¿Así que considera un héroe a Pedro Castillo, quien anunció con una agitación sísmica en las manos que disolvía el Congreso y suspendía las garantías constitucionales, y por eso inmediatamente, en cuanto lo depuso el Congreso, le ofreció asilo? ¿Eso no fue un intento de golpe de Estado? ¿Prefiere usted considerar golpistas a los padres de los niños con cáncer porque se quejan de la falta de medicamentos para sus hijos, como los calificó su colaborador Hugo López-Gatell sin que usted jamás desautorizara tamaña indecencia?
¿Así que la tentativa de disolver el Congreso peruano se debió a que los intereses de las élites económicas y políticas llevaron a tomar esa decisión a Castillo? ¿Los golpes de Estado se justifican porque los adversarios políticos motivan a dar el golpe? Es el argumento de todos los golpistas: Franco, Pinochet, Videla y tantos otros, quienes siempre dan el golpe, según proclaman, porque así lo desea el pueblo.
A diferencia de a Castillo —quien asegura que al anunciar el autogolpe había sido drogado y, sin embargo, se negó a someterse al test de drogas—, nunca les ha ofrecido asilo a los presos políticos de Venezuela, condenados por ser opositores; a los de Nicaragua, en prisión por su osadía de pretender competir contra Daniel Ortega por la presidencia, o a los de Cuba, cuyos delitos, por los que han recibido condenas desmesuradas, son haber protestado en las calles contra la situación económica y política de su país o haber compuesto una canción que no fue del agrado de la dictadura.
¿Así que quiere destruir el INE porque, según arguye, con esa medida quiere garantizar elecciones limpias, sin fraude? Todo México sabe que las elecciones organizadas y calificadas por el INE se han desarrollado con toda pulcritud e imparcialidad. Si algo ha manchado comicios locales son, como ha reseñado Héctor de Mauleón en El Universal y Nexos, los pistoleros que secuestraron a representantes de un partido en vísperas de la jornada electoral y coaccionaron a los votantes en las urnas, con las armas en la mano, para que sufragaran por Morena, el partido oficial.
Entre los motivos de su obstinado resentimiento destaca el de su derrota en la elección presidencial de 2006, que usted y muchos de sus feligreses atribuyen a un fraude, pero nunca se comprobó que en aquellos comicios se hubieran perpetrado triquiñuelas en virtud de las cuales se hubiese desconocido el resultado auténtico de la votación ciudadana. Sabe que en nuestro país el más reciente fraude en una elección, la cual fue celebrada por usted, fue el de la designación de Rosario Piedra como presidenta de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos sin que alcanzara la mayoría que exige la Constitución: ¡se robaron dos votos!
Una de sus obsesiones narcisistas es la de ser recordado como un buen presidente. No se le recordará así: se le evocará como el mandatario que destruyó el sistema de salud, el sistema educativo y un aeropuerto de clase mundial; que aumentó en varios millones el número de pobres; que propició la mayor tasa de criminalidad en la historia moderna de México; que hostigó a jueces, académicos y periodistas, forzando incluso a un ministro de la Suprema Corte a dimitir; que persiguió penalmente a científicos con acusaciones grotescas; que redujo los apoyos a la ciencia, la tecnología, las artes, el cine y los programas a favor de las mujeres; que apoyó a un presunto violador para que fuese gobernador y designó a un presunto hostigador sexual como embajador (designación rechazada por el país agraviado); que erosionó a los organismos autónomos constitucionales; que capturó a la Comisión Nacional de los Derechos Humanos; que simpatizó con dictadores y golpistas, y un largo etcétera.
Pero por su destrucción del INE será también recordado, sobre todo, como el destructor de la democracia mexicana que con tantos esfuerzos y tantas luchas se había logrado erigir. Desde luego, esa nada honrosa medalla tendrá que compartirla con los complacientes miembros de su gabinete y los serviles legisladores de su partido que, como con certeza apunta Federico Reyes Heroles, actuaron como vasallos y pasarán como indignos (Excélsior, 12 de diciembre). La indignidad y el deshonor son características esenciales de su gobierno y sus cómplice.
Este artículo fue publicado en Excélsior el 15 de diciembre de 2022. Agradecemos a Luis de la Barreda Solórzano su autorización para publicarlo en nuestra página.