merecen ser transformados en un número más de las frías estadísticas. La violencia, en ninguna circunstancia, debe normalizarse.
Del mismo modo, urge implementar verdaderos programas de atención que contribuyan a sanar las heridas abiertas en una sociedad cada vez más inmersa en la polarización que en su propia participación. En México libramos nuestra propia guerra contra la violencia; todos aspiramos a vivir en un México en paz.
Notas periodísticas nos hablan de 17 personas acribilladas mientras asistían a un velorio en Michoacán. Videos que circularon en redes son el testimonio innegable del hecho violento, dan cuenta de un Estado fallido. En estos momentos, cuando nuestra sociedad parece atrapada entre los fuegos de los contrarios, resignada a su suerte, normalizando lo intolerable como un mecanismo de defensa, y ante la parsimonia de los gobernantes, las palabras del cantante León Gieco deben escucharse en Ucrania, en México y el mundo: “Sólo le pido a Dios que el dolor no me sea indiferente…”.