Esto se escribe durante el 13 de febrero Día Mundial de la Radio por tanto no será leído precisamente como un cable de último minuto. Se conmemoran en esta fecha 70 años de la primera emisión de Radio ONU que se irradió al orbe mediante onda corta y en cinco idiomas desde un precario estudio en Nueva York, por ello fue elegida en 2001 por la UNESCO para celebrarla en ese día, lo que resulta afortunado y significativo. Es un reconocimiento a la vocación global de la radiofonía en varios sentidos: porque las ondas no reconocen fronteras, por su variedad lingüística, su carácter descentralizado e incluso desde el origen en su historia participaron individuos y entidades de diversos países.
El 13 de febrero de 1946 sería también la primera vez que la ONU logró tener una presencia simultanea, inmediata, y planetaria, como una voz tangible al alcance al menos técnico de cualquier ser humano. Era la primera expresión concreta del sueño cosmopolita. La realización sonora de su logotipo azul. Esta bonita imagen no significa que la radio tenga necesariamente una vocación pacifista, de hecho su historia y desarrollo está íntimamente ligada a la guerra como tecnología estratégica y arma de propaganda; pero si alude a la posibilidad de escuchar la voz del otro antes de aniquilarlo, quizá como meros sonidos vocales indescifrables pero que nos advierten que se trata de un ser humano.
La nueva era de acuario circula como un motivo recurrente de la contracultura emergida en los años 70 cuyo capítulo México parece que se asentó en Tepoztlán. Según la astrología, acuario es un signo de aire (aunque yo nunca entendí por qué tenía un nombre tan húmedo y poco pneumático). El caso es que en los evangelios de la New Age, es un signo de esperanza de fraternidad mundial, multiculturalidad y reconciliación con la pachamama que se manifiesta con elocuencia en el famoso anuncio de Coca-Cola para la navidad de 1970 y que genialmente cierra la serie Mad Men.
No hay acuerdo en cuando habría comenzado tan dichosa era y por las diferencias entre evangelios el arco temporal se abre ¡hasta 1600 años! Pero si el advenimiento de la comunicación global es una de sus características y el aire su señal, entonces la radiodifusión por onda corta vendría a ser la primera formación de una especie de neocortex de Gaia que ha madurado en Internet, lo cual, con todo y lo pacheco que suena es apenas una exageración del salto cuántico que implica en la evolución humana. Su ubicación en el calendario es mucho más precisa: en la tercera década del siglo XX. Todo es cuestión de quitarle a la onda lo que tiene de buena.
Sin evocar el poder de las flores, la auténtica generación de acuario no fueron los babyboomers, nacidos después de Hiroshima y Nagasaki; sino una anterior: la de mi abuelo Froylán de cuya casa recuerdo de niño aquellos radios y cables por todas las habitaciones sintonizando los sonidos meciéndose en las oscilaciones ululantes de las bandas de 31 o 19 metros, pulsos sensibles de la ionosfera, donde aparecían y se desvanecían voces exóticas, fonotipos, himnos, nombres raros, y músicas que nunca había escuchado. Emisoras como Radio Francia Internacional, BBC, Radio Moscú, Radio Habana, o La Voz de las Américas, Pekin o Deutche Welle, hoy pienso que para ellos el aparato receptor de onda corta ejercía la fascinación de un medium robótico, un autómata sonoro que en lugar de comunicarlos con los familiares y amigos muertos lo hacía con los extraños vivos.
La primera red mundial de comunicación se tejió pues literalmente entre guerras y aunque Internet tuvo de entrada esa dimensión global expandida y profundizada a la del hipertexto, solo con la banda ancha logró recientemente igualar su inmediatez. En la época de los tonos de dubstep en 8 bits del fax MODEM había que esperar un ratito a que la página se cargara, la multimedia era precaria y por entregas línea por línea de la pantalla. Las interminables descargas noctámbulas.
Y es precisamente en ese alcance en el que uno de los baluartes que le habían quedado a la radio después del avasallamiento de la televisión es nuevamente asediado por la inmediatez multidireccional de las redes sociales y los dispositivos móviles. La dispersión de la información y su extensión transnacional por una parte y la multiplicación de los repositorios de audio y disposición de contenidos en la nube ponen otra vez en crisis las nociones mismas de programación y sus relojes, barras, formatos, audiencias y sus métodos de medición y por supuesto su producción. Noticias, entretenimiento, difusión cultural, servicio público, incluso su función artística experimentan mutaciones.
Si la radio siempre le ganó la batalla de la velocidad a la tele, ahora la tiene perdida con la multimedia móvil. Quizá más que buscar competir ahí a costa de la calidad y el abaratamiento ha llegado el momento de volver a la radio elaborada, cuidadosa, paciente y de temporalidad más expandida. Una radio menos en vivo y más diferida, capaz de darle un sentido y memoria a la fugacidad. Quizá un poco como esta revista que hay que escribir casi anticipando. Aunque todo indica que habrá que reinventar una vez más la radio, esto se aplica también y con más fuerza a toda la industria audiovisual, en particular la TV y esto nos debe tomar a quienes la hacemos no solo con más experiencia en esto de la sobrevivencia y el bajo perfil; sino además, por tanto andar en la cuerda floja, mucho más ligeros, casi en el aire que ya es otro.