La bailarina pendió las manos en el aire y miró la nada con sus ojos orientales. La ovación irrumpió las tres veces que cerró el telón. Fue la última vez que tendería las alas. Los hechos ocurrieron en las calles de Niño Perdido del D.F., la madrugada del lunes 9 de julio de 1951.
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Rosa fue la primera hija de Florentino Su Chon y María López Siordia. El chino llegó al país iniciando los años 20, entre los migrantes que labraron las tierras de Mexicali o iniciaron negocios en la capital. Más tarde, pinchado por las condiciones de María para casarse, aprendió español, se bautizó como José María Jesús y puso una cafetería en la calle de San Ildefonso. El 15 de febrero de 1927, el matrimonio concibió una muñequita de porcelana.
A Florentino le gustaba evocar los primeros pasos de Rosa que, prácticamente, siguieron la pauta musical. Recordaba sus bailables escolares y sus estudios de danza clásica que debió interrumpir porque el arribo de siete niños y el declive de la cafetería lo devastaron. Hasta los 13 años, Rosa chapoteó en aguas serenas, aliños fulgentes y juguetes. Asistió al colegio Franco-Inglés y practicó danza. Pero un día gélido de 1940 su madre la sacó de ahí porque ya no podía sostener su estancia. Desde entonces Rosa proveyó a la familia. Es decir, aparte de su don ingénito, la pobreza precipitó su debut profesional.
A los 14 años, Rosa conoció el deshabillé apoyada por su hermana Margo (sus padres estaban desolados). El teatro Apolo del D.F. anunció su muestra alabastrina como “Pequeña vedette”. Pero no hubo en ello ludibrio alguno porque no lo es ser apetecida. El comadreo fue abusivo aunque Rosa no tuvo amores mercenarios. Otro asunto es que, como anotaron los críticos, en cada obra, debió sacrificar la excelencia del baile clásico: Cuando sus alas hendían el cielo, la masa enardecida la mutaba en carne. Pese a ello, el sortilegio fue asombroso: el ave oriental surgió de las cenizas convertida en Su Muy Key.
En diez años, Su Muy Key pasó del teatro Apolo a segunda tiple del Colonial, empotrado en San Juan de Letrán. De ahí posó en el Tívoli, en la Primera calle de la Libertad de la colonia Guerrero. Se volvió diva e iniciaron las giras. En aquel tiempo Margo había renunciado al baile -había sido segunda tiple- y montó una carpa. Rosa actuó ahí y en el teatro Cervantes propiedad de Félix Cervantes, un ex novio que ahora era esposo de su hermana. Rosa Su se volvió “exótica” por la avaricia de su representante y marido, Lucky Mayorga, quien alentó el ardor popular aunque fuera tan lejano de la delicadeza de Su Muy Key (frase que significa Rosa en chino). El éxito le cobraría factura. Así lo recordó Margo cincuenta años después:
“La etiquetaron como exótica a pesar de que ella es lo opuesto. Su danza es exquisita, etérea, nada la liga al rugido de la selva africano ni a la sensualidad de las islas del Pacífico. Rosa es la danza mística, elegante, misteriosa y profunda”.
Cuando Su Muy Key reemplazó a Tongolele en el Club Verde, la ciudad se cubrió de carteles. La música y alcohol fueron cortesía de esa distinción social que llamamos beatitud porque ésta excitó el huroneo saciado a escondidas, como hace el mirón que confina al mundo en una cerradura o como hizo la aristocracia porfirista en burdeles clandestinos y casas de cita. El cine la catapultó. “Mujeres de teatro” y “Especialista en señoras” (1950) la situaron en la cúspide. El futuro era como las luces de La Torre Latinoamericana que, entonces, se construía con la mira de perforar las nubes. Rosa tenía 24 años y estaba preparando una gira por la Habana durante tres meses por la que cobraría mil pesos diarios.
Roberto Serna García era periodista y productor de cine. Dirigió las revistas Zócalo y Oiga. El eco de México, esta última un semanario de espectáculos subvencionado por Rosa, recién divorciada de Lucky Mayorga. Roberto era guapo y sibarita, un pachuco. Los rumores decían que tuvo amoríos con Meche Barba y Amparo Arozamena, lo cierto es que durante un año lo patrocinó Rosa, quien se estaba quedando sin abrigos y alhajas aunque sobre todo sin amor propio según le dijo Félix Cervantes. Conmovida con esa realidad, Su se alejó de Roberto.
El domingo 8 de julio de 1951, Margo dio a luz a un bebé prematuro y estaba delicada en el sanatorio San Hipólito. Según la declaración que un día después daría su madre María López, Rosa Su le había dicho que Roberto la amenazó de muerte si no aceptaba reconciliarse, lo que consideraron puro “teatro”, por lo que, confiadas, fueron a visitar a Margo. Horas después, Roberto insistió en verla y Rosa accedió a condición de que su mamá estuviera. Acordaron reunirse brevemente en el Sanborns del Hotel Del Prado porque esa noche se presentaría en el teatro, al otro día Rosa estaría en el cabaret “Las mil y una noches” de las calles de Uruguay.
Al finalizar la función del teatro Cervantes, Roberto Serna la estaba esperando. Rosa aceptó ir a la habitación donde vivieron juntos, el número 15 del edificio Paal de las calles Arcos de Belén. María iba con ellos. En la reconstrucción de los hechos, el Suplemento del Magazine de Policía detalló que “cuando la madre daba vuelta a un pasillo, alcanzó a ver la sombra de los dos que se proyectaba en un muro, y percibió cuando él besaba a la bailarina y luego, tomándola de la mano, la hacía meterse”. Rosa llevaba puesto un abrigo de Bernardina. Eran alrededor de las tres de la mañana.
Los amantes se besaron mientras María esperaba en una banca. Rosa Su lo amaba como nunca a nadie cuando tres balazos acuchillaron el silencio. Dos le impactaron, uno le perforó la sien y otro el pecho. El tercero le partió la cara a Roberto, quien quedó irrigado en el piso, Rosa cayó en la cama con los pies colgados al borde. Cualquiera hubiera dicho que era una muñequita de porcelana sino fuera por la grieta en la cabeza y el charco de sangre que le tiñó la blusa. En ese instante solamente se oía el chillido crepuscular y desgarrador de María.
Los médicos de la Cruz Verde llegaron tres horas después. Rasuraron el cráneo de Rosa que tenía los ojos secos, como los focos apagados de la Torre Latinoamericana. El personal del Ministerio Público ponía en bolsas de plástico las pertenencias de Roberto, tres postales de Rosa y dos billetes de a peso. En el fondo, María anunciaba una y otra vez que ella hubiera podido evitar la tragedia si no hubiera dejado sola a su hija cuyo cuerpo estaba rígido.
Su último retrato lo hizo O’Farril. Luce sonriente en mallas y tacones, así la vio el público por última vez. Pero los diarios la destrozaron -“La exótica Su Muy Key fue asesinada por un periodista”- anunciándola, inerte, rociada en gotas sepia. El cortejo de Rosa Su López partió de la Avenida Hidalgo, a dos kilómetros de la casa de San Ildefonso donde dio sus primeros pasos. Estuvieron parientes, amigos y artistas como Jorge Negrete. Unos cuentan que hubo un puñado de admiradores entre los miles que rugieron al verla bailar. Otros juran haberla visto con su aleteo sutil, alejándose hasta perderse en el horizonte.

