La música visitadora: Jaime Mesa y sus gustos musicales

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A Jaime Mesa todos los interesados lo conocen. Quiero decir que tiene el gusto por contar su vida a través de Twitter y parecería que se ha convertido en un amigo con quien te encuentras todos los días para tomar una cerveza. Así, no sólo nos enteramos de su obra y su trabajo dentro de la literatura, sino también de sus obsesiones y su amor incansable por su hijo y su mujer. Autor de varias novelas y escritor mimado de Alfaguara, sus temas favoritos, además de su hijo, son la literatura, la generación de escritores nacidos en los setentas, la carne asada, Cholula, la cerveza, el cine y la televisión.

Como una manera de comprender un poco más a este escritor poblano, decidí aplicarle mis preguntas sobre música y literatura. Esto fue lo que contestó.

—¿Qué tan importante es la música tanto en tu vida diaria y como escritor?

—La música en mi vida ha tenido altas y bajas. La recuerdo, primero, como telón de fondo de mi infancia, en las mañanas de fin de semana, en los viajes por carretera con mis padres, en la casa siempre había música. Era una presencia constante sin protagonistas. A veces era Nacha Guevara, Silvio Rodríguez, The Beatles, Tchaikovsky o Vivaldi. La selección siempre provenía de mi madre y lo que casi nunca había era música nueva, nueva o demasiado estruendosa. Pero yo nunca iba a la música, ella siempre venía a mí. De ahí, supongo, que ahora soy capaz de escuchar cualquiera cosa que alguien me ponga. Se me quedó la costumbre. Aunque después, durante mi primera juventud, juntaba mi dinero para comprar, primero, casetes, y luego discos compactos. Recuerdo perfectamente mis primeros casetes: el Hysteria (1987) de Def Leppard; Look Sharp (1988) de Roxette; Out of Order (1988) de Rod Stewart el MTV Unplugged (1992) de Mariah Carey; y el Cowboys from hell (1990) y sobre todo Vulgar Display of Power (1992) de Pantera. A este desorden que escuchaba una y otra vez sin competencia siguieron mis primeros discos compactos: el Greatest Hits (1981) de Queen y el disco que me hizo seguir escuchando música: Achtung Baby (1991) de U2.

Durante mi primera juventud salía mucho con amigos que querían formar una banda de rock o de metal, algunos la formaron. Con ellos descubrí a Nirvana, Misfits, Guns N´ Roses y mucha de la música popular norteamericana e inglesa, sobre todo. Además, en mi casa topé con el programa American Top 40 que conducía Martín Hernández, así que me sabía todos los éxitos pop del momento. Sin embargo, algo que se ha mantenido es que, aunque puedo escuchar música con distintos registros populares, artísticos, comerciales, underground, casi siempre es poca. Solía quedarme con un disco por meses y repetirlo una y otra vez. Justo cuando me hartaba saltaba a otro. Esto va a contracorriente de lo usual que es saltar de una pieza o un disco a otro y en tres meses escuchar un universo. De esa forma, siempre he ido atrasado.

También empecé a escuchar blues porque salió una colección de discos en los puestos de periódicos y los compré todos. Creo que Muddy Waters y Howlin´ Wolf eran mis preferidos.

En el último año de la universidad ocurrió otro milagro: me llegaron a plenitud el jazz y la música docta contemporánea. No puedo resumir este universo, pero puedo poner unos pilares: Hank Mobley y el enorme Sonny Rollins, sobre todo el disco que puedo escuchar toda la vida: A Night at the Village Vanguard porque tiene mi pieza favorita de toda la música: “Softly, as in a Morning Sunrise” de Hammerstein y Romberg. Además, descubrí a Henryk Górecki y gracias a sus cuartetos me empecé a interesar en esa forma que me atrae más que las sinfonías, por ejemplo.

Sin embargo, paso meses sin escuchar música. A veces me acuerdo de un disco y voy por él y lo subo al auto y lo escucho uno o dos meses. Digamos, no la “necesito” en la forma en que sí necesito con desesperación ver películas, series o leer libros.

—¿Hasta dónde la música influye en tu obra literaria?

—Siempre escribí con música como telón de fondo. Para escribir Rabia, mi primera novela, usé a Radiohead, probablemente el Ok Computer. Mi segunda novela, Los predilectos, la escribí escuchando todo el tiempo Familiar to Millions, sobre todo “Don´t Look Back in Anger” y “Live Forever” que repetía obsesivamente. De la primera me interesaba la línea: “But please don’t put your life in the hands / Of a Rock n Roll band…” que tiene que ver con el argumento y la pelea entre Scarlett Kunzen y los integrantes de Russian Enemy, la banda de rock protagonista. Mi tercera novela, Las bestias negras, la escribí en silencio. Y la cuarta, No me has vencido o Dana se queda, como se ha llamado y que sigue inédita, la escribí escuchando mil veces The Bends de Radiohead. De alguna forma intentaba usar esas canciones como un metrónomo o algo para medir el ritmo de mi prosa, y eso se nota mucho más en Los predilectos.

Así que no sé cómo definir esa relación o esa influencia. La uso, quizá, como catalizador de las cosas que siento o de las ideas que voy formando. No sé. Es una relación muy rara y creo que aún no ha terminado. Ahora tengo The Head on the Door de The Cure porque escuché, creo, “In Between Days” en una película y la recordé. Pero antes de eso tenía como dos o tres meses sin escuchar algo concreto elegido por mí.

En mi casa, mi mujer se encarga del soundtrack, así que quedo tranquilo escuchando lo que ella pone todos los días.

 

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