El acto en el Zócalo, el día en que tomó protesta López Obrador como Presidente, estuvo lleno de simbolismos y mensajes. El más significativo de ellos fue colocar al indigenismo en el centro de la atención pública.
Los altos niveles de audiencia en televisión de ese día evidenciaron el interés público por conocer no sólo lo que estaba pasando políticamente, sino también la reacción ante las imágenes que estaban frente a nosotros.
En comparación con la audiencia que siguió el partido Toluca-América de la liguilla, el acto en el Zócalo tuvo mayor atención ciudadana; hecho a considerar, siendo que el juego era importante y los equipos tienen grandes y numerosas aficiones.
Si bien el acto de Zócalo era de evidente relevancia en sí mismo, los ciudadanos también le otorgaron importancia y, por ello, los altos niveles de audiencia.
No pasó de largo y en la medida en que avanzaba el evento, los niveles de audiencia se incrementaban. Independientemente de la malograda narración de la cadena nacional que se instrumentó para informar a través de todos los canales de televisión sobre el cambio de gobierno, tanto en la mañana como en la tarde, el público entendió lo que pasaba y se asumió como testigo de un hecho que, al paso del tiempo, podría catalogarse como histórico.
Todo esto viene a cuento porque la presencia indígena por la tarde en el Zócalo fue, al mismo tiempo, un mensaje y un hecho significativo. Algunos especialistas han sido críticos del evento, debido a lo que llaman “teatralidad” en lo que se presentó, en fondo y forma.
Lo que sin duda es importante, es que se colocó al indigenismo en el centro, con el Presidente como su interlocutor. El evento en sí mismo era relevante, pero lo que lo hizo tan atendible fue que todo haya girado en torno al Presidente, quien, como centro político, fue lo que le dio el tono y dimensión al evento.
López Obrador provocó que el indigenismo estuviera en el centro de nuestra atención. Eso fue su gran mérito, porque permitió que la opinión pública reparara y reflexionara, al menos por un momento, en de dónde venimos y quiénes somos. El mensaje era para todo el país: nuestras raíces son indígenas y no debemos, ni podemos, olvidarlo.
Conversando estos días con Adelfo Regino y Mardonio Carvallo, personajes centrales en la estrategia en materia de indigenismo en el gobierno de López Obrador, ponderaron la actitud del Presidente; pero, sobre todo pusieron énfasis en la relevancia que tiene el indigenismo en el desarrollo del país. “No somos sólo pasado; somos presente y futuro”, nos dice Adelfo Regino, quien es el director general del Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas.
Mardonio nos comenta que el hecho de que López Obrador coloque en el centro a los indígenas, “los más pobres entre los pobres”, obliga al gobierno y a la sociedad a cambiar su actitud ante ellos.
Lo que es un hecho, es que la sociedad mexicana es racista y discrimina. La encuesta del Inegi, de hace algunos meses, nos mostró una cara poco grata, pero muy realista, de nosotros mismos.
El valor de actos como el del Zócalo radica en que más allá de que eventualmente se les dé un uso político, permite que la sociedad esté ante imágenes, que por lo general, no tiene conciencia de ellas. Actos como el del Zócalo pueden ser ocasión para que con sensibilidad se puedan ir integrando al imaginario colectivo y no terminen en el olvido cotidiano.
Tenemos que ver nuestro pasado no como una simple anécdota o como algo folclórico, nos dice Adelfo Regino; es parte de nuestra historia y no está peleado con nuestro futuro.
RESQUICIOS.
De nada sirve que se esté poniendo en entredicho a las instituciones. Las consecuencias pueden afectar las fibras más sensibles de la estructura y organización de la sociedad. Merecen, sin duda, ser revisadas; pero señalarlas con fines de desacreditarlas para construir nuevas a imagen y semejanza de quien gobierna, tiene consecuencias graves e inimaginables.
Este artículo fue publicado en La Razón el 13 de diciembre de 2018, agradecemos a Javier Solórzano su autorización para publicarlo en nuestra página.