De hambre es de lo que han muerto alrededor de 10 mil 800 restaurantes que han cerrado en la Ciudad de México en lo que va del año, y que representan el 15 por ciento de los 72 mil establecimientos que había al inicio del año en la entidad. Del hambre de sus propietarios, que no han podido seguir sufragando los costos de renta, luz, gas, insumos y nómina. Del hambre de sus proveedores y arrendadores, a los que ya no pagarán. Del hambre, sobre todo, de decenas, acaso cientos, de miles de cocineros, meseros, garroteros, bartenders y administradores que han perdido su empleo, y que se antoja difícil lo recuperen en una industria tan afectada como ésta.
De hambre de flujo y de facturación pero también de hambre de programas de emergencia que puedan asistirlos en una circunstancia de fuerza mayor. Veamos qué sucede en otras ciudades con un PIB per cápita de entre 22 mil y 25 mil dólares anuales, comparable al de la Ciudad de México:
Oporto, en Portugal, ha destinado 600 millones de euros –270 millones de los cuales están etiquetados para micro y pequeñas empresas– al otorgamiento de créditos hasta por un millón y medio de euros por empresa, pagaderos a 6 años, con una garantía del 90 por ciento otorgada por el gobierno municipal. Adicionalmente, el municipio aplicó a lo largo de 2020 una exención del 100 por ciento de los impuestos por ocupación del espacio público y por apertura de establecimientos de restauración, y la ha refrendado para 2021.
Granada y Marbella cuentan con un apoyo del gobierno español, conocido como Expediente de Regulación Temporal de Empleo, o ERTE, que permite a los empresarios la suspensión temporal de trabajadores, beneficiándose los que se encuentren en ese caso de una prestación por desempleo equivalente al 100 por ciento de su salario durante los primeros seis meses, y al 70 por ciento una vez cumplidos.

Sicilia –incluida su capital, Palermo– tuvo apoyos de 10 millones de euros a fondo perdido distribuidos entre 3 mil restaurantes en 2020, y gozará de otro tanto en 2021.
¿Y la Ciudad de México? Ha destinado apoyos únicos de 2 mil 200 pesos (o sea menos de un salario mínimo) a 100 mil trabajadores de la industria restaurantera, y ha condonado el pago del impuesto sobre nómina a restaurantes… pero sólo durante enero. Es todo. (Cierto: un apoyo a escala nacional, como el de España, sería altamente deseable… y altamente improbable con el gobierno federal que tenemos. Podríamos, sin embargo, gozar de una política regional, como la de Oporto… sólo que eso no es posible sin un Fondo de Capitalidad como el que ha perdido la Ciudad de México.)
De hambre es el grito de los restauranteros que impulsan la iniciativa #AbrirOMorir, que no respaldo pero que comprendo. No la respaldo porque, en un contexto en que la Ciudad de México ha promediado en los 7 días precedentes a la redacción de este artículo 4 mil 346 de los 12 mil 183 casos nuevos diarios, y 160 de los 908 decesos promedio al día –es decir más del 35 por ciento de los contagios y casi el 18 por ciento de las muertes, cuando sólo alberga a poco menos del 7 por ciento de la población nacional–, y en que sólo tiene 206 camas de terapia intensiva disponibles (y contando), el riesgo para trabajadores y comensales es mucho. Pero la comprendo porque, a falta de apoyos gubernamentales que trasciendan el estatuto de la limosna, la muerte por Covid-19 parece menos segura que la muerte por inanición. (Y así, 480 restaurantes abrieron sus puertas el pasado lunes 11, en desafío al semáforo rojo y arriesgando la clausura.)
De hambre de un gobierno federal y uno metropolitano menos indolentes es de lo que trata este texto. Trataría de buscar consuelo pidiendo de cenar a Rosetta, pero ya no me alcanza para el menú delivery de ese restaurante. Lo trocaría por una torta de milanesa de Las Tortugas o un pastel de matcha de Rococó, que todavía podría pagarme, pero ya no existen.
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