Aquel domingo 7 de junio de 1970 sucedía una fiesta que reverberaba en el país y el mundo, igual que el sol tapatío en las pantallas de televisión. El motivo del festejo no era el futbol en sí mismo, sino su despliegue fantástico, como si los dioses del olimpo organizaran la justa en los equipos de Brasil, Alemania, Italia e Inglaterra, por ejemplo.
Desde luego, ahí estaba ese sentido jocoso que muchos llaman mexicandad, el fervor por la patria porque “¡Como México no hay dos, cabrones!”, el sombrero de Juanito lo demuestra y no sólo pues ahí está el tequila o la beberecua que fuera para mostrar lo machos que somos además, también por nuestro lenguaje florido que nos hacen protagonistas.
Apenas dos meses atrás, el 10 de abril de 1970, Paul McCartney anunció que Los Beatles se se separaban pero no había motivo para estar tristes, y no sólo porque teníamos aún a Doña María Felix (“La Generala”) o a Santo y Blue Demon, en las marquesinas del cine ni porque la masacre del 68 estaba cayendo en el olvido de las grandes masas, sino porque teníamos motivo para echar desmadre: “Gane el que gane no importa vamos a cantar”, dice la canción oficial entre música carioca y jarabe tapatío.
Tengo en mis manos esa alegría en papel periódico, es el lunes 22 de junio de 1970 y la nota principal se despliega fulgorosa: “Apoteosis de Pelé; Delirio en Brasil”. Edson Arantes do Nascimento, el mejor jugador del mundo, se ha convertido en el primer jugador en ganar tres campeonatos del mundo y levanta orgulloso la Copa Jules Rimet que, luego de ser disputada por más de 40 años, quedará para siempre en las vitrinas del campeón mundial.
Ese domingo 7 de junio al mediodía, hubo un grito multitudinario, en el estadio y frente a las pantallas de todo el mundo. El primer grito lo dio Pelé, luego de un salto descomunal frente al área del portero inglés, Gordon Banks: “¡Gooool!” e instantes después millones de gargantas hicieron lo mismo, siguen la batuta del director de una orquesta que en las partituras tienen la emoción liberada desde el alma a la garganta. Pelé se lleva las manos a la cabeza, igual que millones de personas, no puede creer el vuelo exacto y el cálculo preciso del portero frente al bote del balón, el Telstar, un hermoso esférico de Adidas cosido de pentágonos y hexágonos para proporcionarle una forma más redonda.
Hablo de una parada monumental, tal vez la mejor en la historia de los mundiales de futbol. Hace tiempo en Zurich oí la grabación de los gritos ensordecedores en el estadio y abracé el balón, se llamó Telstar, porque la estrella de esa competencia, por primera vez en la historia, fue la televisión; ahí está la casaca de Jairzinho quien lanzó el centro que remató Pelé y paró el gran cancerbero inglés.
Hoy nos enteramos que Gordón Banks murió, a los 81 años, “en el transcurso de la noche y en paz”. Por eso también recordamos que fue campeón del mundo en 1966 y que en 1970 la escuadra alemana eliminó al equipo inglés aunque, tal vez, eso sea lo que menos importa, lo que importa es que, como dijo alguna vez Pelé, el mejor jugador del mundo marcó el gol pero el portero, con precisión y sin vencerse nunca antes de caer vencido, salió victorioso.
Yo no viví esos momentos, no tenía la edad, pero los reconstruyo como pedazos de emociones para mí, los vivo para emocionarme también a través del video, con una de las mejores jugadas en la historia de futbol. Y claro, sentir que vuelo como Gordon Banks.