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domingo 22 diciembre 2024

La 4T y el problema de la vulgaridad

por Óscar Constantino Gutierrez

O dicho de otra manera: la clase política carece de clase. Layda Sansores difundiendo comunicaciones ilegales, conversaciones falsas y vulnerando la intimidad de otras mujeres. La presidenta de la CNDH expidiendo una recomendación al INE, cuando la Constitución le prohíbe hacerlo, sobre hechos que sucedieron antes de que el instituto existiera y, el vulgar en jefe, insultando, amenazando y destruyendo las instituciones de lunes a viernes, a las siete de la mañana. Incultos, maleducados, carentes de técnica y especialidad, estos miembros de la clase dirigente pervierten la noción de representación: ya no son los que velan por los intereses de los ciudadanos, sino especímenes de lo peor de la sociedad.

En una muestra de la captura de un órgano regulador, la CNDH actúa como un vulgar vocero del Poder Ejecutivo, en lugar de cumplir con su función esencial, que es revisarlo. Y no debe extrañar su prosaico proceder: la comisión se convirtió en el espacio para saciar el hambre de varios personajes que jamás hubieran alcanzado los ingresos y prestaciones que les dio ser sirvientes del Presidente de la República: desde salarios por encima del de López Obrador, hasta los cortes finos que jamás tuvieron en sus mesas, como se reveló periodísticamente. Nunca como antes puede decirse que esos cargos quedaron en manos de una bola de muertos de hambre, que se dicen defensores del pueblo, pero usan los recursos públicos para surtirse de buenas carnes y vinos, cuando ese dinero les fue asignado para proteger los derechos de la gente. Pues bueno, esos cínicos comecuandohay son los que quieren enmendarle la plana “al costoso INE”, que hace mucho más que ellos (y bien).

De la ordinariez de la gobernadora de Campeche se pueden escribir varias hojas, pero basta con decir que es una delincuente en flagrancia, revestida de un manto de impunidad, no de Manila, que confirma eso de que la mona, aunque se vista de seda, mona se queda: Layda, aunque se disfrace de justiciera, se evidencia como un personaje porril y sinvergüenza, que se burla de la Constitución, de las leyes y derechos de tercero… porque puede. Causa risa que haya “analistas” que digan que actuó contra Monreal sin la autorización de López Obrador. Si eso fuera cierto, la FGR, ASF, UIF o cualquiera otra de las agencias al servicio de su malignidad, ya le hubiera puesto un manazo.

Y el presidente, vaya, hace del insulto zafio, ramplón, su lengua de comunicación política. Cumple con las tres “p” que menciona Moisés Naím: Populismo, Polarización y Postverdad. Usa un discurso fascista, cuyo nuevo ropaje es el populismo, en el que halaga al pueblo para granjearse su favor, como un demagogo. Y todas las demagogias son vulgares. Enfrenta a la sociedad, polariza, con términos prosaicos, corrientes, dignos de un pelado de banqueta. Y miente, le decimos postverdad a la grosería de engañar descaradamente: las verdades alternativas de Trump y los otros datos de López son la misma basura ideológica.

Y hay muchos que celebran que el presidente sea como ellos: majadero, homófobo, mentiroso, falaz, clasista, doble moral, incongruente, tramposo, bravucón con los débiles y cobarde con los poderosos, rencoroso y vil, porque aman esa vulgaridad, la abrazan como una mugre que no se quieren quitar de encima. Los representantes están obligados a ser mejores que sus representados, no lo mismo que los más viles de aquellos. Sin esa directiva, se está en presencia de una oclocracia, el gobierno de los peores.

La demagogia del pueblo bueno y sabio es un insulto a la inteligencia, pero hay mucha gente que sí es de bien y no un reflejo de Layda, Rosario y Andrés: la sociedad mexicana no se merece que el gobierno sea una carpa, porque ninguno de esos políticos tiene la gracia de Palillo o Cantinflas, son más como pelados de acera, indignos de los cargos públicos de los que disfrutan y abusan. Esta chydaiocracia, gobierno de los vulgares, es una de las mayores lacras de esta época. La mayoría de los problemas de gobierno que padece el país no existirían si los políticos respetaran sus cargos y no creyeran que son una extensión del chiquero en el que se criaron. Porque en eso convirtieron al gobierno de México: en una vulgar pocilga, donde ellos regentean el lodo y la inmundicia.   

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