Si uno quiere hacer una análisis de las elecciones pasadas, lo fácil sería repetir que ganó el PAN, que perdió el PRI y que el abstencionismo imperó en la Ciudad de México como nunca antes en la historia reciente.
Pero creo que hay mucho más que entender. Veo tres duras lecciones que aprender en la construcción de nuestra democracia.
Por primera vez en mi vida y con mucha nitidez quedó claro que, en un proceso no presidencial, las estructuras corporativas y clientelares no fueron suficientes para determinar el resultado de la elección. Es decir, el dinero y la estructura, no logró imponer candidatos.
En Chihuahua, Tamaulipas y Veracruz, la movilización del voto organizado no bastó para que el candidato del partido en el gobierno ganara. Curiosamente, el único lugar donde las estructuras definieron el resultado fue donde no pintó el PRI; en la Ciudad de México, a pesar de lo que dicen hacia fuera, tanto el PRD como el partido Morena se enfrascaron en una batalla de grupos clientelares para apenas llegar al 28 por ciento de la lista nominal, los ciudadanos de a pie que votamos fuimos unos pocos.
Así, la primera lección del 5 de junio es que los partidos que apuestan sólo a su capacidad de movilización y acarreo —olvidando la importancia del candidato, su agenda y su discurso— están condenados al fracaso.
La segunda, que también abre la puerta a repensar la forma de hacer campañas, que las campañas sucias no bastan para socavar a un candidato. En este 2016 vimos las campañas más sucias y video filtradas y, a pesar de ellas, algunos de los objetos de los ataques vencieron en las urnas.
Hasta hace no mucho tiempo, con un mes y medio de filtraciones de llamadas, fotografías y videos —algunos reales y otros fabricados— bastaba para bajar al puntero de una elección unos 7-8 puntos y con eso derrotarlo en las urnas.
Las campañas sucias como mecanismo de generación de equilibrios electorales no son suficientes. El golpeteo ya no alcanza, y la gente ha aprendido a discernir y decidir si compra o no un producto ‘mallugado’.
La tercera gran lección está, por supuesto, en las encuestas. Las vilipendiadas encuestas, de las que todos han escrito y dicho que fallaron.
También es una realidad que hay una crisis en el gremio de encuestadores y que las disputas y enconos son cada día mayores. Pero hay elementos adicionales, los encuestadores cayeron en su pecado primigenio: suponer que sus estudios predecían el futuro y se olvidaron que son meros fotógrafos de instantes. Básicamente, se la creyeron y perdieron confiabilidad.
Además, no es un secreto que muchas empresas encuestadoras pusieron en riesgo su sitio de neutralidad y fueron cómplices al favorecer a sus clientes y afectar a los adversarios de ellos.
Mas aun, hay fallas estructurales en el mundo de las encuestas. Los equipos de levantamiento de cuestionarios —casi siempre subcontratados— no siempre están preparados para encuestar en áreas complicadas, como el caso de Tamaulipas por la inseguridad del estado.
Sin embargo, las fallas masivas de los estudios pre y post electorales y más aun en plazas como Chihuahua, Durango y Tamaulipas, no son sólo atribuibles a los factores antes descritos.
Creo que hay algo más. La gente que ve con desconfianza a la clase política y está enojada con su operación también ve a las encuestas como instrumentos del establishment y, por tanto, ya ve a las encuestas como herramientas de los políticos, para los fines de los políticos. La gente ha perdido la confianza en las encuestas y los encuestadores. Así pues, la gente les miente a las encuestas y les oculta sus verdaderas intenciones.
Tres lecciones que la gente le da a al clase política. Y que si como país no entendemos y atendemos, el divorcio entre la gente y la política, solo se ahondará.
Este artículo fue publicado en La Razón el 13 de junio de 2016, agradecemos a Luciano Pascoe su autorización para publicarlo en nuestra página.