En medio del confuso, tumultuoso y mentiroso presente, nos cae del cielo una efeméride oportuna (puro aire fresco): el 250 aniversario del sabio moderno por excelencia: Alexander Von Humboldt.
¿Por qué moderno? Porque la manera de hacerse de su saber y de sus conocimientos fue viajar, a todas partes, escalar o excavar, navegar o caminar, arriesgando el pellejo y el patrimonio propio (y de la familia). Muy de su época (allí tienen ustedes a Darwin, medio siglo después), pero nadie como aquel alemán llevó tan lejos, a tantas tierras y a tantos saberes esa voluntad que conocemos como LA ILUSTRACIÓN (con mayúsculas).
Protagonizó ese período de tiempo que parece filmado a cámara rápida: un río de voluntades humanas puestas en movimiento durante las cuales el cosmos, la tierra y la naturaleza, comenzaron a tener sentido, un orden, una secuencia y muchas evidencias que los explican. De repente, saber, comenzó a transformarse en otro tipo de erudición: buscando fechas precisas, orden, un lugar específico en el manto multicolor que ofrece el mundo.
Los años iniciales del siglo XVIII algunos se embarcaron en sorprendentes travesías por todos los océanos o cruzaron espacios colosales cuyos habitantes eran desconocidos, pero no con el afán de la conquista (o no sólo con el) sino con el propósito de recabar datos de aquella nueva planta, esa piedra fósil, el coleóptero o la pluma de una rara ave.
Esos caballeros tuvieron los arrestos y abandonaron sus posiciones cómodas en Berlín, París o Londres para caminar largas distancias en densas selvas fundamentalmente desconocidas, nunca mapeadas, menos dibujadas, mucho menos clasificadas.
Algunos de ellos se dirigieron al oriente medio y recorrieron toda la India, toda Siria, toda Birmania o Nueva Guinea. Otros se embarcaron “hacia la quinta parte del mundo”, las Américas para conocer esa cordillera inexplorada, las lejanas y tétricas minas del potosí andino y las sociedades más desiguales que se habían visto jamás (adivinaron, esa es la Nueva España que vio Humboldt).
Y así, encontraron aquel plato alejandrino; habitantes casi mitológicos en Nueva Zelanda, un diabólico amuleto babilónico e incluso grandes ciudades perdidas cuyas esculturas parecían venidas de la noche de los tiempos, lo mismo en América que en Asia.
Las expediciones comerciales y las viejas compañías como la de las Indias Orientales fueron utilizadas con fines más sofisticados con tripulaciones más complejas. Así, el señor James Cook invito a bordo del Resolution y del Adventure, a un naturalista alemán, al biólogo sueco Anders Sparrman (discípulo de Linneo), un astrónomo británico del Consejo de la Longitud y algo nuevo: cuatro cronómetros que les ayudaría a determinar el verdadero confín del mundo “una circunnavegación completa de la tierra en su más extrema latitud sur en la que fuera posible navegar”.
Otros investigadores partieron hacia el Amazonas, donde constataron que “los habitantes eran muy numerosos, una infinita variedad de árboles, frutos de aroma inenarrables y flores rebosantes de polen que eran visitadas por pájaros igualmente extraordinarios que hacían fantasear a aquellos cruzados de la ciencia con la existencia del paraíso terrenal”. Pero ante todo, ellos eran racionalistas, y la abundancia de animales salvajes, pumas, panteras, lobos, ciervos y monos los llevaron más bien, a la conclusión contraria, a repetir la vieja frase de Vespucio: “tantas especies no pudieron haber cabido nunca en el arca de Noé”.
Omnívora curiosidad pero guiada por un obcecado rigor mental, sin el cual, los nuevos descubrimientos y los nuevos mundos revelados por los nuevos instrumentos (telescopio o microscopio) se hubiesen desbordado sin concierto ni lógica dadas las perspectivas perturbadoras que ofrecían. Imaginen ver por primera vez esas bacterias, esos protozoarios, esos espermatozoides a plena carrera.
Pero todo ese cúmulo de nueva información y de evidencias, empezó a ser muy valorada por la sociedad entera, incluso por la plebe poco instruida. Fueron necesarios espacios amplios y públicos para mostrarlas: los museos modernos.
En esas estábamos cuando los naturalistas informaron urbit et orbit que el pasado de la tierra es mucho más extenso y que ellos, mediante sus sistemáticas excavaciones, estaban haciendo aparecer cada vez más pruebas de la presencia de innumerables criaturas que habían dejado de existir.
Muchos pueblos con anterioridad milenaria, habían visto los fósiles por doquier, pero su interpretación era fantástica, mágica, inconexa, como la de los chinos, cuyas cabezas de reptiles y dinosaurios las atribuían a “los dragones domados” por los imperios perdidos. Fue el Informe Brookes, de 1763, el primero que detalló la forma anatómica, medidas y locomoción de aquel animal desaparecido: el Megalosaurio.
Apareció un poderoso estímulo para volver a registrar el planeta con otros ojos, no solamente para reconocer lo que está vivo ahora mismo, sino lo que alguna vez caminó por aquí. Y algo más: surgió la necesidad de saber la edad de esas especies y la edad de la tierra misma, con la secuencia que lleva de los animales originarios para llegar a los modernos.
Todo eso se lo debemos a aquellos señores que ahora conocemos como “los ilustrados”, protagonistas de uno de los mejores momentos de la humanidad, evidentemente, “la Ilustración”. Nada quedó fuera de ese caudal perseverante y curioso. Su logro mas formidable fue sistematizado y redactado por primera vez a bordo del Beagle en una aventura que empezó el 27 de diciembre de 1831. Un joven de 22 años, un tal Charles Darwin formularía la teoría de la selección natural y del origen de las especies, trepándose al barco y al futuro, con un reducido equipaje y con pocos libros: La Biblia, El paraíso perdido de Milton, y el más inspirador de todos: Personal Narrative de Alexander Von Humboldt. (Continuará)¹.
* Camoens. VII.
¹ Los datos y citas de este artículo son extraídos del Los Descubridores, Daniel J. Boornstin. Editorial Crítica. Atlas Geográfico y Físico del Reino de la Nueva España, A.V. Humboldt y La historia del origen de las especies de Charles Darwin. Janet Browne. Editorial Debate.