Digámoslo claro: a López Obrador lo que más le gusta de su cargo son las giras y, aunque suene terrible, violar la ley. Los pocos fines de semana en los que no ha podido salir a darse una vuelta por el país se desespera y se pone de malas. La declaración asombrosa de este fin de semana en Veracruz confirma todo lo que acabo de decir. Ahí les va, textual:
“Me da mucho gusto estar aquí y vamos a correr el riesgo porque no debemos congregarnos, ya que desgraciadamente aún no pasa la pandemia y porque también no se pueden hacer estos actos públicos porque hay veda electoral y no se pueden dar a conocer acciones de gobierno. Ojalá y la autoridad electoral comprenda”.
¡No puede ser!
¿De verdad el que declara esto es el presidente de México? ¿Él es el que “prefiere correr el riesgo” y hacer un acto público, aunque estemos en uno de los momentos más preocupantes de la pandemia? ¿Es cierto que el hombre que juró cumplir y hacer cumplir la Constitución es el que incumple con la veda electoral? ¿Es el primer mandatario de este país con más de 120 millones de habitantes, el que pide al árbitro electoral que no se cumpla la ley porque el jefe del ejecutivo (o sea él) la violó nomás tantito? ¡No cabe duda, AMLO es capaz siempre de superarse a sí mismo!
Mas allá de la burla o la sorpresa que nos produce a muchos todo esto, lo cierto es que debemos alertarnos. Estamos viviendo en muchos sentidos un vacío enorme de poder, o un Estado fallido si ustedes prefieren. Desde mi punto de vista todas estas malas decisiones que ha tomado y sigue tomando el presidente se deben fundamentalmente a tres factores:
♦ Ambición descontrolada. Esto es, las decisiones se toman en función de obtener resultados políticos favorables que fortalezcan al gobierno y a su partido, lo demás no importa, menos aún la ciudadanía. Desde luego, no esperemos la más mínima muestra de solidaridad humana ni empatía por parte de la llamada 4T. Para ellos el fin justifica los medios y ya.
♦ Ignorancia total. Es muy triste decir esto, pero es un factor que en esta administración juega un papel muy importante. No podemos pedirles a los gobernantes que lo sepan todo, eso es imposible para cualquier ser humano, pero sí debemos exigirles, ya que de sus decisiones depende la vida de sus gobernados, que se rodeen de expertos que los asesoren y con base en la ley, el conocimiento y la ciencia se decida cuáles son las políticas públicas y acciones que se implementarán para todos. Basta de la superstición y las estampitas para curar las enfermedades. Basta de aplicar la ley solo cuando me gusta o conviene.
♦ Irresponsabilidad absoluta. Este es el factor, desde mi perspectiva, más importante. El presidente ejerce algo parecido a la dominación carismática de la que habló hace muchos años Max Weber. Y su poderío depende en gran medida de la sumisión que muestran aún hacia él cientos de miles de mexicanos, a pesar de las consecuencias nefastas de muchas de las decisiones presidenciales.
El ejercicio de la política implica ser responsable, o sea, saber elegir e implementar cuáles son las mejores soluciones para que se resuelvan los graves problemas de la sociedad. Las acciones de gobierno, y aquí lo digo como psicóloga, deberían de tomarse con conocimiento, serenidad, respeto a la ley, a la división de poderes, a las instituciones, con evaluaciones y transparencia y más allá de los intereses personales.
Al parecer hoy en día nada de esto sucede en nuestro país y esto inevitablemente se traduce en un mal augurio para el presente y el futuro de México. Así las cosas.