México no es ni la regla ni la excepción, en la historia universal existen miles de ejemplos de gobernantes que intentaron mezclar el dogma y la praxis política, sin duda las leyes de reforma impulsadas por el presidente Juárez marcaron un hito al separar la fe de la función de gobierno, varias fueron las funciones administrativas adoptadas por la iglesia que permitieron la construcción de instituciones sin que el inicio fuese el vacío.
Hemos aprendido a vivir en la tolerancia confesional, nos une el respeto sacramental a la religión del otro y nos separa el entorno en donde se ejerce la fe, sin embargo, la tentación de hacer uso de cualquier estandarte divino existe, se encuentra latente más cuando la escala de valores sociales ha cambiado, lo cual es propio de cualquier proceso histórico, nada es estático.
¿Por qué apostar por el laicismo? Porque es la fina línea entre el libre ejercicio de la fe y el reconocimiento del otro en un contexto de sana neutralidad, tarea difícil pero no imposible, hoy en día, incluso con algunos tropezones, como sociedad lo hemos logrado, distinto el ateísmo en donde la mera negación de Dios es ya un rompimiento de la asepsia necesaria para vivir en paz.
El laicismo separa los textos sagrados escritos bajo inspiración divina de la ley y el proceso legislativo en donde los intereses comunitarios se ven reflejados, se antoja imposible un proceso de reforma a la Biblia, el Corán o la Torá, la fe implica rendición, creer sin ver, quienes profesamos una religión lo sabemos y creemos sin razonar, sin embargo esos son procesos internos, íntimos en donde la presencia del estado, el peso de la república o el ruido de la política no existen o no deberían de existir.
Es entendible y respetable la posición pública de algunos partidos definidos por sus propios estatutos como demócrata cristiano, sin lugar a duda algunos valores -no todos- son compatibles con la vida en comunidad, ello es distinto a intentar imponer la fe propia como ley pública, la separación es obligatoria.
Desafortunadamente y de forma preocupante somos testigos de un extraño, pero no tan distante proceso público de evangelización, ante la desconfianza del ciudadano en sus instituciones o sea en las reglas que a través de la representación legislativa nos damos, muchos apuestan a los valores íntimos, a la fe, pues a pesar de transgredir la libertad de culto -a lo mejor sea porque dichos estamentos no cambian ni cambiarán nunca- muchos gobernados los aceptan convencidos pues son universalmente conocidos y de fácil adopción.
El camino de la evangelización pública es por demás peligrosa, la fe parece ser universal pero no lo es, tiene distintas formas de manifestarse y de practicarse a través de las múltiples religiones existentes en el planeta, entonces la imposición de una violenta la práctica de las demás, viejo dilema.
En su obra Masa y Poder, el Premio Nobel de Literatura, Elías Canetti explica de forma rica y detallada el uso de los símbolos en el manejo de los sentimientos y de los resultados esperados de la masa, que es la que al final, en un proceso democrático o golpista encumbra al gobernante, y aunque es posible mezclar símbolos para paulatinamente conquistar la voluntad del gobernado ello toma tiempo, por lo tanto, es necesario hacer uso de lo ya existente, de lo que mayoritariamente la masa acepta.
Abrir este tipo de mecanismos de convencimiento es por demás peligroso, ocasionalmente sangriento y sin duda propio de un pensamiento absolutista, hemos transitado por muchos pasajes históricos para que este tipo de soluciones finales no se manifiesten empero son seductoras y de fácil ejecución.
Peligroso es ver al ciudadano subyugado por el evangelio en la búsqueda de la sangre pública…
Agradecemos a Tonatiúh Medina su autorización para publicarlo en nuestra página.