domingo 07 julio 2024

La kakistocracia que viene

por Articulista invitado

Por Ángel Jaramillo Torres

Si la hipocresía es el vicio de los regímenes decadentes, el cinismo lo es de los oportunistas. 

El podio del cinismo obradorista le corresponde a una mujer: Delfina Gómez. La ahora candidata de Morena a gobernadora por el Estado de México no se inmuta en lo más mínimo cuando conductores de televisión le recuerdan la larga serie de infamias —algunas de ellas de carácter criminal— que ha cometido a lo largo de su asociación con López Obrador. 

Ella sabe que le basta negar las acusaciones para salir del paso sin problemas. Lejos estamos del funcionario público típicamente priista que, muchas veces con el sudor en la frente, trataba de justificar sus malas acciones. En sexenios pasados existieron varios casos de funcionarios que fueron forzados a renunciar porque habían perdido legitimidad pública. No es el caso del obradorismo, un régimen para el que no existe la rendición de cuentas. 

Con 60 años de edad, y una salud de calidad dudosa, Delfina Gómez pretende convertirse en la gobernadora del estado más poblado de la República y tiene muy buena oportunidad para hacerlo. Por ahora va arriba en las encuestas, aunque la distancia que la separa de su contrincante, Alejandra del Moral, se va achicando conforme pasan los días. 

Quizás el momento que transformó su vida fue cuando se convirtió en presidenta municipal de Texcoco. Antes había obtenido una licenciatura en Educación Básica por la Universidad Pedagógica Nacional. Según sus propias semblanzas en internet, también tomó cursos de maestría en la misma Universidad Pedagógica y en el Tec de Monterrey pero, ya sabemos, gracias a un reportaje de la revista etcétera, que cometió plagio.

Uno pensaría que el acceso a esta educación superior le permitiría a cualquiera adquirir un temple liberal y una formación humanista. En el caso de Delfina, no. Escucharla hablar es perder la fe en la victoria de la Ilustración sobre las tinieblas. Sus tropiezos con el lenguaje son propios de alguien que no asimiló ni siquiera los cursos más básicos de la lengua española. Uno se pregunta con qué bases pudo conseguir una licenciatura. Su biografía, entonces, dice más sobre la gran crisis educativa del país que minuciosos estudios sociológicos. No pensemos ya en el tipo de educación que habrá inculcado a incontables niños y jóvenes.

López Obrador ha pretendido diseminar la idea de que el gobierno de lo que él llama las élites neoliberales lleva necesariamente a la corrupción. Pero en su gobierno estamos siendo testigos de la alianza entre la ignorancia y la corrupción. No debería ser muy difícil llegar a la conclusión de que los nuevos gobernantes están peor preparados y, además, son más corruptos. 

Por todo ello, se puede decir que Delfina Gómez encarna a la kakistocracia. A pesar de ser un término griego, los filósofos de la antigüedad helénica no se detuvieron a considerar al gobierno de los peores —que es lo que significa este concepto— pues ellos estaban más bien interesados en definir al gobierno de los mejores. El término es moderno y se usó por primera vez en el siglo XVII. Para llegar ahí la práctica política sufrió una gran crisis. Hoy sabemos que el así llamado pueblo puede elegir a los peores para gobernar.

En este sentido, López Obrador ha aprovechado una técnica muy conocida por populistas en todo el mundo: su mimetización con aparentes formas de expresión popular. Bajo esta hipótesis el pueblo admira no a quien aspira a ser, sino a quien se le parece. Hay un debate sobre si los eternos errores gramaticales de López Obrador son reales o fingidos. Pero en el caso de Delfina, esos errores parecen ser más auténticos. ¿Qué ven en ella sus simpatizantes? Al parecer ha sido exitoso presentarla como una maestra de primaria con todas las virtudes que asociamos con ello: abnegación, simpatía, sacrificio. 

Su rostro hierático recuerda a la Coatlicue: un misterio indescifrable abierto a cualquier significado. Es posible que muchos mexiquenses vean en él un espejo humeante. En páginas excepcionales, Octavio Paz, en El laberinto de la soledad, habla del mexicano ensimismado que, de pronto, en una fiesta o ante una afrenta, se convierte en su opuesto: un ser colérico incontrolable. Vista más de cerca, la modesta maestra de primaria ha probado ser presuntuosa, mezquina, indigna, corrupta.

Por una resolución del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación sabemos que Delfina Gómez forzó a trabajadores del municipio de Texcoco a darle una parte de su salario que después se envió a Morena. Se trata de una grave falta ética que, por razones técnicas, no la afectó jurídicamente. Sin embargo, es un crimen.

Con todos estos antecedentes, sería imposible decir que la actuación de Delfina como secretaria de Educación Pública fue buena. Ni en una obra surrealista de André Breton encontraríamos una trama en la que alguien como Delfina llega a ser la pedagoga nacional. Y, sin embargo, eso es lo que ha pasado.

Y mientras esto sucede, la aparentemente humilde maestra de escuela colecciona bolsos Louis Vuitton, Chanel y Gucci. El populismo obradorista exhibe su vocación de “nuevos ricos” por todos lados.

Si la victoria de Delfina Gómez signa el colapso del Grupo Atlacomulco en el Estado de México, lo que vendrá en su lugar será un robo ilimitado, un robo explícito, ya sin la hipocresía formal del PRI. Pero no sólo eso: el robo vendrá acompañado de inoperancia en la gestión gubernamental y del culto a la lideresa: un retroceso civilizatorio.

Se respira en el aire la inevitabilidad de un triunfo de Delfina. El dicho “nadie escarmienta en cabeza ajena” quizás diga mucho sobre la naturaleza humana. Con Delfina, los mexiquenses lo entenderán muy bien.

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