Hay una palabra que se ha puesto de moda de unos años para acá: resiliencia. Esa palabrita no me encanta, se me hace feicita y hasta difícil de pronunciar. Pero lo que significa sí que va conmigo, ya que, entre otras cosas, es esa capacidad humana de hacer frente a los problemas de la vida, al estrés, a las pérdidas, al dolor y seguir adelante sacando algo positivo de las experiencias. He tenido la fortuna a lo largo de mi vida de conocer muchas personas resilientes, hombres y mujeres de todas las edades, que han logrado salir airosos y enteros emocionalmente de situaciones extremas, que lo mismo pueden ser campos de concentración, dictaduras militares, muerte de personas amadas, enfermedades terribles y una infinidad de vivencias inaguantables que esta existencia humana se esmera en ofrecernos a todos como amargo presente en un momento u otro. Sí, los seres vivos y en general los humanos estamos hechos para aguantar.
El resistente se queja poco y se va amoldando a las tragedias cotidianas por grandes que sean, pero siempre con la finalidad de salir en lo posible de ellas. En general podemos decir que son seres maduros emocionalmente hablando, que tienen metas y anhelos superiores y que por encima de todo son empáticos y comprensivos con el otro. Salirse de ellos mismos y pensar en los demás es lo que más ayuda a lograr la famosa resiliencia, según dicen los psicólogos del mundo, yo entre ellos. Además de todo esto, el resiliente tiene conductas persistentes, no se da por vencido fácilmente, es valiente que no temerario y lucha de frente con ese formidable enemigo que es la adversidad. Se opone a lo que considera lamentable y/o injusto y no se queda en la contemplación o gozo de lo inaceptable. Le duele, pero no cede. Es un sobreviviente nato.
Si algo me remite a la resistencia es la segunda guerra mundial. En un planeta que se había vuelto loco—cosa que hace frecuentemente—de pronto durante el gobierno colaboracionista de Vichy surgen un grupo de personas que están dispuestos a resistir, a tolerar la frustración, a plantarle cara a la desgracia e ingeniosamente, con orgullo y valentía, rebelarse contra la ocupación alemana. Si por algo admiro a Winston Churchill, mi héroe favorito de aquellos tiempos oscuros, es por esa misma resistencia y fortaleza con la que afrontó desde el Reino Unido las terribles amenazas de los países que conformaban el maligno eje. La resiliencia está encarnada en estos hombres y mujeres que lo dieron todo por la democracia y la libertad. ¡Es tan cómodo cerrar los ojos, ver para otro lado y dejarse llevar por la corriente de la indignidad!
Hoy en nuestro país se viven situaciones muy difíciles de enfrentar: más de 52 mil muertes a causa de la cerrazón, ignorancia e irresponsabilidad, un deterioro económico seguramente de más del 10% anual que se quiere negar y ante el cual no se toman medidas urgentes para apoyarnos a todos; 16 millones de personas sin empleo, asistencialismo en lugar de productividad, limosnas para las clientelas, concentración del poder en un caudillo lleno de narcisismo y soberbia, falta de respeto a la ley, impunidad, palabras huecas contra la corrupción pero ninguna acción que la combata y un etcétera que sería muy muy largo, ustedes lo saben.
Pues he aquí que un grupo de ciudadanos hoy, nos negamos a aceptar lo inaceptable y nos oponemos a cualquier tipo de complicidad con un gobierno que destruye día a día a México. Somos consistentes en nuestras convicciones democráticas, no somos conservadores, ni neoliberales, ni fifís, no nos gustaba tampoco el pasado y mucho menos nos gusta el presente y sí creemos firmemente, todos y todas, en un futuro mejor y con menos desigualdad para nuestro país.
Gracias Marco Levario por darme la oportunidad a partir de esta publicación de continuar levantando la voz por muchos mexicanos que estamos trabajando, con ganas, con entusiasmo y persistentemente por México. Somos la Resistencia y tercamente aquí nos vamos a quedar.