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jueves 12 diciembre 2024

Itinerario por la felicidad, día 1

por Regina Freyman

(Credit: Wikimedia)

Quisiera en esta ocasión llegar a la Navidad de un año tan complejo hablando de felicidad.

Tal vez es una forma de invocación, una oración que suscite su presencia en nuestro tiempo revuelto. Así que aquí narramos su historia.

Como absoluta obsesiva de las historias, lo soy también de los sentimientos. Ya me enseñó José Antonio Marina que son ellos la historia primigenia, en sí mismos un relato con:

  1. Agente (ser sintiente).
  2. Desencadenante (deseo, inclinación).
  3. Objeto o causa.

Por otra parte, soy devota absoluta de los dioses griegos y romanos gracias a dos amigos, uno literario, Francisco de Quevedo, y otra del alma, Martha Escobedo, que tanto me ha enseñado sobre ambas cosas: sentimientos y mitos griegos.

Es por ello por lo que hace unos días comencé en mi blog una especie de diccionario/apuntes sobre las deidades míticas y su correspondencia con los sentimientos. En esta ocasión me ocupa la felicidad, así que recogí todo lo leído y lo escrito (cometeré auto plagio) para componer este texto a modo de collage o de álbum de estampas que he ido coleccionando, como esas colchas hechas de retazos para cubrirnos en tiempos de frío y que pretende cerrar un año difícil invocando a este por demás deseado sentimiento.

Comencemos por su diosa

La diosa de la felicidad es una de las Cárites o Gracias y se llama Eufrósine, representa el júbilo y la alegría. Sus padres son Zeus y Eurínome, tercera esposa de Zeus. Nuestros parientes dicen mucho de nosotros por lo que habrá de tomarse en cuenta que Zeus, además de tener su potente rayo, es fuerza ordenadora, por lo cual la felicidad se distancia de la euforia provocada por una sustancia, que no nace libremente.

La madre, Eurínome es una oceánida, es decir, es un río que fluye, por lo que habrá que pensar que sin acción o movimiento el agua se estanca y pudre. Somos felices al actuar, ya hablaremos más de ello. Eurínome es de buen corazón y por ello, cuando Hera despreció a su hijo Hefestos y lo arrojó del Olimpo, ella y Tetis lo sacaron del fondo del mar, el dios artesano y herrero les pagó con bellas joyas.

Otra historia afirma que es diosa primigenia. Cuando sólo ella existía, se puso a danzar sola en el universo, de su movimiento rítmico se gestó un viento, lo tomó graciosamente con las manos y de él surgió una serpiente llamada Ofión, seductora reptó por las bellas comisuras de la oceánida hasta llegar a sus manos y convertirse en paloma. Sobre sus palmas el ave puso un huevo que, al romperse parió a la Tierra a los astros y a todos los seres vivos. Ofión se jactó de ser el creador y ella lo castigó por su terrible vanidad, lo condenó a vivir de forma subterránea. De aquí podemos pensar en la modestia, en la danza y en la creación como herencia para su jubilosa hija.

Eufrosine, la más alegre, es la hermana de en medio, la mayor es Talía (hechizo), la pequeña Aglaya (belleza). Esta última, por cierto, se casó con Hefestos después de que éste apañara a su mujer, Afrodita, en la cama con Ares. Pero eso es harina de otro costal.

Las hermanas siempre andan juntas, son encargadas de asistir a los momentos en donde se suscita el placer, tanto celebraciones íntimas como privadas. Son ligeras de ropa o de plano andan desnudas ¿Ya ven por qué digo que estar gastando en ropa no provee de felicidad?

La dicharachera Eufro llevaba en la mano izquierda una pulsera dorada, supongo que para indicar que algo de placer deriva de las posesiones y en la mano derecha lleva la máscara teatral de la alegría con la que esparce risas por donde pasa; las tres adornan su pelo con flores, vínculo con la belleza natural. Son séquito de Afrodita y de Eros, es decir, acompañan todo tipo de amor tanto carnal como profundo.

Sus mejores amigas son las Musas, así que podemos llamarlas inspiradoras. Lo que más les gusta en la vida es andar bailando, lo que explica su cabellera perennemente revuelta. Además de alegría proporcionan a mujeres y hombres elocuencia y sabiduría, incluso pueden hacer de cualquier simplón un gran orador, un artista o hasta filósofo. También les gusta juntarse con los sátiros más feos para mostrar que la belleza no sólo vive en la apariencia. Son modestas y agradecidas, por eso tienen su propia fiesta de “Acción de Gracias” donde se come torta de miel, un rasgo que nos orienta a la ternura. Pasemos de los cielos al lenguaje para asir más alegría.

Palabras felices

La felicidad y el amor son emociones cercanas, quizás porque la felicidad es el afecto que lo abraza todo. Las palabras que los designan se refieren a un deseo, satisfecho o no, a la posesión o no de un objeto deseado. Para Spinoza el amor deriva de la alegría y Humé pensaba que la alegría es la percepción de un bien seguro; cuando esta alegría es causada por los talentos o favores de otro, nos lleva al amor. Para establecer las gradaciones en el léxico de la felicidad es necesario tomar en cuenta la división que establecieron los escolásticos con respecto a dicho afecto:

  1. La percepción del bien (aprecio, estima, admiración, etc.)
  2. El deseo de conseguirlo (atracción, inclinación y apego, etc.)
  3. Satisfacción por la posesión del objeto amado (amor)

Viajemos entonces de un polo a otro en el mapa de la felicidad y recorramos juntos desde el placer que pertenece al cuerpo y al deseo, realización de metas mínimas; la alegría como destino de metas superiores y la felicidad como fin último, sentimiento que abraza todos los sistemas vitales: el corporal, el social y el personal.

La satisfacción es, en este recorrido, el argumento más sencillo. Implica el cumplimiento de un gusto o deseo, su pariente más elemental es la saciedad que se emplea para la satisfacción de deseos materiales (hambre, sed…). Unos pasos antes nos topamos con el contento, que implica una satisfacción contenida, suficiente. Está contento aquel que posee lo que necesita y por tanto no desea otra cosa, no apetece más. La satisfacción es más duradera. El contento es fugaz y ligero. Sin embargo, con el tiempo, el contento ha superado la satisfacción y se asocia con la risa, de ahí que uno ría loca de contento.

Nadie aseguró que este viaje sería recto y por ello, retomo la delectación para referir al deleite que es un placer que produce el juego, un placer entretenido. A las pobres palabras les pasa lo que a las personas y de pronto su imagen se ve perjudicada o se “quema” con los cuates, lo que produce que su percepción cambie y por eso, a los pobres deleites en plural, se les concibe como vicios. En su andar, el deleite se extiende hasta el éxtasis y el arrobamiento, santificándose en su connotación, pero a estos dos virtuosos, llegaremos más adelante.

Estacionémonos por un instante en la complacencia que es un gusto benévolo y compartido, contento que se toma de alguna cosa o que se da a otra.  “Es lamentable que se le malinterprete como la simple conformidad o ajuste entre personas.” (“Ventanapalabra: 2010”)

Imagen: Margarita Kriebitzsch/ https://www.saatchiart.com/MargaritaArt

La fruición es una señorita decente complacida ante lo que posee y el regodeo es un pícaro de doble sentido, que a veces simplemente se revuelca en su placer y otras es un placer grosero que se alegra de la desgracia ajena. Etimológicamente significa alegría reduplicativa.

El gozo, posesión de un bien, se avecina a la alegría, pero ella, exhibicionista, se muestra plena mientras él, discreto, se expresa de modo interno. La alegría deriva del latín vulgar alacer = algo vivo o animado y del griego elaphos = ciervo. Por ello no se alarme usted al ver a una persona alegre saltar ligera como un ciervo. (“Ventanapalabra: 2010”)

En nuestro idioma la alegría se ha empequeñecido, se le toma con frivolidad por su cercanía con la diversión. Es ella la que embellece las cosas y la belleza le alegra el ánimo. La alegría cuando es interior se le llama laeticia como mi maestra de primaria que siempre es feliz. Significa vida, ciervo saltarín. Es la conciencia de que somos, al mismo tiempo, nuestra propia creación y creación divina. Es la energía para explorar, cantar, para liberar al ingenio. Se opone a la angustia que oprime, a la tristeza que es falta, al aburrimiento y se aleja, sabia, del abatimiento.

Muy cerca de la alegría habita la dicha, una palabra contigua al porvenir. Es la suerte feliz, apela al destino, significa también cosa dicha. Recuerda el mito de las Parcas que al nacer la criatura debían pronunciar una palabra que decidía su suerte ¿Qué habrán dicho cuando nacimos? A mí me hubiera gustado que dijeran entusiasmo que es el aliento divino que todo lo colma. La alegría es creativa, por eso Sartre pensaba dedicarle una parte de su ética, la pensaba como la conciencia de la libertad creadora. Bergson pensaba que ella era “la ampliación de la personalidad por un esfuerzo que saca mucho de poco, algo de nada y añade sin cesar algo nuevo de lo que había de riqueza en el mundo”. Spinoza la concebía como expresión del propio poder y Fromm la creía la respuesta adecuada al problema de la existencia humana. La euforia es su hermana escandalosa. Es un sentimiento intenso, exaltante. Es el maridaje de la alegría con el entusiasmo.

El alborozo es hospitalario, viene del árabe buruz “salir en gran pompa a recibir a alguien” Sobresalto del corazón causado por una noticia favorable. También significa tumulto, bullicio y ruido. Supongo que el alborozo es indispensable para tocar la vuvuzela y festejar un gol. Su paisana la algazara, significa locuacidad, murmullo, ruido “vocería que dan los moros cuando capturan a un cristiano” No debe ser una expresión muy grata en el Vaticano que prefiere al júbilo. Se trata de un sentimiento más devoto que la alegría. Metonimia que procede del hebreo jubileus, trompeta hecha de cuerno de carnero que anunciaba una gran fiesta que se celebraba cada 50 años e implicaba el perdón de las penas y las deudas. En latín jubilare significa gritar ¿será por eso por lo que la jubilación produce tanta alegría que habrá que gritarla a los cuatro vientos?  Si se obtiene una buena jubilación nos regocijaremos pues esta palabra significa que el alma rebosa de júbilo.

Los místicos son la beatitud y el éxtasis. La primera que inspiró a Dante en su viaje significa delicia, dulzura, bienestar. Con el tiempo se asoció con la gloria, la bienaventuranza eterna, no en balde Beatriz le guiñaba un ojo a Dante desde ahí. Para Santo Tomás era una operación de la inteligencia especulativa. Una forma de conocimiento más que un sentimiento. El éxtasis, en principio nada tenía que ver con las drogas, era un estado del alma embriagada por un sentimiento de admiración o alegría hacia una entidad o estado superior.

¿Eres feliz? Es una pregunta recurrente porque ese, sabemos, es nuestro fin último. Un estado que presuponemos inmutable y que implica la posesión de todos los bienes, la satisfacción de todos los deseos.

Esta idea nos viene de los antiguos griegos que creían que sólo se conseguía con el término de la vida, es decir, sólo al llegar la muerte se podía hacer un recuento justo de la vida.

Actualmente y con tantas crisis la hemos empobrecido, abusamos de ella como si fuera sinónimo de cualquier estado de gozo. Su etimología remite a fertilidad: el que da y recibe la felicidad se dice felix, como el gato de la caricatura que poseía una amplia sonrisa. Es el ser que goza de los bienes de la naturaleza. La raíz indoeuropea nos dice que significa amamantar y de ella proviene hembra, hijo, fértil y feliz.

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