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viernes 20 septiembre 2024

“La gatita blanca”, un símbolo del porfiriato y la Revolución

por Marco Levario Turcott

María Conesa nació en Valencia. Es la reina de la revista musical de México en la panorámica de la nostalgia sigue reinando por su significación simbólica del porfiriato y la Revolución.

Fue descubierta bailando en las calles junto a su hermana Teresa con quien, más tarde, viajó a la Habana, Nueva York y México, donde debutaron en el Teatro Principal el 11 de enero 1901. De regreso a Barcelona el dueto continúo preparándose pero las abrazó la tragedia, así lo narra Carlos Monsiváis: la tiple y su hermana fueron objeto de la envidia de una cantaora, La Zafarina, quien animó a su hermano a apuñalarlas, lo que éste hizo hasta arrebatar la vida de Teresa y hacer pender de un hilo la de Dorotea.

Cinco años después la esmirriada y candorosa volvió al teatro pero le fue imposible hacer carrera en su país dada la prohibición para que menores de edad trabajaran en escena. En 1906 estuvo en Cuba donde triunfó como “La gatita de oro” gracias a su imponente interpretación de la zarzuela “La gatita blanca”. Un año después se presentó en el Teatro Principal de México y desde ese instante el tandófilo cifró en ella el motivo de sus desvelos dionisíacos.

Fue asediada por personajes sobresalientes de la política, Venustiano Carranza y Francisco I. Madero, e incluso le atribuyeron fusiones rijosas con Francisco Villa y Álvaro Obregón que ella desmintió, lo que sí hizo fue bailar una danza calabaceada con Emiliano Zapata. “¿Pueden darme la lista de los mexicanos que no estén enamorados de la Conesa?”, preguntó Porfirio Díaz.

Lus G. Urbina afirmó, sin darse cuenta de que era él quien de esta forma proyectaba su deseo:

“Su figura no es garbosa, el semblante no es bello, la voz es desaliñada y desagradable, pero de toda la cara, de todos los movimientos, de todo el cuerpo chorrea malicia esta mujer; tiene una desenvoltura pringada de cinismo (…) Hasta el Padre Nuestro dicho y declamado así nos parecería un atentado al pudor”.

Monsiváis narra que el inspector de teatro la multa por sus indecentes interpretaciones y también cómo legiones de admiradores apoyaron a “La gatita blanca” y relata que, en el contexto de ese formidable respaldo, la respuesta que al escritor le dio María Conesa en son de chunga hizo que éste reculara:

“Yo hablé mal de unas faldas porque vi se levantaban mucho a la altura de unas rodillas, y que dejaban ver unas piernas esbeltas y bonitas, y las faldas que se levantaban así, con música o sin música, me parecen muy provocativas y también muy poco respetables (…). Estoy vencido, absolutamente vencido, pero no me causa sorpresa. Ya sabía yo que nada era posible lograr. ¡Abajo la hipocresía y arriba la falda de 18 abriles!”.

El camino de la Conesa fue intrincado por los escándalos y sus fugaces retiros, como cuando jovencita se casó con Manuel Sanz en 1908, luego al divorciarse en 1924, o cuando entabló una demanda contra quien la implicó como integrante de la banda del Carro Gris en 1959. Durante su larga estancia en Europa volvió a México porque, dijo, frente a la amenza de la Primera Guerra Mundial, “prefiero que nos mate una bala mexicana”. No fue una cantante portentosa ni una bailarina prodigiosa, su arraigo, sin embargo, se debió a que desbordó sensualidad e impudicia, blasones suficientes para santiguar a la aristocracia del porfiriato y alentar la nueva era que representaban lo mismo pelados y revolucionarios que burgueses.

María Conesa bailó de puntas “El viaje de la vida”, una zarzuelita impactante en 1910. Hizo el spleet toda su vida y revoloteó el plumaje con las alas abiertas. Fuera de los escenarios vistió de negro en memoria de Teresa, dentro llevó un cigarro a la boca y cantó “fumar es un placer sensual, genial” con el mismo entusiasmo con el que declamó ir a “ver a su amante, solícito y galante” y con el que portó el traje de China poblana al que le imprimió el Águila del escudo nacional que fue un insulto para el patrioterismo; María fue a la plaza de toros y rogó por el indulto, cosa que le fue concedida, también pidió la intermediación de Agustín Lara para que su esposa María Felix le regresara las joyas que le había prestado desde hacía seis meses. Muestra de su enorme arrastre popular ocurrió el 9 de mayo de 1924, cuando regresó a México y fue recibida en la Estación de Lindavista por más de cinco mil personas que la acompañaron hasta su residencia. La cupletista respondió en las tablas: “Ay morrongo, morrongo, morrongo. Me lo quito, me lo pongo…”

“La Gatita banca” maulló en todos los teatros de la capital. En 1938, con la llegada de los españos expulsados por el régimen franquista resurgió la zarzuela y María brotó de nuevo como una orquídea. Cantó la Zandunga delicioso: Anoche te abrí la puerta/te abrí la puerta tehuano/y cuando la viste abierta/no metiste ni la mano. Así transcurrió su vida, siempre siendo artista y con algunos amoríos que se desprendieron como pétalos de rosa.

María Conesa murió en 1978. La ANDA sólo ofreció 11 mil pesos para los gastos fúnebres. Pero “La gatita blanca” ya habría previsto todo. Su testamento fue una sorpresa, relata Enrique Alonso, y vaya que sí: “en él se instituía como heredera universal a la Universidad Nacional Autónoma de México” y legó cien mil pesos para instituir becas en favor de estudiantes de Ingeniería Química de la UNAM, lo hizo por amor a la institución y a su hijo fallecido. Murió siendo una entreñable universitaria.

(Resumen de la enciclopedia que sobre las mujeres del tablado estoy escribiendo).

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