Con su segundo largometraje, Jirafa (2019), la cineasta Anna Sofie Hartmann ha logrado una película contenida y radiante. Danesa —de formación cinematográfica alemana— Hartmann ha trabajado con la directora de fotografía Jenny Lou Ziegel, de Alemania. Juntas han creado un mundo que recrea la luz tenue de latitudes norteñas y los entrecruzamientos de personas de nacionalidades diversas y lugares de residencia que han dejado de ser los de nacimiento. Aunque es más que eso, Jirafa es también una crónica de las relaciones en tiempos de la Unión Europea.
Lucek y Dara, interpretados por Jakub Gierszal y Lisa Loven Kongsli, se conocen durante la construcción de un túnel hacia Lolland, una de las islas que componen Dinamarca. La nueva vía dejará en el pasado los transbordadores que hasta entonces llevan y traen mercancías y personas. El proyecto requiere el desplazamiento de granjeros, su actividad y hogares, que serán demolidos. El personaje principal, Dara, es originaria de ahí, pero reside en Berlín con su novio. Ella tiene el encargo, del museo municipal, de documentar el proceso y rescatar piezas de la vida que se extingue —registrando incluso la demolición de cada casa. Lucek es uno de los polacos del equipo que trabaja en la obra del túnel —Gierszal, su intérprete, cuenta entre sus méritos representar la tensión de su personaje cuando Dara lo toca, se acerca y se convierten en amantes.
Si el argumento del filme suena sustancial, la forma en que se expone es decididamente sutil, pues la directora está más ocupada en hacer cine que en generar interés trivial. La materia que en otras manos habría sido melodrama de pareja y esquemática denuncia social, bajo la dirección de Hartmann se vuelve una historia más cercana a la cotidianidad anodina, que a los mecanismos coherentes de la ficción de entretenimiento. Hay intención de un cine personal: Jirafa está hecha con exploraciones apenas perceptibles, como alguna confusión de planos de sonido y los suavísimos movimientos de la cámara.
La cinefotógrafa Ziegel ha logrado una apariencia de luz natural que es despliegue de habilidad mayor que los absurdos escenarios de iluminación planteados por diversos directores de fotografía. Hay coherencia visual a través de la cinta, incluyendo cuando la ficción linda con el documental y una función teatral en Berlín. La labor de Dara se presta para compartir retratos de tipo documental de los pobladores y “antiguas” fotografías que —hechas para el filme o cuidadosamente seleccionadas— son parte del ritmo visual de Jirafa. En términos de composición destaca la imagen que incluye a un gato enmarcado por el pórtico de un almacén, con contrastes de luz y, afuera, carretera, campo, árboles y nubes. Sin aspavientos, la de Hartmann es una película que consigue un estilo distintivo.
En mero sentido argumental, Jirafa es una cinta, como se dice en ella, sobre los “lugares de la memoria”. Una entrevista que Dara realiza está fechada el 4 de junio de 2018. Ella ve pinturas, fotografías, visita casas; incluyendo una abandonada donde descubre libros y un diario que la llevará a rastrear a su autora. Dara fotografía objetos como cepillos y cucharas, recupera vajillas e incluso es encaminada a arrancar papel tapiz para develar vestigios de una inundación. La mirada de Dara es permanente y su vínculo con una mujer que trabaja en los transbordadores quizá sea amistad basada en la observación.
El cambio que Dara documenta es significativo: una familia de tres generaciones de granjeros dejará de serlo. Los trabajadores polacos a quienes entrevista son una nueva presencia. Dara los observa y será quien aborde a Lucek. Registra que alguno lleva 11 años trabajando lejos de casa para financiar a su familia en Polonia. Cuando se retrasa el pago a los polacos y ante la previsible extensión del conflicto laboral, la recomendación es que los trabajadores se vayan a Polonia. De esta manera se representan dificultades sociales del libre movimiento en la Unión Europea.
Dara tiene 38 años y Lucek 24. Tanto a él como a ella la cuestión les preocupa después de su primer encuentro erótico: ambos preguntan al revelar su edad: “¿Es un problema?”. En una inversión de roles, Lucek —que antes le decía a ella lúdicamente que dejara de observarlo— es quien después no puede olvidar: por su teléfono manda a Dara videos del pueblo de sus abuelos, el lago en que aprendió a nadar, el mercado que visitaba con su abuela, un bloque de apartamentos de Varsovia. No obstante, los personajes parecen vivir a despecho de su historia. Algo semejante pasa a su alrededor. Tras su meticuloso trabajo, Dara dictamina sobre la casa abandonada: “Documentación concluida. Solicitud de demolición aprobada”. Los entrevistados conceden: no es posible detener los cambios, no se sabe si se crearán más empleos con el túnel. Imposible adivinar qué ocurrirá, como la incertidumbre de si Lucek y Dara se volverán a ver.
El título de la película de Hartmann parece arbitrario, salvo por la imagen inicial —inconexa— de una jirafa. La comunicación en inglés entre la residente en Berlín —con trabajo temporal en su pueblo danés—, con el trabajador polaco —que lo mismo puede estar en Lolland que en Dusseldorf, donde todavía espera que Dara lo visite—, es parte del contexto creado por la Unión Europea. Más allá de las lenguas, de proyectos de infraestructura, de transbordadores que contienen camiones de Murcia, de DHL y FedEx, e incluso trascendiendo los vestigios arqueológicos contemporáneos que Dara recolecta y terminan en un contenedor; están las ganas de emoción ante otra persona que tienen Dara y Lucek —la mujer y el hombre—, además, por supuesto, del gusto por la cópula.
Jirafa fue parte de la Semana de Cine Alemán 2021 —Ciudad de México, del 3 al 14 de noviembre— que ahora continúa, con una breve gira, en otros lugares del país.