El virus se ha ensañado con el mundo, pero el daño que ha producido es muy distinto en cada país. Apunto lo obvio: ningún gobierno es responsable de su aparición, pero todo gobierno es responsable de la manera en que lo ha enfrentado. Allí donde se han tomado las medidas pertinentes, la tasa de contagios y muertes ha sido significativamente menor que en donde la pandemia se ha enfrentado con negligencia, ignorancia o ineptitud.
Nuestro país es de los más golpeados, con más de medio millón de contagiados y cerca de 55,000 fallecimientos —tercer lugar mundial en número de decesos—. Creo que nadie duda de que el gobierno federal no ha estado ni lejanamente a la altura del desafío. Asombrosa y absurdamente, el Presidente ha manifestado su irritación porque los diarios divulgan las cifras que su propio subsecretario de Salud da a conocer en ruedas de prensa.
Al principio él mismo recomendaba que nos abrazáramos y saliéramos. Las autoridades de Salud desaconsejaban la mascarilla. Las pruebas para detectar contagios han sido sumamente escasas. Los 6,000 muertos que calculaba el subsecretario de Salud se han multiplicado, hasta ahora, casi por 10, y no sabemos hasta dónde ascenderá la cifra.
Pero aun si no hubiese un solo deceso más, cerca de seis decenas de miles de muertos son una desgracia colectiva mayúscula, una crisis humanitaria. A esas muertes hay que añadir las secuelas que en muchos contagiados dejará el virus, la quiebra de muchísimas pequeñas y medianas empresas y la pérdida del empleo de millones de mexicanos.
Como la realidad suele ser terca e insobornable, desmiente todos los días al Presidente cuando éste dice que la curva se ha aplanado, que hemos llegado al pico de contagios y que lo peor ya pasó. Y al fin el subsecretario de Salud ha reconocido que el cubrebocas es útil, que puede evitar contagios. Sin embargo, hay no poca gente que se resiste a usarlo. Su renuencia parece incomprensible, pero se ha visto animada por falsedades que señalan que el uso de la mascarilla no sirve o causa ciertos perjuicios, algunos graves.
Sería conveniente que se aprovecharan todos los medios de comunicación para refutar con explicaciones claras tales tergiversaciones (como lo hizo, por ejemplo, la nota de Patricia R. Blanco, de la que me voy a servir para referirme a esas falsías, publicada en El País el pasado 27 de julio). Está en juego nada menos que la vida de decenas de miles de mexicanos aún no contagiados.
Muchos connacionales no pueden quedarse recluidos en su hogar, pues tienen que salir a cumplir actividades indispensables para la marcha de la sociedad o a ganarse el sustento, ya que su trabajo no puede realizarse, como otros, desde casa, y no es posible que guarden la sana distancia si se ven obligados a trasladarse en transporte colectivo.
Es falso que las mascarillas de tela no protejan: aunque su nivel de protección es inferior al de las médicas, actúan como barrera para el usuario y otras personas contra las gotículas de la respiración, el estornudo, la tos y el habla. Desde luego, además del uso del cubrebocas hay que mantener la sana distancia, lavarse las manos frecuentemente y evitar tocarse la cara.
Es falso que el uso de la mascarilla produzca hipoxia o falta de oxígeno en la sangre, por lo que enfermará el usuario porque está respirando menos aire de lo que su cuerpo necesita. Los materiales que se emplean en la fabricación de los cubrebocas no impiden la entrada de oxígeno suficiente.
Es falso que el uso de la mascarilla genere hipercapnia porque retiene el dióxido de carbono que se exhala al respirar y, por tanto, se respira una y otra vez el aire exhalado. La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha desmentido este bulo.
Es falsa la afirmación de la bióloga Judy Mikovits en el documental Plandemic de que la mascarilla activa el propio virus del usuario, que se enferma por sus propias expresiones de coronavirus reactivadas. La aseveración no pasa de ser una ocurrencia chafa: carece por completo de base científica.
Es falso que la mascarilla propicie la aparición de hongos u infecciones respiratorias. Claro, los cubrebocas desechables deben usarse una sola vez, y los reutilizables deben limpiarse y desinfectarse después de cada uso. La OMS recomienda que se cambie la mascarilla cuando se humedezca.
Este artículo fue publicado en el Excélsior el 13 de agosto de 2020, agradecemos a Luis de la Barreda su autorización para publicarlo en nuestra página.