Es una relación que en lo interno se establece más en la comunicación entre la misión diplomática y el Presidente que por los designios de la Cancillería. Las y los embajadores en Washington se la pasan moviéndose entre dos aguas, están entre lo que quiere el titular de la SRE y lo que en lo particular acuerdan con el Presidente.
La designación del representante diplomático de México en EU es una decisión que pasa por el mandatario en turno, es la embajada más importante de nuestro país que requiere oficio, conocimiento y confianza del Presidente y de las instancias estratégicas de EU; debe ser un interlocutor válido en todos los sentidos.
Es probable que Martha Bárcena se haya visto, a querer o no, involucrada en estos menesteres. Agreguemos que su relación con López Obrador es de mucho tiempo con quien en muchas ocasiones conversó sobre la diplomacia mexicana, en función de su reconocida y destacada experiencia.
Seguramente tanto ella como el muy destacado diplomático y periodista Agustín Gutiérrez Canet han sido interlocutores y referentes en materia de política exterior y diplomacia para el tabasqueño.
La jubilación de Martha Bárcena podría conjuntar diversos elementos. Por una parte, la decisión personal, después de 43 años de un luminoso trabajo en el servicio exterior decidió poner fin a su carrera diplomática.
Por otro lado, está el hecho de que seguramente entiende que se tiene que renovar la relación con Washington en función del nuevo estado de las cosas. Muchos de los acuerdos y la relación que había establecido el Presidente con Donald Trump debieran no sólo renovarse, sino también cambiar entrando en una nueva dinámica.
Estamos ante dos perfiles, dos formas de ver la relación con México, dos formas de entender y relacionarse con el mundo y, sobre todo, dos formas de gobernar.
Seguramente Martha Bárcena sabría cómo actuar con Joe Biden; sin embargo, entiende los tiempos. No es casual que en diferentes ocasiones haya sugerido que López Obrador reconociera el triunfo de Biden. La embajadora tenía y tiene claro las secuelas que pueden tener la toma de decisiones, no reconocer al demócrata fue al fin y al cabo también una decisión.
Un elemento más en este lance tiene que ver con la tensa relación que se fue estableciendo entre la embajadora y la Cancillería.
Al final se fueron haciendo evidentes las diferencias, las cuales quizá le quitaron capacidad de maniobra a la diplomática. Marcelo Ebrard se ha convertido en una especie de personaje multiusos lo que le ha dado una gran capacidad de maniobra dentro del gobierno, lo cual pudo alcanzar en forma y fondo su relación con la embajadora.
Martha Bárcena logró atemperar una relación difícil por más que López Obrador se la pase ponderándola. Trump nos dijo de todo, fue grosero y agresivo y en escasas ocasiones se vio que el Gobierno de México reclamara.
Los oficios de la embajadora fueron claves para mostrar ángulos muy distintos de la lamentable mirada del presidente oficialmente derrotado.
Lo que viene debe requerir de una acuciosa diplomacia. La relación entre los países está marcada más por sus propios ciudadanos, que por sus gobiernos. Éstos se entenderán, aunque en EU se sigan preguntando el porqué de la tardanza en reconocer un triunfo que al final es el triunfo de la democracia.
La carta de López Obrador no deja de ser un acto protocolario medio obligado, escrito de manera singular en primera persona.
RESQUICIOS
No se trata de limitar la libertad de expresión de nadie empezando por el Presidente, de lo que se trata es de tener elecciones con piso parejo. La decisión del TEPJF de revocar la decisión del INE, para proteger la equidad de la obsesiva elección, crea un antecedente que puede provocar un efecto expansivo que puede llevar a que todos se sientan con el derecho de meter su cuchara.
Este artículo fue publicado en La Razón el 16 de diciembre de 2020. Agradecemos a Javier Solórzano su autorización para publicarlo en nuestra página.