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Ayer aludí a los pedantones que, con más adjetivos que ideas, descalifican a Juan Gabriel, uno de ellos es Nicolás Alvarado que hoy escribe en Milenio diario:
“Mi rechazo al trabajo de Juan Gabriel es, pues, clasista: me irritan sus lentejuelas no por jotas sino por nacas, su histeria no por melodramática sino por elemental, su sintaxis no por poco literaria sino por iletrada”.
Con la óptica del director de TV UNAM (donde óptica es un decir), podríamos descalificarlo a él por su porte (este es otro decir): lentes amarillos fosforescentes y pañuelo en el saco, y es que, aunque él eso lo crea elegante a muchos podría remitirnos a Patas Verdes de Burbujas, ¿recuerdan? Pero la “crítica” en esos términos a nada conduce, o en todo caso concluye en la historia de un triste merolico que descalifica a los otros porque se llevan fuego a la boca, o al gay que habla como gay que dice que no le cae mal el otro por gay sino por naco.
¿No es más sencillo exponer ideas o simplemente dejar el registro de que algo nos gusta o no, sin mayores aspavientos y poses que en el fondo reflejan ignorancia? No lo es, sin duda, para quienes gustan de la excentricidad como forma de llamar la atención.
El tema es que Nicolás Alvarado, que se promueve (muy bien) como hombre de letras e ideas, nada más descalifica y pulsa las etiquetas de iletrado y elemental que para él resumen el trabajo de Juan Gabriel, como si el compositor debiera escribir (para gustarle a Alvarado) sobre las correrías intensas del amor entre martinis y los desvarios de los años locos porque eso ya lo hizo Francis Scott Fitzgerald, que tanto le gusta a Nicolás Alvarado, pero en novelas no en canciones, porque las canciones no son un tratado literario sino expresiones vivenciales con las que se identifican millones de seres humanos (¿todos son iletrados?). Pedir a Agustin Lara o a Juan Gabriel una composición que esté más cerca de Otelo que de María Bonita o Siempre en mi mente es como esperar que Patas Verdes escriba un artículo de análisis en un diario mexicano donde existan más argumentos que desplantes.
