Pocas tragedias han golpeado tanto a la sociedad como la de hace 10 años en Hermosillo, Sonora.
A media mañana del 5 de junio de 2009, en la Guardería ABC, se desató un incendio el cual resultó muy difícil de controlar. A esto se sumó que el plantel no tenía los instrumentos de seguridad que por ley debía tener. No tenía claramente establecidas salidas de emergencia y las que habían —el inmueble era una especie de gran galerón— eran insuficientes para enfrentar una situación al límite, como la que en ese momento se estaba presentando.
El personal de la guardería, los niños y los bebés estaban en un callejón sin salida en medio del incendio y de un infierno, a lo que se suma que muchos de ellos estaban dormidos.
Aparecieron muchos héroes anónimos, como fue el caso del joven que con su camioneta trató de tirar la pared, de hecho, lo logró, para con ello buscar que por ahí entraran los bomberos o cualquier persona que pudiera pasar para sacar a quien estuviera dentro de la guardería en medio del incontrolable incendio.
El personal del lugar hizo todo lo que estaba a su mano, el problema es que no tenía elementos para hacer más de lo que pudo hacer. En la guardería se vivía bajo la idea de que nunca iba a pasar nada y que todo estaba bajo control; no se les ocurrió pensar o diseñar las indispensables y necesarias políticas de prevención.
Las autoridades dejaron todo en manos de los dueños y responsables del establecimiento; la pregunta sigue vigente desde aquel doloroso día: ¿por qué las autoridades no estaban vigilantes y aplicaban los reglamentos que cualquier inmueble debe cumplir, y más tratándose de niños y bebés?
A la guardería se le dejó por la libre y en ella vivían bajo la idea de que todo estaba bien, y que nunca se les iban a presentar los inevitables imponderables. Los dueños consiguieron el permiso, es probable que todo haya sido rápido debido a que seguramente conocían a “alguien”, y así echaron a andar su “negocio”.
No se juzga ni la buena ni mala fe que haya podido haber respecto a las intenciones de los responsables de la guardería y la importancia que pudiera tener en sus vidas, como un trabajo o como servicio, simple y sencillamente no hay espacio para ello y todo se viene abajo en medio de la brutal tragedia.
Los padres y madres de los 49 bebés que murieron esa mañana, más los que se salvaron y que han quedado con huellas imborrables en sus cuerpos y en sus mentes, viven como pueden por la pérdida irreparable de sus hijos e hijas y con la rabia cotidiana.
No se ha hecho justicia del todo, hay una gran parte del proceso que entra en los terrenos de las verdades a medias, a lo que se suma que no se le ha dado en diversos momentos la sensible y debida atención e importancia.
Los padres han deambulado sin saber qué hacer para que se haga justicia, viajan de Hermosillo a la Ciudad de México todas las veces que se requiera, a menudo con dinero de su propio bolsillo.
Han pasado también por severas crisis familiares de las cuales ha sido difícil salir. Entre los propios padres de familia se han presentado diferencias del qué hacer y cómo hacer las cosas; sin embargo, de alguna u otra forma las han ido solventando. Se les rompió la vida de la noche a la mañana.
Viven una tragedia que no va a tener fin ni olvido, pareciera que inevitable y lamentablemente sólo terminará con su propia muerte.
La tarde misma del incendio hace 10 años conversamos con uno de los padres que perdió a su hijo, lo hemos hecho en infinidad de ocasiones. Julio César Márquez no se cansa ni se va cansar de exigir justicia, seguimos cerca de él.
Para su pequeño Julio es este Quebradero.
RESQUICIOS.
Se puede agudizar la crisis migratoria. Para entendernos con Trump, en medio de la imposición de aranceles y para salir de ello, parece que no va quedar de otra que instrumentar políticas más severas con los migrantes, como si el problema fuera sólo nuestro. En esto nos metieron y estamos metidos.
Este artículo fue publicado en La Razón el 6 de junio de 2019, agradecemos a Javier Solórzano su autorización para publicarlo en nuestra página.