Por recomendación de algunos amigos comencé a leer un libro que desde la primera página me atrapó. Se trata de Del Fascismo al Populismo en la Historia, del autor argentino Federico Finchelstein (Edit. Taurus, 2017. Se los recomiendo ampliamente, especialmente porque explica distintas formas de liderazgos autoritarios y devastadores. En innumerables ocasiones, hemos escuchado, leído y dicho que los gobiernos de Trump en USA, de Chávez en Venezuela o del presidente de México son gobiernos populistas. Pero con está lectura me quedó clara la delgada linea roja que separa un populismo de una dictadura o tiranía. Creo que en nuestro país el actual gobierno está borrando, lentamente, pero si pausa, esa no tan pequeña diferencia.
El autor propone que los populismos son una forma de democracia autoritaria que (a regañadientes digo yo) se interesan aún por los procesos electorales; para lograr sus triunfos en las urnas cometen todo tipo de tropelías que los conducen a permanecer en el poder. Ejemplos hay muchos: el mismísimo Trump tratando de ganar votos al presionar a gobernadores para obtener resultados a su favor o soliviantando abiertamente a sus seguidores; Maduro que persiste en taparle el ojo al macho organizando supuestos comicios transparentes y en donde se respeta el voto, aunque las autoridades electorales estén coptadas por su gobierno. No más por mencionar dos ejemplos en este siglo XXI, pero actualmente hay muchos más.
Por otra parte, Finchelstein precisa que los fascismos son abiertamente dictaduras ultraviolentas que, una vez que se han hecho del poder, deciden sin pudor de por medio no soltarlo. Ortega en Nicaragua, los Castro o Díaz Canel en Cuba, etc., encarnarían más claramente esta modalidad. Es decir, cuando el populismo se vuelve totalmente antidemocrático deja de deja de ser populismo y se convierne en una tiranía abierta o si se prefiere, para decirlo claro, en un fascismo.
México ha sido calificado en los últimos dos años como un país híbrido, esto es, una nación con un Estado de derecho debilitado y altos niveles de corrupción. De acuerdo a The Economist en su Indice Democrático, México se encuentra en el lugar 86 de 167 paises. Otro de los indicadores que nos colocan en esta posición es la violencia homicida en nuestro territorio (164 mil homicidios en los que va del sexenio) y la concentración de poder en el Ejecutivo; por lo tanto, ni siquiera alcanza la categoría de ser una “democracia defectuosa”, de plano nos acercamos peligrosamente a padecer un gobierno fascistoide.
Al termino de la sangrienta Segunda Guerra Mundial se pensó que el fascismo estaba erradicado para siempre, pero parece que los humanos no aprendemos. Los actuales partidos de ultraderecja o ultraizquierda en el mundo se han encargado de desmentir esta idea. Una peligrosa mezcla —sigo con Finchelstein— de populismo y neofascismo se asoma en distintos gobiernos en este siglo XXI. México, me temo, es uno de ellos. Estamos cruzando, casi sin darnos cuenta, esa delgada linea roja.