La película Habitación 212 se estrenó en 2019 —antes de la pandemia de coronavirus— pero, paradójicamente, se desarrolla casi en su totalidad en un departamento y un cuarto de hotel, en edificios que están uno frente al otro. Lo principal de las acciones ocurre en apenas una noche. O no: lo vivido a través de décadas regresa a la actualidad de los personajes y un recurso narrativo fantástico los lleva a otros espacios. Sin embargo, a pesar de lo que dice algún texto promocional, esta película poco tiene de onírica —aunque la protagonista, Maria, viaje entre espacios—, de psicoanalítica —pues explora cuestiones bastante someras de los personajes—, menos aún de surrealista —ya que la aparición y desvanecimiento de personas no altera que su narrativa sea marcadamente tradicional. Hay que tomar en cuenta que algunos mecanismos se han repetido tanto que se han naturalizado. En cambio, Habitación 212 sí tiene mucho de teatralidad.

Christophe Honoré dirige una película llena de teatro, lo que no es sorprendente pues además de realizador cinematográfico es novelista, guionista y dramaturgo. Que los espacios se muestren —con vistas aéreas— como escenografía es uno de los ingredientes que generan algo familiar, pues resulta semejante a la visibilidad del carácter escenográfico de paredes que son habituales incluso en teatro de repertorio. Un elemento fundamental de la teatralidad de esta película —en su sentido más evidente y sencillo— es que está sostenida en los diálogos de los personajes. Así, Habitación 212 se concentra demasiado en transmitir información por medio del discurso hablado, en lugar de crear una realidad audiovisual efectiva que explote las posibilidades del cine.
Además del tipo de narración que el director diseñó, también la musicalización de Habitación 212 es convencional. No obstante, al menos una de sus decisiones visuales puede atrapar al espectador —no la falsa nieve, por supuesto— pero sí la evidente miniatura de una calle parisina que da pie a presentar a los personajes como gigantes por un instante. Las luces de una marquesina o el guiño de que Rosebud sea el nombre del bar de su calle —como el único buen recuerdo del moribundo protagonista de Ciudadano Kane (1941)— no suplen la falta de encanto cinemático. Quizá la incoherencia de su tono sea el rasgo que vuelve a Habitación 212 difícil de aprehender: pareciera buscar contener diferentes registros sin alcanzar uno u otro.

Interpretando a Maria, el personaje central, está Chiara Mastroianni —sobre quien siempre pesa el ser hija de Catherine Deneuve y Marcello Mastroianni. Maria, mujer en edad madura, es una profesora casada que quizá ha vivido su sexualidad plenamente. A últimas fechas ha tomado a Asdrúbal Electorat, uno de sus estudiantes, como su amante. Cuando su esposo Richard descubre la aventura —y tras el pleito subsecuente— las secuencias reviven a personajes del pasado en el cuarto de hotel y el departamento. Richard parece incapaz de reconocerse y asegura no gustarse a sí mismo, pero confía que bastará que nuevamente Maria y él se toquen para que las cosas se arreglen. El conjunto del historial sexual de Maria es reprobado —o ella se lo reprocha a sí misma— con la aparición de su madre y su abuela que le comunican que ha estado con más hombres que cinco generaciones sumadas de mujeres de su familia.
El paso del tiempo en forma de tedio matrimonial y el inevitable envejecimiento complican la vida de Richard y Maria. La aparición de Irène Haffner —antigua profesora de piano de Richard, con quien tuvo un prolongado amorío desde que él era casi niño— parece complicar la situación. Pero su regreso es más un recuerdo obsesivo que una realidad amorosa. Acerca de la diferencia de edades entre miembros de una pareja parece haber ecos de hechos locales, pues más allá de reprobables abusos de clérigos contra menores de edad, en los últimos años en Francia hay casos que han generado interés. Brigitte Macron es 24 años mayor que su esposo, Emmanuel —presidente de Francia—, y fue su profesora de teatro en el bachillerato; cuando se conocieron él tenía 15 años, ella 39. Esto ha generado todo tipo de discusiones.

En años recientes en Francia también se han enfrentado diversas posiciones alrededor de la pedofilia del escritor Gabriel Matzneff: desde el proceso legal por sus actos, hasta justificaciones de su actividad sexual con menores, pasando por críticas a las encumbradas personalidades que —por años— se hicieron de la vista gorda sobre las prácticas eróticas del literato. En este contexto, al estudiante universitario Asdrúbal Electorat le corresponde señalar a Maria que, tras salirse de su casa y llegar al hotel, está en la habitación 212, número que en el código civil corresponde a la normativa —entre otras cuestiones— de la fidelidad matrimonial. Una tensión que es apenas tocada, de manera cómica.
La película aborda la memoria, pero también las posibilidades perdidas. Cuando Maria y Richard pelean, él dice haber desperdiciado con ella “sus mejores años”, asegura que siempre ha sido fiel; ella argumenta que para personas largamente casadas tener relaciones sexuales con gente fuera del matrimonio: “es normal, es lógico”. A Maria la mueve la ética de que por probar no quede. A su vez, la motivación de Irène es tener otra oportunidad con Richard, al grado de materializar el hipotético hijo que podrían haber engendrado si hubieran continuado juntos: lo que podría haber sido y nunca fue. En algún momento la compañía de parejas imaginarias parece ofrecer la alternativa ideal tanto para Richard como para Maria. Sin embargo, el tiempo no se detiene. Irène quiere saberse amada por Richard, pero no hay segundas oportunidades para los recuerdos. Las acciones persisten. Habitación 212: el fantasma presente del deseo pasado.

Habitación 212 fue parte de la 70 Muestra Internacional de la Cineteca Nacional, ciclo que continúa hasta el 9 de diciembre en: Sala Julio Bracho (CCU), Sala José Revueltas (CCU), Cinemex Altavista, Cinemex Duraznos, Cinemex Manacar, Cinemex Insurgentes, Cine Tonalá, Cinemanía, IFAL y Casa del Cine.
Autor
Escritor. Fue director artístico del DLA Film Festival de Londres y editor de Foreign Policy Edición Mexicana. Doctor en teoría política.
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