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domingo 15 diciembre 2024

La preciosa osamenta de Porfirio Díaz (2)

por Juan Manuel Alegría
Etcétera

Poco después de su llegada a su destierro en París, en julio de 1911, Porfirio Díaz fue escoltado por el general Gustave Leon Niox a la tumba de Napoleón Bonaparte; ahí el francés puso en sus manos la espada que el Gran Corso blandió en Austerlitz. “Soy indigno de ella” –señaló Porfirio. Nadie sabrá si lo dijo en serio… tantas veces había mentido.

A la caída del Segundo Imperio, Porfirio Díaz ansiaba más el poder que los reconocimientos militares. Por ello participa en la contienda a la presidencia de la República contra Juárez, en agosto de 1867 y la pierde. El Indio de Guelatao lo derrota nuevamente en 1871.

Al héroe de la Carbonera no le gustaba perder. En 1871, con el Plan de la Noria, se levanta en armas contra Juárez. A mediados de 1872, a punto de entrar a la Ciudad de México, es derrotado por el general Sóstenes Rocha.

Al morir Juárez, Lerdo de Tejada asume la presidencia y concede amnistía a Porfirio. Ese mismo año Díaz compite contra Lerdo: nueva derrota del oaxaqueño. Porfirio insiste. Repite en las urnas contra Lerdo en 1876, y vuelta a morder el polvo.

Una de las acciones de Lerdo contra el clero fue la de elevar a orden constitucional las Leyes de Reforma en 1873, expulsar a las órdenes religiosas y de elevar los impuestos (por eso la Iglesia, de nuevo, apoya a Porfirio para lanzar el Plan de Tuxtepec con la consigna de la” No Reelección”). Pero eso cambia con Porfirio.

En 1880, Porfirio (excomulgado por jurar la Constitución de 1857) le solicita a uno de los jerarcas que pidieron la llegada de Maximiliano: Pelagio Antonio Labastida, que lo case con Delfina, su sobrina, quien se halla grave por su último parto. El padre lo obliga a renunciar a aplicar la Constitución susodicha. Así sería.

Más tarde, como lo consigna Luis González, ante la flagrante violación a la ley de Cultos, Porfirio permanecería en silencio, más aún, con motivo del tercer jubileo de Pelagio Labastida: “el jefe del liberalismo mexicano, el presidente Díaz, en busca del favor del jefe más conspicuo de los conservadores, le mandó un regalito […] un báculo de carey y plata dorada”.

Ya que la Constitución indica que no puede ser presidente por dos periodos consecutivos, deja a su compadre, Manuel González en 1880, y después de hacer enmiendas a la Carta Magna, el de la bandera de la “No Reelección”, se reelige en 1884, 1888, 1892, 1896, 1900, 1904 y lo intenta en 1910.

Porfirio toma una de las mejores decisiones: nombra José Yves Limantour como secretario de Hacienda. A este inteligente hombre se le deberá que México crezca económicamente.

México tuvo un crecimiento económico nunca visto antes, es cierto, pero ese desarrollo favoreció a unas cuantas familias mexicanas y a muchos extranjeros. Fue la época en que se formaron enormes latifundios. Se calculó que en su gobierno el país era propiedad de 800 familias.

Sus primeras acciones fueron ganarse la confianza de USA, pagando puntualmente la deuda y atrayendo inversión; puso orden en las finanzas públicas; subvencionó barcos que llegaran a puertos mexicanos, principalmente norteamericanos, para impulsar el comercio exterior. Atendió la minería, construyó caminos, y fue una gran obra la continuación de las vías férreas.

Cuando fue jefe político en Tehuantepec, señala Mariana Anzorena: “Ahí, el futuro presidente de México comenzó a entender de política. Primero intentó imponer el orden con la amenaza de ejecutar a todo prisionero, después aprendió la que sería una de sus estrategias favoritas: ‘Divide y vencerás’. Entre los tehuanos soltó el rumor de que había dado armas a los juchitecos, y cuando las hostilidades estallaron en la noche de Año Nuevo, el entonces Capitán Díaz aprovechó para atacar a los tehuanos reclutando a más de dos mil juchitecos”.

Ya presidente, hizo lo mismo: a sus generales les entregó prebendas, los hizo regresar a su tierra y les dio cargos públicos. Los mantuvo separados y cuando convenía, los incitaba a pelear entre ellos. Porfirio no era de los que ponía y quitaban, principalmente a los gobernadores, dice Luis González: “Por regla general, los gobernadores virreyes dejaban sus gubernaturas hasta que entregaban la vida”.

Dividió al ejército en pequeñas unidades que dispersó por todo el país, pero sin confiar en ellas. Con tantas guerras como sufrió México en ese fatídico siglo, había una plaga de bandoleros; la solución fue crear a los famosísimos Rurales, reclutados entre los mismos bandidos y pistoleros de las ciudades, que tenían la facultad de disparar a discreción sin rendir cuentas a nadie. Seguían una consigna del presidente.

Con motivo de una sospecha de conspiración y rebeldía en Veracruz, Porfirio envió un telegrama al gobernador Luis Mier Y Terán: “¡Aprehéndalos In flagranti”; y mátelos en caliente!”. Así se hizo con los sospechosos en la madrugada del 25 de junio de 1879.

Por eso don Justo Sierra dijo: “La paz reina en las calles… pero no en las conciencias”.

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