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“Fango sobre la democracia” es un libro que publicó en 2007 Roger Bartra y que es necesario volver a leer. Trata sobre el complejo proceso que significó la transición democrática en México, un hecho que atrajo la atención del mundo, y que tomando en cuenta nuestra historia nacional que rezuma violencia, fue sorprendentemente pacífica. En el primer capítulo, Bartra dice que “La dictadura no era perfecta” y que para derrumbarla se requirió de la más amplia participación de la ciudadanía en las urnas, y (digo yo) de una gran determinación de diversas fuerzas políticas, incluyendo algunas en el gobierno, para emprender un largo camino de acuerdos y de profundas reformas de carácter político. 

A través de esas reformas, se crearon nuevas instituciones democráticas, se llevaron a cabo cambios constitucionales y legales de gran calado, y con ello, se abrieron amplios espacios para el ejercicio de las libertades políticas y los derechos civiles de la ciudadanía, todo lo cual hizo posible la realización de elecciones libres, algo que parecía imposible en nuestro país.  Las mencionadas reformas políticas se iniciaron en 1979 y tuvieron un momento importante en el año 2000, en el exacto inicio del nuevo siglo, cuando el conjunto de la oposición alcanzo mayoría en el Congreso y se pudo alcanzar la alternancia de partido en el cargo del ejecutivo federal. 

En todo ese proceso reformador, el PRD fue un actor fundamental, quizás el principal, y, sin embargo, el conjunto del partido, aún ahora, no ha querido reivindicar plenamente su extraordinario aporte. Hemos dejado que las reformas transicionales se minimicen y que se desprecie el método del dialogo como la vía para alcanzarlas. Es así, que algunos de los principales liderazgos que lo fueron de este partido y que rechazaron muchas de estas reformas, ahora se encuentran, paradójicamente, empeñados en restaurar al viejo régimen autoritario y a reinstalar en México una nueva dictadura, aunque ya no sea perfecta.

Andrés Manuel López Obrador es presidente de México gracias a que en 2018 se llevaron a cabo elecciones limpias, legales y con gran participación de la ciudadanía, y todo ello es resultado de las reformas políticas que, piso por piso, construyeron ese proceso transicional.  Y, sin embargo, el ahora presidente, que ha experimentado, según ocurrencia de Porfirio Muños Ledo, “una transfiguración mística”, ha asumido el liderazgo político para realizar una regresión conservadora, que ladrillo a ladrillo, termine con la democracia en México, nos regrese al sistema del presidencialismo autoritario y al régimen de partido de estado. 

Con una retórica agresiva, contestataria, alejada de las formas racionales de la política, López Obrador clama por menos Estado y más anarquía; menos leyes y más moral; menos derechos y más opresión; menos democracia y más autocracia; menos educación y más ejercito; menos dialogo y más polarización social; menos política y más anti política. 

Este proposito regresivo puede tener éxito y López Obrador puede, en las elecciones del próximo año y mediante el uso ilegal de la fuerza del Estado, imponer a su sucesor de entre las personas a las que, despectivamente el mismo llama, “sus corcholatas”. Pero si la dictadura perfecta pudo ser derrumbada, con más uso de la razón, las fuerzas políticas democráticas y, especialmente la ciudadanía, podemos impedir la regresión hacia el antiguo sistema autoritario.

Eso depende de que los partidos políticos realmente existentes, dejen de lado todo interés faccioso y con un nuevo impulso democrático, como el prevaleciente durante las reformas de la transición, posibiliten la más intensa y amplia participación de la ciudadanía durante las elecciones del 2024. 

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