sábado 06 julio 2024

La crítica literaria según Domínguez Michael

por Germán Martínez Martínez

“Los críticos literarios leemos mucho, escribimos mucho, nos equivocamos mucho. Conocemos bien el remordimiento”, dijo Christopher Domínguez Michael en algún momento de su discurso de ingreso a El Colegio Nacional, “institución pública dedicada a la divulgación de la cultura científica, artística y humanística”. Minutos antes, ese viernes 3 de noviembre de 2017, en su salutación, el astrónomo Manuel Peimbert recordó que el escritor Juan Villoro lo describía como el principal crítico literario de México. La declaración no es ineludiblemente valoración: está abierta la posibilidad e incluso es conveniente contrastar las aportaciones de otros críticos. Pero la condición es innegable: Domínguez Michael es la voz más prominente de la crítica literaria mexicana y quizá la de mayor alcance por su participación, actualmente, en la revista Letras Libres y en el suplemento cultural Confabulario del periódico El Universal. En una crítica reciente, Isaac Magaña Gcantón —investigador en la Universidad de Harvard— ha ido más lejos al describir a Dominguez Michael como uno de los críticos “más curiosos y agudos del Occidente actual”. Su lección inaugural se tituló “¿Qué es un crítico literario?”. Me concentraré en el punto que considero sobresale del discurso de esa noche: la función pública del crítico.

Hace unas semanas aquí en Dispersiones —esta columna de crítica cultural— me referí a una conferencia, impartida por Antonio Alatorre, de tema cercano, “¿Qué es la crítica literaria?”. Si a Alatorre le interesaba la naturaleza del examen a la literatura, a Domínguez Michael lo ocuparon los dilemas de los ejecutantes de tales análisis y apreciaciones. Domínguez Michael expuso que los críticos serían entusiastas de las obras, a pesar de ser colocados, con frecuencia, fuera de la “‘verdadera’ literatura” —la de creación— y a pesar de su “reputación malévola, unas veces autocultivada”. También afirmó que “los ‘críticos literarios puros’ —quienes únicamente escriben reseñas, prólogos y ensayos o dan conferencias sobre la literatura— son una rareza”. Algo que viene bien localizar estrictamente en contextos como el mexicano, es que Domínguez Michael expresó que los críticos han padecido contaminación por varios factores, uno de ellos “la política cultural, cuyo imán (el dinero público), provoca más querellas y denuestos que los propios libros o las ideologías en conflicto”. La perniciosa competencia por subvenciones gubernamentales no ocurre en cualquier país, ciertamente no en la mayoría de los países desarrollados donde los críticos pueden encontrar espacio profesional en medios de comunicación.

Uno de los libros recientes de Domínguez Michael.

Domínguez Michael diagnosticó que “no es la nuestra una buena época para la crítica literaria”. Aludió a “reducción de los espacios”, ausencia de “reflexión pausada” en las redes sociales y, por el contrario, abundancia de denostaciones y calumnias, sin “argumentar en público y en extenso”. Asimismo, y crucialmente, agregó que a la situación adversa a la crítica se agregaban “las verdades alternativas y los nuevos santos oficios de la Inquisición”. En efecto, las tendencias contrarias al pensamiento racional y a favor de la censura que se enarbolan justificadas por causas sociales son un factor a combatir. Probablemente por eso, el historiador e intelectual Enrique Krauze, en su respuesta a la lección inaugural, aseguró que había algo “casi planfetario” en el ánimo de Domínguez Michael y diagnosticó que ese ímpetu “lo necesitaremos mucho en los tiempos que vienen”. Yo agrego que otra variable a contrarrestar es la falsa noción de democratización de la opinión en las redes: basta asomarse a ellas para observar qué distantes son de la horizontalidad, pues no sólo han generado mecanismos de distinción entre los participantes —como el número de seguidores— sino que predomina en ellas un multiplicado tono de autoridad —inexistente y carente de base en general— que poco se asemeja a un egregio foro de debate.

En su discurso, Domínguez Michael deslizó un planteamiento que apunta a su idea de la literatura: una materia para la interpretación, “el verdadero misterio a descifrar sigue siendo el de la letra impresa”. Mencionó también el problema de que el crítico literario use el mismo lenguaje que los escritores para abordar sus obras. Trató diversos asuntos: se refirió a la historia de la crítica —incluyendo sus tensiones con la academia— tocó el posible origen de la imagen del crítico como persona frustrada; también declaró su posición, más bien contraria, a la crítica académica y la teoría literaria. En cuanto al oficio del crítico, Domínguez Michael fue desde lo que parece anecdótico —“lo difícil es criticar a un contemporáneo con el cual nos toparemos en el café o en la librería”— pero que está relacionado con el papel social de la crítica y a cuestiones fundamentales, como la actitud requerida: “un crítico de artes o letras es aquel que, frente a lo que le es antipático, abre los ojos y se obliga a ver o a leer”. Una combinación entre disciplina y apertura para acercarse a las obras literarias.

La proposición implícita en la lección de Domínguez Michael es ver al crítico primordialmente como un intelectual, alguien que participa en la conversación literaria y, a través de ella, en la vida pública. Es la paradoja de una posición social prominente a pesar de cierta invisibilidad: “la vanidad del crítico se alimenta de la autoridad que sus lectores le conceden”. Nadie tiene por que leer a alguien más, si lo hace, en el acto de la lectura —así haya desacuerdo o repulsión— está reconociendo que las expresiones del crítico son de algún interés. Sin embargo, es preferible no exagerar el peso social de los críticos como intelectuales. Hay quienes hablan de “intelectuales públicos”, expresión innecesaria —traducida mecánica y defectuosamente del inglés— pues en español, particularmente el mexicano, la palabra intelectual conlleva esta labor social distintiva; pues los intelectuales resultan presencia común, por ejemplo, son casi infaltables en cualquier programa de radio.

Interior de El Colegio Nacional en la Ciudad de México.

Las tareas de los intelectuales no siempre coinciden con la pertenencia o validación de los circuitos universitarios y, de hecho, algunas veces son campos confrontados. En su discurso de ingreso, Domínguez Michael hizo un bosquejo autobiográfico que abarca el tema, convirtiéndolo en motivo de discusiones: tanto el autodidactismo como la escolarización tienen debilidades y virtudes. La curiosidad intelectual podría levantar puentes. Conocer los ambientes universitarios e intelectuales de México lleva a notar deslindes no muy sofisticados. Hay académicos que descalifican el trabajo de prominentes intelectuales. A su vez, hay intelectuales que despachan con facilidad la investigación especializada de académicos (quienes son excepción en las instituciones mexicanas frente a los profesores). El actual presidente de México, no obstante, ha asegurado varias veces en su diaria sesión de propaganda televisiva que Héctor Aguilar Camín, Jorge Castañeda y Enrique Krauze definirían líneas de acción en las instituciones de educación superior. También ha afirmado —sin que sea discernible si lo cree— que tales intelectuales serían parte de conciliábulos que lo mismo definirían la candidatura presidencial de oposición para la elección de 2024, que determinarían qué se escribe en los mejores periódicos del mundo, como el New York Times. Se trata de una grave incomprensión de procesos sociales y políticos: los intelectuales como poder encarnado, que no son. Análogamente, hay que evitar obnubilarse en cuanto al papel de los críticos en círculos culturales.

Domínguez Michael mostró claridad en estas cuestiones. Dio lugar, limitado, a las reseñas y manifestó la pertinencia del género ensayístico para la crítica. Identificó dos rasgos de los críticos que dan contenido a su tácita visión del crítico como figura cultural conectada racionalmente con la sociedad, es decir, que funge como intelectual. Consideró que, por un lado, los críticos gustan de pasar por personajes marginales —“forajidos, eunucos o alimañas”— y por otra parte aspiran a una función central entre los ciudadanos de “carácter judicial (juzgar y diferenciar a la buena de la mala literatura) y apostólico (llevar al ‘rebaño’ de los lectores hacia algún ideal estético)”. Así, cada crítico literario —y de las artes o la cultura— pretende “la regencia del gusto literario de cada época”. Afirmó Domínguez Michael: “en el crítico literario […] siempre hay, nos guste o no, un pedagogo”. El crítico como intelectual impulsaría una versión, entre muchas, del gusto ante sus conciudadanos, quienes, al atenderlo le otorgan participación en la definición de preferencias estéticas, que son parte significativa de la actividad cultural de una sociedad.

Nueva edición de una biografía de la autoría del crítico.

Mi convicción es que la civilidad es la práctica que más conviene para la discusión intelectual y estética, así como para la convivencia social y la disputa política, pues no es sólo formas o modales, sino respeto por los demás (que no implica callar ante lo que uno considera fallas). Poco se logra descalificando a Domínguez Michael atribuyéndole ser personaje de la derecha o incluso la ultraderecha. Es un error, no sólo por su pasado de izquierda. El crítico dijo esa noche que era “liberal ma non troppo” —lo que lo haría de centro— para inmediatamente después defender la intervención estatal a favor de “las libertades del creador”. Añadía que los críticos tendrían que enfrentar “el mercado”. Efectivamente, es innegable que hoy un crítico de las artes debe vérselas con potentes inercias publicitarias y consensos tan elaborados que se disfrazan de rebeldía, aunque no sean más que estrategias de identificación personal y consumo social. Sin embargo, por el camino de las causas razonables, la intervención estatal atina casi infaliblemente a crear más problemas. ¿Cómo se cuida la libertad de los artistas? ¿Con subsidios que derivan fácilmente en intromisión gubernamental en las artes? A los gobiernos, y al supuesto estado, es preferible mantenerlos a raya: nunca son las burocracias culturales sino siempre los artistas quienes hacen lo que llamamos cultura.

Hay motivos legítimos para debatir con Domínguez Michael, como su tipo de aproximación hacia ciertas obras y su postura hacia las teorías literarias, que significa discutir con su idea de la literatura. El crítico celebró que ni sus opiniones ni las de escritores contemporáneos tengan la importancia social que se dio en el pasado autoritario a “las de Paz, Fuentes, Monsiváis o Krauze” y agregó “pero tampoco quisiera vivir en una democracia sin intelectuales” (dijo esto antes de la presente regresión autoritaria). Con publicaciones constantes y desde aquella lección inaugural de Domínguez Michael, su activa participación en El Colegio Nacional —que de sobra cumple sus obligaciones— muestra la vigencia de la figura del intelectual en México; más que pertinente por la necesidad de racionalidad crítica en nuestro tiempo. Él aplaude la pluralidad. Aconseja la multiplicación de los críticos —se sobreentiende que rigurosos, no de ocurrencia, lugares comunes e imagen como en las redes sociales— para evitar la arbitrariedad y lograr que haya “hospitalidad para casi todos” los autores. Hay que tomarle la palabra: hacen falta críticos que dialoguen con Christopher Domínguez Michael.

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