¿Qué haríamos si viajáramos en el tiempo hasta 2005 y 2006? ¿Cuál sería la reacción ante el episodio del desafuero y a la elección presidencial en la que triunfó Felipe Calderón Hinojosa por un puñado de votos frente a Andrés Manuel López Obrador?
El ejercicio es interesante. El propio presidente de la República hizo una reflexión al respecto, al afirmar que estaríamos mejor si no le “hubieran robado la presidencia” en julio de hace 13 años.
Quitemos la paja del trigo. En primer lugar, no triunfó en aquella jornada y esto quedó demostrado en las distintas instancias. Hasta ahora no existen evidencias de un fraude, y no hay voces de operadores de casilla que sostengan lo contrario.
El tema, sin embargo, es axial para los seguidores de López Obrador y se afianza en una narrativa tan intensa como inamovible.
Lo que tiene miga es imaginar un resultado distinto y pensar en lo que habría ocurrido con el país. Lo más evidente es que el mandato tendría controles de importancia y en particular los del poder legislativo. El titular del ejecutivo, si quería impulsar reformas, no tenía otra opción que acordar con el PRI o con el PAN o, en un ejercicio de alta política, con ambos partidos. Cualquier resultado en 2006 pasaba por un congreso en tercios.
En el tema de la seguridad la diferencia con Calderón Hinojosa habría sido de importancia, aunque el grado de violencia estaba arraigado y fuera de control en estados que, como Michoacán, ya no contaban con capacidades institucionales para enfrentar a grupos que mutaron de la producción y trasiego de drogas a la extorsión a la sociedad.
¿Los militares estarían en la agenda del presidente López Obrador de 2006? Es probable que sí, pero no con la relevancia que tienen ahora para su proyecto de gobierno, y en particular porque dentro de la propia izquierda que lo postuló tendría una oposición fuerte.
La lógica, en todo caso, era fortalecer a la Policía Federal y a las corporaciones estatales y municipales.
Supongo que el énfasis social sería intenso, quizá no como ahora, porque los controles institucionales no estarían debilitados.
El Poder Judicial imprimiría, derivado de lo ocurrido en el desafuero, un esquema de control fuerte y de supervisión constitucional permanente.
Las instituciones autónomas, como la CNDH, no habrían sido vistas como un obstáculo, sino como una palanca para impulsar y desarrollar una verdadera sociedad de derechos, que eran uno de los ejes del pensamiento de la izquierda.
El IFE (el INE nacería un sexenio después) no tendría que ocuparse de disminuciones presupuestarias, porque eso no era la norma, aunque quizá los perdedores también buscarían venganza, como en la realidad ocurrió y los consejeros resultaron relevados.
En el plano económico la continuidad era la norma y así se dejarían las cosas, para no complicar la marcha de los proyectos y dar tranquilidad a los inversionistas y empresarios, donde una atención especial la merecerían quienes estaban más distanciados luego de una campaña polarizada.
Recordemos que López Obrador, como Jefe de Gobierno, tuvo una relación bastante buena con diversos personajes del mundo de las finanzas y los negocios.
La pregunta, entonces, radica en imaginar sí esto habría sido mejor o peor. Un 2006 con otros triunfadores y, por necesidad, con distintos vencidos.
Creo que no estaríamos enfrentado ahora mismo las complejidades de la restauración del presidencialismo, pero sospecho que en seguridad quizá estaríamos en una situación todavía más adversa. Y sí, quizá sí le habría ido mejor a México, pero no necesariamente por lo que los políticos creen, sino porque nadie se habría atrevido a debilitar la democracia.