Nací el 1 de agosto de 1931 y, aunque ya estoy muy viejo, me hallo bien de mis facultades mentales, le dicto a mi nieto para que inicie la transcripción de mi carta. Roberto tiene 13 años, la misma edad que yo tenía cuando el 13 de diciembre de 1944 ocurrió lo que voy a contarles.
Me presento formalmente. Soy Ángel García Barrera, vivo solo desde hace 24 años, cuando murió mi esposa Mercedes, y habito en dos cuartos amplios de la vecindad más bonita de la calle de Zarco, en la colonia Guerrero. Pero eso no importa, le hago señas a Beto para que teclee en la computadora, lo que interesa es que la fecha arriba referida me lleva al jueves nublado y frío en que mi abuelo Juan dejó El Universal encima de la mesa porque, al llegar de la escuela, supe que el día anterior Lupe Vélez había ingerido no sé cuántas pastillas de Neconal para quitarse la vida.
María Guadalupe Villalobos Vélez, declamo encorbando las cejas, tenía 34 años, los mismos que ahora tiene Lady Gaga, advierto levantando el dedo índice para lograr la compresión de mi improvisado secretario. Era tan famosa o más que ella, le digo mirando al techo. Te imaginarás lo que sentí cuando miré el periódico, continuo. De inmediato recordé “La Zandunga” y “Naná”, las dos únicas películas que Lupita filmó en México. ¡Pero qué películas! hijo, añado mientras camino alzando la voz rumbo a la estufa para prender otro cigarro; no es uno de los “Campeones extra” del Buen tono que me encantaban pero los Raleight no están mal, comento abriendo un paréntesis en mi dictado.
La primera humanidad desnuda que vi en mi vida fueron las de esas señorita, en “La Zandunga”, y eso que la toma transcurrió rauda. Estaba en el Cine Soto con los amigos, se había estrenado unos seis años antes, en 1937, y desde entonces, durante bastante tiempo, fue mi compañera de aventuras junto a Mimí Derba (¿nunca te he hablado de ella? Su cuerpo robusto y fuerte enfundado en mallas de seda fue un prodigio para mí). Lupita y Mimí fueron mi inspiración, te lo juro por esta mano derecha, Beto, que no me dejaría mentir. Mi afición por Lupita se afianzó, claro, al verla en Naná durante la mismísima premier, en 1943. Advierto en tono docto que la adaptación de la obra de Zola trata de las peripecias de una fabulosa pelandusca que me hizo recitar muchas veces la estrofa de un poema que aprendí sobre la Vélez, como otros jóvenes lo hicieran con los de Manuel Acuña:
Pequeña coribante de nubiles caderas
Maravillosamente capciosas, como el jazz.
Tu enseñas a los hombres las Fórmulas Primeras
Con tus piernas exactas y finas de compás
Hasta ahí fueron los sentimientos de mis tempranas mocedades, animadas todas por las postales de Lupita como icono del teatro de revista, los cortometrajes -uno con el Gordo y el Flaco es memorable- y su estrella en la meca del cine donde centelleó. La advertencia sobre mi tierna juventud es para excusarme de no haber entendido de ella nada más que la blancura de su piel tan intensa como la propia eucaristía, para citar otro poema dedicado a ella.
Ay hijo, se difundieron tantas cosas sobre su muerte que, a mis 90 años bien cumplidos, puedo afirmar que ésta todavía es un misterio. Narraciones hechas con filigrana para representarla como una doncella recostada bajo la virgencita de Guadalupe, llena de flores y como si estuviera dormida, y otras tantas elaboradas por quintacolumnistas que siempre la sobajaron por pelada o por preferir Hollywood al cine nacional o por cualquier otra cosa que su fantasía amarillista les confiriera. Trato distinto dieron, claro, a Dolores del Río, ella sí de alcurnia y mimetizada con los patrones gringos. Era tanta la sevicia de esa prensa que hubo quien aseguró que hallaron su rostro sumergido en el retrete debido al vómito que ella no pudo contener. Puro combustible de boiler, hijo, inmundicias de los zánganos de la prensa que, no obstante, forjaron leyendas.
Enciendo otro tabaco y, lanzando humaredas, me acerco para constatar mis dichos en la pantalla. Al paso del tiempo llegaron otras mujeres ideales, antes que mi terrenal Mercedes, pero aquí no evoco más que a Mimí Derba por respeto a la señorita Vélez que, inexplicablemente, no está en la memoria nacional. Para tu mamá, Beto, la señora Derba sólo es la progenitora de Jorge Negrete en dos tipos de cuidado y para ti no existe. Bueno pues eso es precisamente lo que pasa ahora con Lupita cuando en su tiempo fue una de las artistas más reconocidas a nivel internacional. ¿Te imaginas que en 80 años nadie sepa quién es Lady Gaga?
Echo de menos a Monsiváis. Fui lector suyo igual que de Salvador Novo. Ya sabes, aunque no pasé de linotipista siempre me gustó leer. Al poeta lo recuerdo como recuerdo a mi ciudad viendo fotografías de los años 40 y 50, caminando en la Alameda con Mercedes o comiendo en el restaurante Rosalía en las calles de San Juan de Letrán. A Monsi lo tengo conmigo como tuve a Maria Conesa, la Gatita Blanca, o a Santo, es más, algo de lo mejor que he presenciado fue la encarnizada pelea en el Coliseo, entre él y Black Shadow, la noche del 7 de noviembre de 1952. La derrota de Black Shadow en la tercera caída significó el surgimiento de una de las leyendas más grandes en la historia: el enmascarado de plata. Ah, exclamo, no cabe duda de que la ciudad envejece y muere con nosotros, así, como los nombres del pan que compraba en El Molino.
A Novo y Monsivais les debo la pervivencia de esa parte de mi vida, y junto con ello la presencia de la orgullosamente potosina María Guadalupe Villalobos Vélez. Villalobos, le deletreo a Beto para anotar que su padre se opuso a que usara su apellido por considerar licenciosa su vida. Pero sobre todo le pido a mi nieto que aclare que a mi edad tributo a alguien que casi nadie conoce o que es tan anónima como yo lo soy para ustedes que chapotean en Internet porque, ahora que el feminismo está de moda, Lupita es un ejemplo, sin que ella se lo hubiera planteado. Aprovechándome de eso les ruego que revisen el texto de la señorita Celia del Palacio, “Lupe Velez: icono de la femineidad latina en los Estados Unidos 1908-1944”; lo publicó la Universidad de Aalborg. Gracias a ella y otros autores que ustedes ubicarán si tienen paciencia, conocerán las películas que Lupita filmó en la unión americana, desde el trajín que la situó por aquellos lares hasta su regreso a estos.
Escribe, Beto:
Lupe Vélez debutó a los 17 años en el Teatro Principal, porque sus miras no eran para ser moza de una tienda. Lo hizo casi a fuerzas porque, así como el político arenga, ella gritó para averiguar si el público quería que le bailara y cantara. Y el público quiso.
Midió 1.52 de estatura. Era chaparrita y alegre como una picaza. Mi abuelo la vio actuar en vivo, dijo que era la mejor tiple a mediados de los 20; tempestuosa y risueña, movía la pelvis asombrosamente de arriba abajo y de un lado a otro, desdoblándose entre el objeto deseado que era y la complicidad de sus muecas como si fuera hombre. Cantó en inglés y bailó charleston y Foxtrot con furia demoniaca. Luego fue a Estados Unidos y se volvió estrella de cine. Fue valiente y resuelta, igual que decenas de miles de mexicanos que abandonaron el país por los pleitos intestinos de la Revolución a la que su padre Jacobo se unió. Sin dinero, comenzó en jacalones hasta que, como manda el sueño americano, vio el horizonte. Lo demás fue toser y cantar.
Cuando fui joven casi no había televisores ya no digamos de trasmisión a color. Todo era teatro, cine y radio y en menor medida los rotativos. En el teatro Politeama conocí a Margarita Carbajal, le decían la Mayata, era actriz y bailarina de ritmos tropicales, de gran soltura y picardía, usaba atuendos por encima de las rodillas, rodeados de cazuelitas de barro, plumas de aves y frutas del trópico. Ella fue una de la iniciadoras de las llamadas éxóticas de los años 40 aunque para mí Lupita Velez fue la pionera y la mejor. Si mal no recuerdo, en el cine Mariscala vi por primera vez a la gran tiple Adelita Trujillo, en la cinta “Me he de comer esa tuna”, yo tendría 14 o 15 años más o menos y aunque no me lo creas aún conservo sus discos, deben valer una fortuna, hijo, ¡una fortuna! Adelita fue artista exclusiva de la XEW que todavía está en Ayuntamiento (donde venden las mejores tortas de pavo y los mejores caldos de gallina. Ya hemos ido, hijo).
Ví todas las películas americanas de Lupita Vélez, varias de ellas junto con Mercedes en el Cine Ópera. Me divertían tanto como las de Joaquín Pardavé, y lo menciono a él porque, si te fijas, ambos fueron explosivos y alegres, su sentido del humor era fino más allá de los momentos de procacidad que en sus actuaciones Lupita también mostró. Si te fijas bien, como digo, ambos tienen un dejo de tristeza en el rostro, como los payasos, ¿conociste a Renato, por cierto? Espera, quiero otro cigarro, no sabrá como los Elegantes extra con boquilla de ambar que también fumé pero estos están suavena. Fumando uno de esos conocí a Mercedes en El frontón México pero esa historia te la he contado mil veces, como dicen que los viejos hacemos cada que narramos algo como si fuera la primera vez.
Decía, en Lupita hubo melancolía tras la carcajada o la nariz contraída de niña traviesa. La imagen de la “Chica chile picante” para aludir a su mal carácter e incluso a sus berrinches corresponde más a una especie de protesta a la vida que a la mujer rebelde con la que muchos la asociaron. Como advierte Celia del Palacio, nuestra querida actriz rezongaba del matrimonio y de la vida en pareja pero vivió agitados romances con Johhny Weissmuller, el Tarzán más famoso de la historia a parte de Gary Cooper, el amor de su vida, y Arturo de Córdova. Entre le torrente, no puedo omitir al vividor Harald Ramond quien contradijo las proclamas de independencia y ferocidad de Lupita al usarla como si fuera un chulo.
Hace rato dije que la muerte de Lupita era un misterio. No me refería a las causas, es claro que luego de una especie de rito religioso y nacionalista –comió mole y bebió tequila entre otras viandas- falleció intoxicada. Cuando hablo de misterio pregunto si la depresión se debió a que su embarazo y la posibilidad de ser madre soltera fueron la causa. Nadie lo sabrá y menos ahora que Lupe Vélez interesa menos que los partidos del Necaxa, en mis tiempos uno de los equipos con mayor arrastre popular junto al Atlante. Yo creo que murió abrumada por el desafecto y la estela que había dejado como “apochada”, según cierta prensa que no le perdonó el éxito porque no era glamorosa. Además, que la mamá de Gary le impidiera casarse con ella por ser mexicana, la devastó. Todo eso explicaría que hasta en su deceso la actriz se rodeara de simbolismos mexicanos como los antedichos (su bebida predilecta no fue el tequila, debo decir).
Fumo otra vez y bebo café Legal con canela y azúcar, el mismo que probé en estas cuatro paredes, ahora descarapeladas, desde hace más de 60 años cuando vino a vivir Mercedes lueguito de casarnos en la iglesia de San Fernando. Beto sonríe, espera las últimas palabras. Es un niño formidable, le gustan las matemáticas y tocar el piano como Chopin, por lo que ven ustedes, además es paciente con el bisabuelo. Qué les digo, Lupita Vélez es parte del album de mi vida que está por terminar. Tan intensa como bola de fuego y tan prescindible como el olvido en el que está arrumbada, incluso en los propios habitáculos de mis placeres. La revivo, sin embargo, para despedirme de ella como hacen las personas de bien. Como lo hice hace mucho tiempo con Mercedes, cumpliendo la lista de los últimos deberes. Y Beto lo sabe, por eso nunca me dijo que Lady Gaga es vieja para él porque Dua Lipa, compositora y cantante de 16 años, es lo nuevo ahora. No puedo ni pronunciar su apellido pero me resulta tan ajena y tan ridícula como seguramente a él le parece Lupita Vélez cuando la ve bailar y cantar. Estoy seguro de que así de grotesco soy ahora bajo mi derruido sombrero Tardan, apoyado en un bastón de cuerno de toro mientras le ofrezco disculpas a Mercedes por dar al ropavejero el reloj Westclok que nos regalaron en nuestra boda y la cámara Kodak “Baby brownie” gracias a la cual observo todos los días una fotografía donde nos besamos frente al Hotel Regis de la Ciudad de México y luego anduvimos a prisa rumbo a la calle de Zarco, en la Colonia Guerrero.
Mi texto huele a humedad, le digo a Beto antes de que se vaya. Aunque esté escrito en estas letras que parecen hormigas extraviadas en la nieve, dije antes de fumar el último recuerdo de la noche.