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jueves 26 diciembre 2024

El imperio contraataca: Trump vs. Siria, parte I

por María Cristina Rosas

El ataque ordenado por el Presidente de EEUU contra el gobierno sirio de Bashar Al-Assad el 14 de abril, ha generado sorpresa e indignación, pero también aplausos en diversos círculos políticos y diplomáticos internacionales. Apoyado por el Reino Unido y Francia, Washington explicó que esta acción fue para castigar a las autoridades sirias por el presunto empleo de armas químicas -con gas sarín- contra la población en Idlib el 7 de abril. Estados Unidos insistió en que los ataques que emprendió en Siria fueron “quirúrgicos” y que estuvieron dirigidos a bases militares, sedes de la guardia republicana, institutos de investigación científica y otras instalaciones estratégicas del gobierno de Bashar Al-Assad.

Rusia reaccionó condenando el hecho y convocó a una reunión de emergencia del Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). En ella propuso una resolución en la que caracterizaba los ataques estadunidenses, franceses y británicos como una grave violación del derecho internacional. La resolución, como era de esperar, sólo fue aprobada por Moscú, la República Popular China (RP China) y Bolivia -miembro no permanente-, en tanto los otros 12 miembros la rechazaron.

¿Cuál es la motivación de Trump para emprender acciones como las descritas? En opinión de quien esto escribe, hay consideraciones tanto domésticas, como internacionales. A nivel interno, Trump lucha por distanciarse y distinguirse de su antecesor, a quien en no pocas ocasiones acusó de sucumbir ante Rusia, demostrando falta de liderazgo ante los asuntos internacionales que afectan los intereses estadounidenses. Así, Trump, al echar mano de sus fuerzas armadas, apunta a reafirmar su posición, complaciendo a los “duros” de cara a los comicios de medio término del próximo mes de noviembre. Poco antes de los ataques (10 de abril), Tom Boosert, asesor principal del Presidente para asuntos de seguridad interna y contraterrorismo, dimitió al cargo, justo 24 horas más tarde de que el halcón John R. Bolton fuera ungido como asesor de seguridad nacional. No está de más recordar que en los 15 meses del gobierno de Trump, más de 30 funcionarios de su gabinete han renunciado, lo que sugiere una crisis de gobernabilidad en su gestión. Por lo tanto, los ataques contra Siria le permiten generar la imagen de un Presidente que “está al mando”, a quien no le tiembla la mano y que toma decisiones, sin importar quién lo rodee o asesore, aunque es evidente que estas acciones complacen a los sectores más conservadores y pro-bélicos del Partido Republicano.

A nivel internacional, Trump cada vez es más cuestionado por la intervención de Rusia en los comicios presidenciales estadounidenses de 2016 y hay varias investigaciones independientes en el vecino país del norte que apuntarían a que eventualmente el mandatario sea destituido. Aun cuando este escenario todavía parece lejano, el ataque contra Siria permite a Trump tomar distancia de Rusia y mitigar, al menos por ahora, el escándalo generado por el Russiagate.

Al haber concertado los ataques con el Reino Unido y Francia, Estados Unidos buscó legitimar estas acciones. Con ello logra cerrar filas con dos socios estratégicos de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), alianza a la que ha acusado de ser costosa y carecer de utilidad, implicando fuertes erogaciones presupuestales que Washington, decía el Presidente, ya no estaba dispuesto a hacer. Sin embargo, EEUU ha mantenido el financiamiento a la alianza noratlántica y con el apoyo de Londres y París envía el mensaje a sus aliados de que los considera importantes por lo que los vínculos trasatlánticos en materia de seguridad, se mantendrán. Por cierto, la OTAN avaló las acciones bélicas contra Siria.

La RP China es un actor a considerar en la decisión de Trump. Las fricciones con el país asiático van en ascenso, no sólo por temas comerciales, sino también de cara a las presiones de Washington sobre Beijing en torno al programa nuclear de Corea del Norte. Estados Unidos desea acciones más enérgicas de parte del gobierno de Xi Jiping contra Pyongyang, algo difícil que ocurra considerando la relevancia que para la seguridad china tiene su vecino norcoreano. La petición estadunidense tampoco parece que pueda prosperar debido al emplazamiento en Corea del Sur, del sistema de defensa terminal de área a gran altitud (THAAD) en marzo, el cual generó airadas protestas de Beijing y de Moscú. En este aspecto, la concertación política existente entre la RP China y Moscú, causa disgusto en Washington, máxime porque la venta de armas del segundo al primero se ha incrementado, amén de que ambos han mostrado afinidades en los asuntos internacionales, especialmente en torno a las acciones emprendidas por Trump, como lo demuestra la ya citada votación en el Consejo de Seguridad de la ONU, donde los chinos cerraron filas con los rusos.

En Medio Oriente, los ataques ordenados por Trump refuerzan su alianza con Israel. Debilitar al régimen de Bashar Al-Assad y provocar su salida, parecería ser el objetivo central. Con todo, de así ocurrir, se generarían nuevos vacíos de poder en una zona en la que Daesh ha experimentado reveses, pero que podrían darle nuevos bríos. Hacia diciembre de 2017, se estimaba que Daesh controlaba solamente el 2% del territorio que alguna vez dominó, y la derrota que experimentó en julio del mismo año a manos del ejército iraquí, parecería haber sellado su suerte. Con todo, su ejemplo y la motivación de otros grupos terroristas para emprender acciones en la región es una variable a ponderar. Esta película ya es conocida: tras la guerra de 2003 en que EEUU atacó y depuso al régimen de Saddam Hussein en Irak, los ex miembros de su guardia republicana crearon Daesh, es decir, se depuso a un “monstruo” y ello generó otro.

Más preocupante es que el argumento de Trump para autorizar los ataques se basa en que, presumiblemente fuerzas del gobierno sirio emplearon gas sarín contra civiles en Idlib, algo que no ha sido demostrado y, en cambio, existen versiones que encuentran en los rebeldes sirios, la autoría de estas acciones, precisamente para propiciar la intervención estadunidense y así, deponer a Bashar Al- Assad. Si esto es verdad, entonces se están generando condiciones similares a las de Irak, con la diferencia de que en 2003, Hussein se quedó sólo, sin nadie que quisiera o pudiera frenar la aventura bélica de George W. Bush -justificada, por cierto, en el argumento de que Saddam Hussein poseía armas prohibidas. En contraste, el régimen de Bashar Al-Assad cuenta con dos poderosos aliados, Rusia y la RP China.

El gobierno de Donald Trump, además del tuit de “misión cumplida” que emitió el mandatario tras los ataques, ha señalado que, por ahora, no se contemplan nuevas acciones bélicas. En este sentido, lo sucedido el 14 de abril parece una suerte de manotazo en la mesa en que Washington esperará para valorar las consecuencias y los costos políticos subyacentes. La apuesta trumpeana, al menos en el corto plazo, es que le brinde un poco de oxígeno a una administración controvertida, plagada de escándalos y que no parece tener un rumbo determinado. Siria vive una grave crisis humanitaria y el régimen de Bashar Al-Assad está muy lejos de ser democrático y respetuoso de los derechos humanos. Sin embargo, las acciones desarrolladas por EEUU no coadyuvan a solucionar la crisis humanitaria imperante en el país asiático.

Como nota adicional, la postura de México ante los sucesos del 14 de abril fue escueta. El Presidente Enrique Peña Nieto, desde el seno de la VIII Cumbre de las Américas celebrada en Lima, Perú, condenó el uso de las armas químicas al igual que manifestó su apoyo al derecho internacional y a las instituciones multilaterales para poner fin al empleo de dicho sistema de armamento. La declaración revela que efectivamente hay dudas razonables sobre la autoría de los ataques con las citadas armas -tema de la mayor importancia, dado que EEUU sí los adjudica al régimen sirio-, y sin darle la razón a nadie, México apuesta por una agenda que le ha dado brillo a su política exterior: el desarme. Ciertamente, en un momento tan delicado como el actual, en el que están en juego temas torales en las relaciones entre México y Estados Unidos, las autoridades nacionales no parecen dispuestas a confrontarse con la administración Trump por la crisis en Siria. Y es que la lista de quienes se manifestaron a favor y en contra del ataque tripartito encabezado por EEUU contra instalaciones estratégicas del gobierno sirio muestra lo difícil que es condenar a Washington o a Damasco sin “quedar mal” con alguien. Considérese lo siguiente: entre quienes aplaudieron o al menos se manifestaron satisfechos por los ataques ordenados por Trump figuran la OTAN -muchos de sus miembros son socios de la Unión Europea-, Japón e Israel, naciones con quienes México mantiene tratados de libre comercio -y, por cierto, actualmente está renegociando con la Europa comunitaria el tratado vigente. Turquía, país que aprobó los ataques, es una nación con quien México ha buscado reencuentros en la presente administración. Los que están en contra son Bolivia y Venezuela -con el primero México ya no tiene tratado comercial, puesto que el entonces gobierno de Evo Morales lo abrogó y con el segundo, tampoco, porque Caracas se retiró del Grupo de los Tres. Con Venezuela, además, México ha tenido fricciones de cara a la crisis política que vive ese país. Cuba es otra de las naciones que condenó los hechos descritos, pero tampoco es un socio comercial significativo para México. Y respecto a Rusia y la RP China, de cerrar filas con ellos, México se expondría a costosas represalias de todo tipo de parte de Washington. Así las cosas, la única bandera con la que puede navegar el país es el desarme químico y no está tan mal, puesto que al final del día es una manera sutil, si se quiere, de impugnar los ataques de Washington al no existir la confirmación fehaciente de la autoría de los dramáticos sucesos de Idlib del 7 de abril.

 

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