“No es lo mismo ser Juana que Wanda”, dijo para sí Amanda. Tenía seis años de edad y las zapatillas en las que nadaban sus pies reflejaban ante el espejo una estrella fulgurante. La niña movía su figura como trigo mecido por la brisa, encogía los hombros para ratificar que era ella, y no otra, quien pronto sería el arquetipo de las vedettes de los años 70 en México. Y luego salía a jugar con sus perros.
A los 18 años Amanda ya calzaba bien las zapatillas y bailaba. Le gustaba que le dijeran Seux y no por su nombre y apellido, “Ramírez” era tan simple para ella como estudiar o desempeñar alguna actividad que no fuera aceptar su destino. De ahí que también Asunción, Paraguay, le quedara chica a sus expectativas y volara a Buenos Aires donde apreciarían sus danzas árabes. La señorita comprendió que el espejo no sería el único testigo de su belleza y emprendió el modelaje para ser vista y admirada y, simultáneamente, sostener su esfuerzo por acceder a las pasarelas de los centros nocturnos.
Amanda nació en 1948 y a los 24 años el mundo latinoamericano le sonreía. Era “La bomba del Barrio Norte” que, cada noche, estallaba como Sherezada lo hacía al narrar historias al sultán Shahriar. Ya no podía ser Juana sino Wanda y enseguida Seux por que el “Ramírez” se borraba solo. Es una Barbie, a decir de muchos, en particular de la destacada vedette Nélida Lobato quien la elige para actuar en la revista “Escándalos”, en 1973. El éxito fue atronador. Cada noche en el teatro Nacional, ella Nélida y Zulma Faiad entrelazaban las manos y agradecían al respetable. Su amor por ella creció tanto que, en dos años, Argentina le quedó chica y emigró a Venezuela donde actuó en el Hotel Tamanco, el escalón para brincar al escaparate más luminoso del continente.
En 1976, Wanda Seux hizo trizas su nombre en honor de sus sueños infantiles y el vestido azul marino entallado que le escurría sobre su humanidad. Dejó de ser también “La bomba del Barrio Norte” para ser “La Bomba de Oro”. Llegó a México como parte del espectáculo tipo Las Vegas donde participaron las Bluebell Girls del Lido de París. Poco después aquel trozo de trigo mecido por la brisa formó parte del Capri del Hotel Regis. Su sonrisa también floreció en el Follies Bergère y, después, durante cuatro años seguidos, el Marrakesh. Los mejores sitios para la estrella.
No había cerrojo que contuviera el arrojo de Wanda. Más aún, la gran pantalla debió ser espejo amplificador de sus mocedades paraguayas. En 1978 participó en “El arracadas” al lado del muy macho Vicente Fernández y después, ya como parte de la constelación de las mujeres de la noche, actúa en el llamado cine de ficheras o comedia erótica. En ese instante la niña extravió su futuro o el delirio de su hermosura le dictó hacer lo que le viniera en gana. La televisión reflejó su atractivo otoñal y al mismo tiempo subrayó sus exiguas dotes histriónicas. Su debut en la telenovela fue irónico: “Salón de Belleza” que, en 1985, pasó desapercibido, tal vez porque los hombres gritan “¡Mucha ropa!” nada más en la noche.
A los 51 años, Wanda es la doncella de seis que se mira a sí misma proyectando el devenir. Por ello regresó al teatro con la obra “Las inolvidables de la noche” junto a las vedettes Rossy Mendoza, Amira Cruzat, Grace Renat y Malú Reyes. No debe extrañar, entonces, que a los 60 años estuviera en el mejor momento de su carrera y posara para la revista Playboy que intentó incentivar la nostalgia del público que le había rendido pleitesía. Incluso, como todas las niñas tienen su heroína, Amanda inventó “Super Wanda” para ser parte del elenco del programa televisivo de espectáculos “La Oreja”
En 2013, Barbie estaba incontenible. Regresó a la pantalla grande mediante el cortometraje “Perdona nuetras ofensas” y, como había que soportar financieramente el futuro, modeló en el videoclip del tema “Sobrenatural” del grupo de rock “Víctimas del Doctor Cerebro”. Luego destacó en el documental “Bellas de noche” junto a otras beldades y a los 69 años, siguió acariciando el éxito gracias a la obra “Divas por siempre”
El 26 de enero de 2018, el espejo estalló por un infarto cerebral. Amanda no puede juntar las piezas. Sólo le queda bailar para sí con el vestido azul que nada en su humanidad. Dejó de hacerlo porque los cristales se volvieron polvo con otro infarto que la deja postrada. Sola como cuando frente al espejo oía a su madre que le preparaba para triunfar, no para amar. Sola también porque ya no podía cuidar a sus 44 perros que la acompañaron en los últimos años.
Juana Amanda Seux Ramírez murió a los 72 años. Los niños del barrio le llamaban “La señora de los perros”.